Cutículas negras

Un pintor salido de la nada se suma a las más de doscientas exposiciones colaterales de la XIII Bienal de La Habana.

Yuniel Delgado Castillo en su estudio. Foto: Angel Marqués Dolz.

¿Por dónde empezar hablando de la paradójica vida Yuniel Delgado Castillo?

No tuvo un artista en la familia. De niño soñaba con ser astronauta y jamás puso los pies en una galería; ni coloreaba mejor que sus compañeros de escuela; ni ganó un concurso de dibujo o coleccionó reproducciones de obras famosas. Y todavía más. Fracasado en su primer intento por matricular en la academia nacional San Alejandro, sus padres se esforzaron por «sacarle de la cabeza esa idea loca de ser artista». Había que tener contactos y amigos en el giro, y él, sin lo uno ni lo otro, sería un fracasado, le sermoneaban. Así que nadie, mucho menos el propio protagonista, hubiera apostado un centavo por lo que finalmente sucedió.

Años después de pasar el Servicio Militar y trabajar de gastronómico y vestir todas las semanas de pantalón negro y camisa blanca, anotar órdenes y servir platos humeantes, Yuniel se verá por los cielos viajando a ciudades de Europa y Estados Unidos para pintar en estudios con todas las de la ley, comprar materiales de primera y moverse por barrios rutilantes de un mundo que antes solo conoció en el cine. En tales territorios, su obra galopó por los mercados y se expandió en pinacotecas privadas.

Aquellos que disfrutan con los timonazos del destino, he aquí una historia que se pinta sola.

Yuniel Delgado en plena faena. Foto: Angel Marqués Dolz.

I

“Siempre creí que había algo más que lo que veía o leía”, dice Yuniel, sin halo de misticismo, sentado sobre un banco de pinotea en su estudio de la calle Aguiar, entre Muralla y Teniente Rey.

Afuera, colgada entre edificios, una gigantografía que se divisa de esquina a esquina anuncia por ambas caras Hominium Effugium, el rebuscado título en latín de su muestra.

“No soy creyente, pero respeto a quien tenga fe. Mi fe está en lo que pueda hacer el ser humano”, manifiesta con una convicción que le sirve de espejo donde mirarse.

El destino en Yuniel podría ser el dictado de su segunda naturaleza. Generación espontánea, si Aristóteles examinara el caso 23 siglos atrás. Muchos la portan, pocos la decodifican. Hacerlo tiene algo de excepcionalidad.

“Trato siempre de cuestionarme y de investigar”, cuenta en voz alta en medio de la neblina provocada por el humo que invade Del Castillo Art Studio. Fumigan en la calle y un tropel de estudiantes pasa vociferando para hacerse entender sobre el ruido de las motomochilas. Los mosquitos burlan el cerco. Pican por el resto de la entrevista.

Yuniel Delgado Castillo. Foto: Angel Marqués Dolz.

Las primeras señales en Yuniel sucedieron al trasegar por las salas y corredores del Palacio de Convenciones. Allí había ido a parar con su título de técnico en alimentos y allí se forjó la bisagra entre su presente sopero y su futuro brillante.

Un buen día reparó que no era indiferente cuando echaba un vistazo a los lienzos colgados en las paredes. Un Oliva o un Montoto dilataban sus pupilas. ¿Y después qué? ¿Desasosiego, curiosidad, imitación? Mirando en retrospectiva, ni él lo sabe. Lo único que Yuniel tenía claro era que, con todas sus ganas, quería ser un artista: “Ahí empezó mi verdadero interés por el arte o yo mismo preguntarme qué me estaba pasando”.

II

Lo primero que hizo Yuniel fue “educar” a su familia. Entonces vivía en un apartamento en San Agustín, una de las barriadas que creció en el oeste capitalino al son de uniformidad estilística. Criaron animales y cultivaron la tierra cuando les vino encima la crisis de los 90.

“Por eso no pasamos mucho trabajo”, recuerda el artista, nacido en 1984 y graduado en 2011 de la especialidad de pintura en San Alejandro, la academia de bellas artes más antigua de Hispanoamérica, fundada en 1818.

¿Sobre qué pintabas?

