Desnudarse en Cuba, vestirse de ideas

Foto: Kaloian.

Foto: Kaloian.

Vestirse y desvestirse para el ser humano del siglo XXI es un ejercicio de la costumbre, el gusto estético y la tensión que mantenemos con lo que llamamos Moda; esa práctica cultural (y, a veces, política) con que asumimos tendencias, colores, estilo y sentido para cubrir nuestros cuerpos y movimientos. También es la forma que elegimos para que nos acepten, rechacen o definan según los ojos del grupo humano al que pertenecemos, la ciudad que habitamos, el clima que disfrutamos y las ideas compartidas. En medio de esa selección que hacemos (y nos hacen), suele ocultarse una carga ideológica que revela el proyecto estético e histórico al cual pertenecemos con mayor o menor conciencia.

Des-vestirse no es el simple acto de desnudarse; quedar en cueros es una decisión mayor, que ahora callo. Hablo de vestirse y desvestirse como un acto urgido por necesidades psíquicas y sociales que se convierte en un ejercicio inconsciente, aunque no lo es. Las tendencias de la moda son lanzadas por poderosos centros del mercado global que venden la idea de que la moda nos cambia, ocultando que, generalmente, secuestra la idea del cambio, dejándonos solo la ilusión y evitando que podamos reconocernos como actores de alguna transformación que realmente trascienda nuestro cuerpo físico y social.

Nos vestimos cada mañana para compartir el modo en que nos ven aquellos que, de  frente o de reojo, aprueban o desaprueban nuestra elección. Es un diálogo, a veces secreto, otras más formal o provocador. Depende del ropero y del bolsillo el cómo afirmamos, negamos y proponemos… A veces terminamos con un disfraz o realmente descubiertos, como aquel rey que iba desnudo. La pregunta de la moda no es quién quieres ser, sino cómo quieres verte y que los demás se enteren. La moda construye una identidad visual y, por encima de toda ingenuidad, nos inserta en los imaginarios correspondientes a dicha identidad, listos para compartir militancia o deseo. Es el mundo de las apariencias versus las esencias. Pero las apariencias no son tan simples como las pintan, sino esencialmente complejas, pragmáticas y representativas de un mundo que rezuma diversidad, aunque no la respete.

La historia de la moda es esa zona invisible de la historia nacional que la explica a través de un saber donde lo cotidiano es un concepto central. Españoles, africanos y criollos no vestían igual, porque las jerarquías sociales, hoy como ayer, también se expresan en la calidad y el color de los tejidos, diseños y adornos para el cuerpo. Quizás eso explique que en Cuba aún no se fabrican cosméticos para el cabello y la piel de personas negras y mestizas. Un mercado excluyente marca los modos en que se miran los cuerpos y se definen belleza, usos, diferencias, formas de consumo y lugar en el mercado.

Se trata de lo que Victor Goldgel llama la maquinaria de la distinción (Cuando lo nuevo conquistó América: prensa, moda y literatura en el siglo XIX, Premio de ensayo Ezequiel Martínez Estrada, Casa de las Américas, 2016, p. 152). Allí se confirma que la moda no oculta desigualdades, sino que las pronuncia en su normatividad, ridiculizando a quienes imitan y convirtiéndose en un sordo campo de lucha, cuyas víctimas son vencidas por la velocidad de los cambios, la estetización de necesidades ajenas, el acceso a recursos económicos y el respeto (o rechazo) a la diversidad.

Tener una noción del contexto en que hoy se debaten las tendencias, industrias y fines de la moda daría nuevas herramientas conceptuales a artistas y empresarios a la hora de pensar en cómo definir y lanzar una imagen, campaña o industria en un campo tan competitivo como el del vestir, peinar, adornar y vender. No es banal reconocer que batas africanas y guayaberas criollas han tenido origen diferente en la vestimenta nacional y sus usos actuales están marcados por la necesidad de congelarlos o renovarlos. Ni es frívolo explicar cómo se crea la homogenización, a través del ejemplo de la guayabera, convertida en prenda de vigilantes y gastronómicos y cómo se desplazó su condición de prenda típica, elegante y popular, a pieza tópica, socialmente identificada solo con funciones protocolares y acontecimientos políticos.

