Artesanía cubana: entre la creatividad y los estereotipos

Foto: Calixto N. Llanes

Recuerdo nítidamente la primera pieza de bisutería que usé en mi vida: era un pequeño anillo de carey, que me acompañó durante varios años hasta que alcancé la edad adulta y comprendí cuán políticamente incorrecto era ayudar, inconscientemente, a la comercialización de especies en franco peligro de extinción. Después del sermón sabio de esa profesora —cuyo nombre jamás podré olvidar— comprendí que la buena bisutería artesanal, lejos de incentivar este tipo de negligencias, las evita.

También aprendí que la más bella de todas, es esa que nace del instinto y pericias creadoras del artesano bueno, ese que hace emerger las más caprichosas, elegantes y estilizadas formas de los más humildes materiales: papel, semillas, maderas, barro, cueros de animales, metales simples. En la actualidad, los precios han subido y —contradictoriamente— la calidad estética de las más recientes producciones artesanales deja mucho que desear.

Foto: Calixto N. Llanes
Foto: Calixto N. Llanes

¿A dónde han ido esas gloriosas manos tejedoras, moldeadoras, manos carpinteras, joyeras, costureras y talabarteras que distinguieron parte importante del legado artesanal cubano durante el decenio 80-90? ¿No pudieron enseñar a sus hijos la pericia técnica devuelta al comprador en exclusivas obras de buen gusto? ¿Les preocupa más vender al visitante extranjero una imagen estereotipa de Cuba y su gente, más que un producto de calidad? ¿Qué distingue al souvenir cubano? ¿Cuál es el más vendido y por qué? ¿Qué busca el turista en esos clichés de la mulata sandunguera, el clásico almendrón, un tabaco cubano o el faro viril del Castillo del Morro?

A lo largo de la historia, cada nación ha ido moldeando una particular idiosincrasia que le es devuelta al visitante foráneo en formas y discursos visuales deudores de sus tradiciones. Por ello, Puerto Rico tiene su ranita Coqui, República Dominicana sus muñecas “descaradas”, Japón las famosas kokeshi y Cuba… ¿qué tiene Cuba? ¿Qué pedacito nuestro se lleva el turista de regreso a su patria? Las imágenes hablan por sí solas y valen por mil palabras.

Foto: Calixto N. Llanes
Foto: Calixto N. Llanes

Se ha entronizado el mal gusto, la vulgaridad se proyecta en representaciones mediocres donde predominan los personajes inmersos incluso en situaciones escatológicas. Ese es el souvenir que ofrecemos; esa la imagen cubana que luego mostrarán a su familia y amigos en casa: imagen desvirtuada y puesta al disfrute de un múltiple mercado internacional ávido de vivir la “experiencia cubana antes del cambio”.

Cuba tiene mucho que ofrecerle al mundo, más allá de folclorismos tropicales patentizados en mulatos, ron, tabaco y café. Nuestra artesanía no puede ser una mímesis patética de las bellas artes: potencial y talento nos sobra, pero falta mayor dedicación. Nos falta, tal vez, un incentivo adecuado a tanta modorra creativa. ¿O nos faltan motivaciones? ¿Es esa la cuestión?

 

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