Sobre cualquier cosa. Experimenté con todo. No sabía que había que imprimar la tela, y pintaba también con cualquier cosa: mercurocromo, betún, pasta de diente, puré de tomate. No tenía ni una gota de pintura, ni acrílico, ni tempera, ni acuarela, ni la pintura más mala. Y empecé hacer bastidores con ramas de árboles o pedazos de una cuna.

¿Hacías figurativo?

Casi siempre hacía cosas figurativas. Mi inquietud fue la de comunicar. No soy artista para llegar al dinero. Esto llegó por la necesidad de decir las cosas.

¿En qué te inspirabas?

Pintaba recuerdos, sucesos… también pintaba a mis amigos.

III

El primer intento de ingresar en San Alejandro resultó un fiasco. “No sabía ni dibujar”, admite. Luego se preparó él mismo rigurosamente, pese a que no había Internet y en las bibliotecas comunitarias apenas si hallaba alguna literatura conveniente.

Lo que aprehendió se lo debe a un pintor que antes de emigrar le dejó una preciosa herencia: un montón de recortes de revistas y libros, algunos ilustrados. “Cargaba con ellos para cualquier parada y me ponía a leerlos y a releerlos, repitiendo y repitiendo los conceptos”.

El segundo intento de poner los pies en la academia sí fue exitoso. Pronto se convirtió en un feroz amante de la experimentación, en tanto los profesores permitían sus desafueros. En sus ratos libres se desplazaba hacia el litoral este de la ciudad, al jemingüeyano pueblito de Cojímar, para imprimir sus trabajos en puntas secas en el taller de grabado de Nelson Domínguez.

“Me atrevía con cosas reales del momento, que muy pocos artistas se atrevían a hacerlo”, recuerda para celebrar su permanente estado de rebeldía y búsquedas formales. Tanto es así, que su tesis de grado, “muy matérica, con objetos pegados o cosidos, usando técnicas de quemado” estuvo a punto de ser reprobada. “Por poco no dejan exponerla”.

Al parecer, los cuatro cuadros de 4 por 2,70 metros –“obras totalmente políticas y muy duras y agresivas”– sobrexcedían las cuotas de liberalidad que la escuela alejandrina podía permitirse.

Yuniel confiesa sus propósitos de entonces: “Demostrar que se podía hacer un arte que no copiaba a creadores de Londres o Nueva York. Me gustaba rescatar esa fuerza del arte de los 80. Mi tesis trataba mucho sobre Goya y Los desastres de la guerra, sobre Antonia Eiriz también” y se cuestionaba la imperante prudencia del mensaje “por miedo a que las galerías no aceptaran las propuestas o a que no se fueran a vender …Aquellas piezas son los mejores trabajos que he hecho en mi vida”, dice con un inasible dejo de nostalgia.

IV

Hominium es un término del latín que se asocia a la veneración y el respeto, pero también a los conceptos relativos al hombre como especie, y Effugium, que igualmente viene del latín, significa vía de escape. Puede colegirse que el interés del artista con tal rótulo es mostrarnos una humanidad que está escapando de los muchos desastres que la destruyen, carcomen o amenazan.

La representación escogida para el mensaje es un majestuoso lienzo de 3 metros de alto por 13 de largo, en los que a puro carboncillo y aguadas el autor se regodea en figuras humanas en movimiento y simbiosis, trazadas con una libertad engañosamente caótica, mientras, en el piso del estudio, el cuadro transcurre a lo largo, en una dimensión volumétrica a partir de un camino arcilloso con figuras de animales y hombres, tanto vivos como muertos, hechos a partir de alambrón recubiertos de tela y cemento cola, lo que nos sugiere una realidad esperpéntica y brutal, pero a su vez, lírica y consoladora. Puede haber una salida, sugiere el artista para tranquilizarnos.

De acuerdo con la curadora Yenny Hernández, Hominium representa “el desconcierto” de la especie humana. La muestra “lanza un mensaje deliberadamente emocional, de matiz violento, pretensioso en su misión de inquietar”, se lee en el catálogo.

«Hominium Effugium». Foto: Angel Marqués Dolz.

V

Probablemente, el carboncillo es uno de los primeros materiales que utilizó el ser humano para dibujar. Los creadores lo emplean en el dibujo, la pintura y la escultura, utilizándolo para bocetar y también como material final. Hecho a partir de una rama carbonizada de vid, sauce, encina, abedul o brezo, el carboncillo se pulveriza cuando contacta con el papel o el lienzo y por lo tanto se torna sumamente delicado e inestable. Si pasamos la mano o los dedos por la superficie, arrastraremos ese polvo y estropearemos el trabajo.