Una de las consecuencias de la velocidad postmoderna, la insuficiente industria socialista del ocio y la precariedad material fue la pérdida de modistos y costureras que en toda Cuba ofrecían variadas formas de vestir y socializar contenidos y exigencias de los cuerpos. Ellas y ellos diseñaban, cortaban y cosían para fiestas, duelos, graduaciones, bailables, actos religiosos y políticos. Antes de apagarse los anuncios de sastrerías, sederías y quincallas sus diseños eran celebrados y emulados como cualquier negocio; pero la escasez, chapucería y homogenización de nuestra cotidianidad les convirtieron en amables figuras del pasado.

Algunos sobrevivientes y herederos de aquel mundo intentan insertarse en el nuevo contexto económico con cierto éxito local, pero sin conectarse con los mass media (revistas, espectáculos, televisión e internet) donde se construyen los rostros, cuerpos y gestos que consumirán millones de seguidores, competidores y críticos. Sin los medios es imposible lograr presencia y competencia de modas u otras propuestas de enseñar a vestir a varias generaciones. Nuestros medios de difusión no solo subestiman la cultura del vestir, sino también a una de las industrias creativas más útiles y populares; sus mejores artistas y artesanos desterraron el prejuicio de la moda como banalidad y reclaman su espacio mediático, pues los que existen están bastante fuera de moda.

Algunos eventos insisten en recuperar la tradición del vestir cubano, actualizarla e insertarla entre la forzada costumbre de un público acostumbrado a la ropa fabricada industrialmente e, incluso, replicadas en las despiadadas maquiladoras de la región; piezas de marcas lujosas y dudosas a la vez, producidas desde una visión homogénea y culturalmente pobre, lejos de la historia y también del excelente nivel de diseño alcanzado en el país. Se necesita que las artes, el diseño y el vestir logren un espacio de intercambio o comunión de sus potencialidades estéticas y comerciales que les permita dialogar públicamente con inversionistas y fabricantes, así como con sus beneficiarios públicos y privados.

Dicho intercambio exige entrenamiento con artistas y expertos como el colectivo de arte neoyorkino Ideal Glass, ahora en Cuba para la realización de Vestiphobia, una colaboración con artistas cubanos, que incluye actuación multimedia, taller de vestuario escultórico y muestra de video: “Videophobia explora nuestra relación con la moda, desde el simple acto de vestirse, hasta su impacto socio-económico. A través de la combinación de moda experimental, video arte, música, danza y narrativa autobiográfica, tiene como objetivo entretener y enriquecer nuestra comprensión sobre la ropa a través del tiempo como necesidad, lujo, arma, escudo y, en su forma desechable de producción rápida (…)”. Pero esta información anuncia algo más…

Foto: Vestiphobia.org

Vestiphobia es una propuesta de diálogo y reinvención identitaria, un ejercicio estético que expresa su rechazo al dictum de la gran industria y construye su propio circuito de reciclaje, resistencia y creatividad en un espacio del Caribe que reconfigura su alternatividad económica e ideológica como es la Cuba del siglo XXI, donde nuevas subjetividades, estratos e intereses de clases comienzan a mudar viejas pieles, negociando una nueva imagen en la medida que se instalan en diferentes mercados (local, nacional, transnacional). Este proceso de movilidad socioeconómica exige su propio modo de vestir, comunicarse, reunirse, distinguirse, moverse y triunfar.

Asistimos a la emergencia de nuevos sujetos y estamentos que, en nuestro contexto, construyen espacios de enunciación bajo la presión de códigos internacionales, velozmente asumidos en pos de los nuevos pactos sociales. Tal desplazamiento impone estilo, vestuario, tecnología, lenguaje e identidad globales fácilmente reconocibles y aparentemente superficiales, pero también orgánicamente dispuestos a jugar con el valor de uso y de cambio de toda mercancía. Mucho marketing, adrenalina e impactos visual y social requieren los sujetos que anuncian la conquista de un capital simbólico y de un espacio económico que les convierte en sujetos VIP quienes, a su vez, distribuyen etiquetas, préstamos, empleos y aspiraciones.

