Caminantes inmóviles de La Habana

En la Plaza de la Catedral, recostado a una columna en el portal del Palacio de Lombillo, Antonio Gades parece esconderse del trasiego del lugar. El célebre bailarín y coreógrafo español fue inmortalizado en bronce por José Villa Soberón, en uno de los lugares privilegiados del centro histórico habanero. Foto: Otmaro Rodríguez.

En la Plaza de la Catedral, recostado a una columna en el portal del Palacio de Lombillo, Antonio Gades parece esconderse del trasiego del lugar. El célebre bailarín y coreógrafo español fue inmortalizado en bronce por José Villa Soberón, en uno de los lugares privilegiados del centro histórico habanero. Foto: Otmaro Rodríguez.

Aparecen de pronto ante los entretenidos. No lucen quietos, impasibles como muchos otros. Tampoco están sobre pedestales de mármol ni caballos bravíos.

Parecen tener vida, andar de paso, ser uno más entre los transeúntes de La Habana.

Si no se sabe de ellos, pueden hasta pasar desapercibidos. Aunque no todos.

Algunos son auténticas celebridades, conocidos allende los mares. Los visitantes los buscan, los turistas los incluyen en sus recorridos y se retratan junto a ellos.

Los envuelve un halo de leyendas. Tocarles la barba, en algún caso, dicen que trae buena suerte. O robarse sus espejuelos.

Otros son menos populares. No atraen la atención, pasan de incógnita.

La gente se acostumbró a ellos y no repara en su naturaleza broncínea. O sencillamente, no los conoce.

Pero allí están, bajo lluvia, sol y sereno. En plazas, parques o portales. Esperando.

Foto: EFE.
Foto: EFE.
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