Para mayor grado de dificultad, el carboncillo no se coge como un lápiz, porque así restregaríamos el polvo, sino que se emplea con el carbón dentro de la mano sin apoyar los dedos.

Al terminar la faena, aunque no sea muy prolongada, las manos serán las mismas, salvando las distancias, que las de un carbonero. En las uñas, luego de varias cepilladas, el negro parece invencible.

«Hominium Effugium». Foto: Angel Marqués Dolz.

¿Subes al andamio con una idea preconcebida?

Trato de ser libre a la hora de trabajar. Ninguno de estos cuadros tiene boceto, ni idea previa. Vengo con el lienzo en blanco y lo trabajo.

¿Esto no está bocetado?

No, para nada.

¿Por qué?

Ni yo mismo sé explicarme.

¿Por dónde comienzas a dibujar?

Empiezo por donde mande la tela. La obra es la que determina mis pasos y lleva el ritmo.

¿Trabajaste a partir del título Effugium?

No. Siempre pienso el título al final de la obra.

¿Pintas de un tirón?

Sí, todo tiene que ser el mismo día. Incluso trabajo casi todo el tiempo pegado a la tela.

Yo digo que soy un mediador. La mente es la que manda y no conocemos todavía sus secretos. Para mí es muy importante lo espontáneo. No dejo nada para el día siguiente. No saldría igual.

¿Qué tiempo te tomó el lienzo de gran formato?

Seis horas.

¿Qué grado de dificultad tiene el carboncillo?

Es lo más difícil que me he encontrado hasta ahora. El nivel de desgaste físico y mental es increíble. Al día siguiente estoy exhausto.

Todo esto se basa en buena energía para venir a trabajar. Es la mano con el carboncillo sobre el lienzo. No hay un pincel, ni una espátula.

Y luego, controlar el agua, es muy engorroso…

Imagínate. El difuminado es con la mano o con una brocha. La técnica de la aguada es muy difícil.

¿Cuántas veces bajas del andamio para obtener un plano general?

Bajo muy poco para saber qué estoy haciendo. Me acostumbré a trabajar sin mirar el conjunto.

Yuniel Delgado Castillo. Foto: Angel Marqués Dolz.

¿Has pensado vender esta obra? ¿Ya tiene algún precio?

La idea es hacer cientos de obras con este gran formato y que reflejen un discurso técnico y expresivo único, que se aleje de lo comercial. No pienso vender. Se quedará como colección privada.

¿Cómo reacciona el público ante estas piezas tan expresionistas?

Algunos pasan y se van enseguida. Vienen buscando algún suvenir. Otros se detienen algún rato. Me preguntan. Algunos lloran.

«Hominium Effigium». Foto: Angel Marqués Dolz.

VI

Desde 2013, Delgado Castillo ha estado viajando a Estados Unidos, donde ha participado en muestras colectivas y personales. En 2014 abrió su propio estudio en Miami, al tiempo que comenzó a trabajar en proyectos internacionales en la universidad de Pennsylvania y en países como Luxemburgo, Costa Rica, Cuba e Italia. En ese último, en la ciudad de Nápoles, fue artista residente durante 2016.

Hominium Effugium incluye el imponente óleo espatulado La necesidad del aire, de 4 por 4,50 metros, además de El habla de los sentidos, instalación con video proyección, y otros cuadros al carboncillo de menor formato expuestos en atmósferas oscuras.

Este proyecto llegó a la Bienal después de dos años de ser propuesto, fallidamente, para ser exhibido en el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales, ubicado en la colonial Plaza Vieja.

Ahora Yuniel, y sus dos ayudantes, Randel Espinoza y Osniel García –compinches de béisbol y fútbol en la infancia– no se conforman con poco. Anhelan más espacio. Preparan una megaexposición en el Centro Provincial de Artes Plásticas, en Luz y Oficios.

Será inaugurada el 10 de septiembre de 2019 bajo el título de Ancestros e integrará pintura, muralismo, escultura, instalación y dibujo en grandes formatos.

“Es un trabajo bien fuerte, serio y desgastante, una muestra ambiciosa e interesante”, evalúa alguien que nunca ve en su camino horizontes insuperables.

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