Carlos Trillo: El silencio del arte abstracto

Foto: cortesía del artista

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Con su enigmático collage de grises, rojos, ocres y negros, Manhattan 9-11 y después, no es una serie casual bajo el inquieto pincel de Carlos Trillo Name, uno de los más relevantes pintores abstractos cubanos.  Es, más bien, el reflejo de la destrucción de las Torres Gemelas, una zona sumamente familiar en la memoria de este hombre que vivió varios años en esa lengüeta de tierra estadounidense.

“Me crié en Manhattan, de ahí que a través de las texturas que uso quiera reflejar las secuelas de esos acontecimientos. Con el lenguaje abstracto trato de acercarme a lo que puede ser esa ciudad, con sus rascacielos bajo los efectos de la destrucción.”.

Recurrente desde hace algún tiempo en su obra, los óleos de esta serie denuncian las consecuencias bélicas en el tiempo de los muros y las paredes, testigos mudos de agresiones que atentan contra la supervivencia humana.

Foto: cortesía del artista
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Matérico por excelencia y deudor de grandes maestros como el catalán Antoni Taspié y el italiano Alberto Burri, Trillo fue perfilando la mezcla mixta a partir del asfaltil, el polvo de mármol y el cemento, para lograr a golpe de esfuerzo durante horas, obras únicas.

Inmerso en su estudio taller del Cerro, confiesa que “el materismo es la abstracción que viste otro ropaje, y se manifiesta para recrear temas muy particulares. En mi obra pervive la presencia del tiempo, que construye y destruye, marca y deja huellas”.

Una suerte de alquimia que dimensiona la simbiosis forma-contenido resalta en la llamada pintura matérica, que hoy suma un buen grupo de jóvenes pintores, algunos muy buenos por cierto, según Trillo, y constituye una de las tendencias con mayor fuerza en el arte abstracto de la Isla. Pero es precisamente Trillo, el que marca la pauta hace ya más de 40 años en esta línea que contra viento y marea, junto a un grupo de reconocidos pintores, mantenían viva la abstracción en Cuba. Con muestras personales y colectivas, sus obras se observan en diferentes instituciones culturales, museos, universidades y en más de un centenar de colecciones públicas y privadas de América Latina, Estados Unidos y Europa.

Foto: cortesía del artista
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Trillo gusta de trabajar en silencio, rodeado de temperas, colas, barnices, maderas carcomidas, pegamentos y materiales, en una especie de sinfonía mezclada pero inconclusa.

“Prefiero la música del silencio porque me hace concentrar y concretar mi inspiración. Nada es calculado y mucho menos planificado. Por supuesto, ha habido proyectos y he trabajado piezas para mi irrepetibles. Un artista genuino no deja de experimentar. Los años no constituyen frenos, sino son acicates para perfeccionar la experiencia en el arte”.

Nacido en 1941, en La Habana, emigró junto a sus padres hacia Estados Unidos, donde parte de su niñez y juventud transcurrió en Nueva York, ciudad en la que culmina sus estudios primarios y de bachillerato, para veinte años después regresar definitivamente a Cuba.

“Sin saber cómo, me vi frente a un lienzo en blanco y empecé a emborronarlo, tratando de encontrarme a mí mismo y reflejar todo lo que tenía por dentro. Desde aquel momento, comencé a pintar con una obsesión que no logro superar y me impulsa a nuevas creaciones. Soy cronista de visiones que deambulan a su antojo y pueden encontrarse un una mole de hierro y concreto, como en Manhattan, o en las ruinas de ciudades devastadas por la guerra.

“Quien aprecie mi obra puede interpretarla como cubana o no. Eso no me preocupa. Cubano soy yo. Y si de esencia se trata, he creado tanto el ocre septentrional como el azul antillano. El arte es el más universal de los idiomas y en la abstracción esa universalidad se hace mayor”.

“Si me pidieran una comparación entre lo que hacía en mis inicios (1967) y mi obra actual, diría que, sin perder la raíz, la diferencia es sustancial. Igual ha ocurrido en la línea del pensamiento; son otros los valores. Entonces, dejo a la posteridad que haga su propio juicio, mientras, yo seguiré pintando”.

Foto: cortesía del artista
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