El nuevo look significa dinero, conexiones transnacionales y aceptación social; ciertas empresas y nuevos empresarios acompañaran su éxito, visibilidad y ganancias. Hoy la competencia es legítima y legal, por lo cual las preguntas moralistas se responden desde el rol instrumental de la moda, pues esta, ¿solo constituye expresión de los cambios o espacio de construcción de nuevas identidades? ¿Podrán nuestros diseñadores y modistos descolonizar tanto imaginario racista, sexista y excluyente creado dentro y fuera de Cuba para vender nuestros cuerpos físicos y culturales? ¿Los expertos del vestir se reconocen cual retaguardia dócil de las nuevas clases o como emprendedores con fuerza propia a punto de alcanzar las necesarias alianzas mediáticas y comerciales que les ubiquen también en la competencia global? Creo en sus respuestas e iniciativas.

La conferencia de Andrew Ross como parte del programa de Vestiphobia será el reconocimiento de una personality del pensamiento crítico contemporáneo, quien ha vivido y pensado en las periferias culturales como activista y critico cultural. Es un rara avis en la Academia, donde articula y ejerce su activismo dentro y fuera de Estados Unidos, como miembro de Occupy Wall Street o denunciando el trabajo mal pagado por su propia universidad a los trabajadores de Abu Ghraib. Teniendo en cuenta que a la maquinaria académica norteamericana muchos llaman “la plantación”, defino a Andrew Ross como un cimarrón postcrítico, un humanista involucrado en grandes temas, pero también en los considerados menores, como la moda. En su agudeza todo está vestido por la política económica y diseñado por ideologías postcoloniales muy activas. Asumamos su resistencia crítica ante formas de globalización cultural y activemos modelos propios de resistencia y creación cultural en el contexto tan sofisticado y excluyente del mercado global de las imágenes, los cuerpos y el trabajo que él ha abordado en libros y experiencias culturales diversas.

Vestiphobia es también un reto para que los profesionales de la moda en Cuba piensen su status social y administren su capital simbólico, no solo sus talentos y manualidades, pues tienen una misión social y política en medio de un entorno mercantil, aparentemente desideologizado, donde la imagen de lo que somos aun se construye con herramientas euro y estadunicéntricas que impiden el reconocimiento de viejos imaginarios y la audacia de un toque más revolucionario, en la creación de soluciones estéticas y sociales. Se trata de no ser reducidos a una copia del diseño colonial del glamour macglobalizado que consumimos acríticamente, cual falsas hamburguesas.

Vestiphobia propone a mujeres y hombres inmersos en la cultura de la moda, pensar su rol como parte de una de las industrias creativas más pujantes del momento; buscar un sujeto más allá del vestido, en su identidad y pluralidad, sin que ambas resulten dicotómicas, y propiciar la libertad de sus cuerpos, al mostrar todas sus identidades y desenmascarar prejuicios o represiones cotidianas. Urge una audacia creativa que salte por encima de la reproducción de modelos estandarizados y genere la búsqueda de novedosos patrones identitarios surgidos del talento libre que trabaja fuera de las “grandes” marcas y desconectado de la tendencia al éxito global que persiguen estrellas, corporaciones y zombis, a costa de su propio confort y felicidad.

Nuestros emprendedores creativos no necesitan competir con esa industria cultural que mundializa patrones estadunidenses y obliga a todo el mundo lucir la misma ropa, peinado y gangarrias. Esta uniformización del gusto es un modo de secuestrar la diversidad cultural y es también el triunfo del marketing uniglobalizador sobre la fuerza de la tradición y la creatividad que portamos como cultura, nación y universo. Cada día se imponen dulcemente los dictados del pensamiento estético único, sometiéndonos a esa dictadura de las marcas que suele discriminar identidades, creación y pluralidad. Vestiphobia es una provocación inteligente, otra manera de alertarnos no sobre quienes somos, sino sobre lo que parecemos, aparentamos ser o realmente seremos mañana. Otra oportunidad de reconocer cuáles y cuantos imaginarios de belleza, libertad y confort podemos ofrecer al país que viene.

Escrito en Cayo Hueso, Centro Habana, un barrio vestido de leyendas, con poca tela y mucha libertad de movimiento.

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