Arquitectura cubana: construir a lo vintage

Varios de los centros coloniales cubanos tienen el título de Patrimonio de la Humanidad. Con diversos estilos artísticos, que van desde el mudéjar, el neoclásico hasta el art-decó, la arquitectura cubana se hace paradigmática en muchas de sus construcciones, al punto de que son célebres, por su belleza o funcionalidad, edificios como el Atlantis, la fortaleza San Carlos de la Cabaña o el Pabellón Cuba.

Pero ¿existe una arquitectura cubana actual? ¿Cuáles son las tendencias, problemáticas y perspectivas que la caracterizan?

El triunfo de la Revolución en 1959 marcó el comienzo de un periodo caracterizado por el abandono de presupuestos estéticos, y la asimilación acrítica del estilo moderno soviético. Esto, junto a la necesidad de vivienda de la población, llevó a prácticas como la construcción masiva de impersonales edificaciones en territorios lejanos a los centros urbanos.

Pabellón Cuba
Pabellón Cuba

Con el advenimiento del Período Especial, la escasez de materiales marcó la ausencia casi total de nuevas construcciones y el abandono de las ya existentes. Las soluciones las encontró la población. Los arquitectos Claudia Castillo y Orlando Inclán, ambos de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, defienden que Cuba es territorio de vanguardia, pues aplica desde hace años, por necesidad, lo que hoy es moda: el estilo vintage, que no solo consiste en el uso de objetos valiosos y antiguos, sino que, en arquitectura, se trastoca en la adaptación de los espacios según las nuevas exigencias de la vida diaria.

En Cuba la recuperación que se hace es del espacio en sí y de sus materiales. El crecimiento de las familias ha significado en muchos casos la necesidad de redistribuir el espacio, o de ampliar las viviendas. Por otro lado, las nuevas posibilidades de negocios particulares han incitado a convertir residencias en gimnasios, restaurantes o tiendas.

El joven arquitecto Daniel de la Regata ha participado en la proyección de varias obras de ese tipo y nos comenta: “los arquitectos que ahora estamos trabajando, ya sea en obras de las instituciones o fuera de ellas, partimos de recuperar espacios que muchas veces no fueron diseñados para la función que se les va a otorgar. Cuando se recuperan materiales existentes se puede imprimir al lugar una estética donde se distinga la recuperación, pero que ofrezca sensorialmente algo nuevo. O se pueden esconder para que parezca algo completamente nuevo”.

En todo el mundo es muy usual que la actividad del proyectista esté asociada a concursos, lo cual garantiza, amén de la opinión del jurado, la calidad de las ideas que van a consumarse. Décadas atrás eso ocurría en Cuba también, pero actualmente la arquitectura funciona de dos maneras fundamentales: una asociada a las empresas constructoras, restauradoras y proyectistas; y otra independiente.

En la primera, a los arquitectos se les asigna un proyecto que no siempre está asociado a sus capacidades, y el pago depende del salario en la institución. Cuenta Daniel de la Regata que en una experiencia de trabajo en Suiza, pudo constatar que los profesionales se especializan en una parte de la cadena de trabajo porque la empresa necesita ser productiva. En Cuba, en cambio, “a veces eso no es tan importante. Se entrega un proyecto sabiendo que tiene problemas porque hay que entregarlo en un plazo de tiempo determinado”.

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Cuando el trabajo es independiente son los proyectos los que encuentran a los arquitectos. En ello influyen los contactos del profesional y el renombre que haya logrado cultivar. El presupuesto sale del bolsillo del propietario del lugar que se remodelará o del negocio a instalar.

El Dr. José Enrique Fornés, Premio Nacional de Arquitectura, advierte un peligro en estas condiciones de trabajo. Señala que quienes mayores recursos poseen para emprender negocios no son necesariamente personas que concedan la importancia que merece el tratamiento estético y funcional del espacio.

Sin embargo, De la Regata opina que esta apertura posibilita que los fracasos del proyecto repercutan en el bolsillo del cliente “no en el del estado, ni en el de todo el mundo”, y por eso se ha empezado a construir muchísimo mejor. La mayoría de los clientes incluso pagan por la permanencia del proyectista en todo el proceso, pues reconocen su necesidad a pesar de que implique un costo extra.

Advierte José Enrique Fornés lo indispensable de encontrar un mecanismo automático para mejorar el gusto en la población. Daniel añade que el público debe adaptarse a ver al arquitecto como director de la obra. “El cubano se acostumbró a trabajar directamente con el albañil, a no pagar un proyecto, porque generalmente solo tiene el dinero para pagar justo lo que necesita sin darse cuenta de que el arquitecto puede ahorrar mucho dinero”.

Fornés cuenta cómo su recientemente fallecido amigo y colega Mario Coyula identificaba entre las causas del mal estado de las edificaciones habaneras la desaparición en el proceso revolucionario de dos figuras muy características: el dueño, que pagaba la reparación, y el encargado, que vigilaba el cumplimiento de las normas y el cuidado de las instalaciones.

 

La arquitectura cubana, según Daniel de la Regata, tiene que lidiar con muchas trabas de índole burocrático: la actividad de proyecto independiente no está permitida, y eso hace problemático el trato con el cliente, pues la relación contractual no está respaldada legalmente. “Otro problema es que generalmente se trabaja sobre espacios utilizados, y a la hora de solicitar los permisos de modificación del espacio para un nuevo negocio el permiso no existe. Hay muchas maneras legales de hacerlo, pero son como poner parches, y se hace difícil darle continuidad lógica al proyecto.”

Aún así existen desarrollos valiosos. A Daniel le parece valioso el Sarao´s Bar, construido en  17 y E, en el Vedado: “lo interesante es que no es una casa modificada, sino que allí existía algo y se demolió. Desde el principio ese espacio fue concebido para su función”.

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El ingeniero civil Karel Pérez identifica, por otra parte, entre las mejores obras recientes la restauración al Puente de Hierro, en el Vedado; y al Santuario Nacional de San Lázaro, situado en la localidad de El Rincón, en Santiago de las Vegas, conjunto arquitectónico premiado por la Unión de Arquitectos en 2014 por la integridad de sus estudios e intervenciones.

Para evaluar el impacto, definir tendencias y predecir cómo será el futuro de la arquitectura cubana sería necesario que funcionaran grupos de discusión, comisiones que no solo midieran el resultado final y la inserción de este la comunidad, sino que también tuvieran en cuenta las turbulencias del proceso.

Hasta este punto, todo indica que el futuro de la arquitectura cubana desde ya lo definen los negocios particulares por las nuevas demandas constructivas que estos implican, la selectividad del responsable y la flexibilidad en el proceso.

En Cuba son muchos los grupos de trabajo y pensamiento en torno a la arquitectura, y todos coinciden en que encontrar las formas armoniosas y sustentables de mejorar el ambiente general de cada uno de los espacios será la premisa del futuro. Tanto es así, que a Fornés le resulta admirable la labor de reconstrucción de la vivienda de Mario Coyula, que no posee innovaciones, pero respeta todas las normas de construcción de su localidad y logra que el ambiente ejerza una acción positiva sobre quienes interactúan en ella.

La arquitectura cubana que ha de venir, será una capaz de reinventarse y acomodarse a las demandas del entorno. Y será también la que no haya perdido la vocación de ser lo que su nombre representa: más que construcción.

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