Diez pistas y un horizonte vacilante

Foto: David Reyes.

Foto: David Reyes.

Nadie quiere pasarse de listo cuando se trata del próximo paso de Donald Trump. Ni los cubanos, tan dados a las quinielas, se atreven con lo impredecible.

Un grupo de expertos de la Isla, flanqueados por dos estadounidenses, se reunió en La Habana en Ultimo jueves, un foro que organiza la revista Temas.

La cita mensual es uno de los escasos respiraderos para la polémica que el mundo académico ha logrado proteger por años y donde el público, a veces catártico y fantasioso, se expresa con total libertad.

Casi 140 curiosos, entre ellos decenas de rubicundos estudiantes universitarios de Tulane y Cincinnati quisieron asomarse a cuál será el rumbo de la política estadounidense hacia Cuba, a poco más de cuatro meses de la ¿primera? temporada Trump.

Para muchos, el foro –una hora de exposición y otra de debate– terminó rozando la perplejidad. Con certeza, solo salieron con un manojo de pistas. Todas válidas, ninguna dominante. He aquí un posible decálogo extraído de las intervenciones de los panelistas:

1. En la Isla se manejan dos enfoques del diferendo Cuba-EE:UU. El primero conjetura que el contenido de las relaciones bilaterales no ha cambiado en su esencia atávica, sino solo en las formas, puesto que Washington intenta conseguir por otros medios la reconquista de la Isla –perviven la base naval de Guantánamo y la ley Helms-Burton–  y el gobierno cubano se reposiciona en su lógica soberanista como parte del interés nacional. Dentro de esa corriente, se percibe que la administración Trump es portadora de una ideología que clausura toda perspectiva de progreso, precondiciona la normalización a concesiones cubanas y tiende al retroceso de lo avanzado entre ambos gobiernos durante la gestión Obama. Entretanto, la ultraderecha cubanoamericana continúa fiscalizando la política hacia Cuba e impone límites a cualquier expansión. El segundo enfoque resalta que por primera vez en cerca de sesenta años se construye un escenario inédito, donde ambas naciones renuncian al enfrentamiento mediante el uso de la fuerza y privilegian la diplomacia para dirimir sus diferencias. En tal sentido, se han firmado más de una veintena de acuerdos en áreas mutuamente sensibles, entre ellas varias que incumben a la seguridad nacional. Aunque el bloqueo continúa en pie, alega esta corriente de pensamiento, sus cuerdas han sido aflojadas en materia de remesas, visitas de estadounidenses, licencias para aerolíneas y telecomunicaciones, administración hotelera, crucerismo y exportación de medicamentos de alto valor agregado hacia Estados Unidos. A 125 días de la toma de posesión de Donald Trump, fecha de referencia del panel, tal estado de cosas ha sido respetado.

2. Los factores objetivos, más allá de las veleidades presidenciales y el aumento del nivel de incertidumbre, condicionan la tendencia de las relaciones bilaterales entre Cuba y EE.UU., las cuales se moverán de acuerdo con el cauce de la realpolitik que hará difícil, cuando no inviable, el replanteo de un escenario de confrontación militar.

3. Existen intereses compartidos no descartables dada la vecindad, las zonas de explotación económica en el Golfo, los mercados apetecibles y complementarios y la numerosa comunidad cubana en territorio estadounidense, protagonista de un intenso ajetreo entre las dos orillas que está afianzando al empresariado no estatal de la Isla.

4.-Actualmente Cuba no es una prioridad para la administración Trump, por tanto hay una devaluación del caso con respecto a la administración Obama y una afectación de las cotas de diálogo. Por demás, la agenda de la Casa Blanca está muy embrollada en una trama de escándalos internos y una gama de desafíos externos potenciados por los deslices del ejecutivo estadounidense.

5.-Por un lado, el presidente norteamericano se mueve como un adversario en el discurso –así lo confirma su mensaje por el 20 de mayo, nacimiento en 1902 de la república tutelada de Cuba– pero por otro, hace la vista gorda ante la cascada de acciones empresariales, visita de políticos e iniciativas congresionales que están –work in progress– enchufando a la isla con Estados Unidos. Se evidencia, hasta el momento, lo que en política y economía se conoce como un laissez faire (dejar hacer).

6. La sociedad cubana estaría mejor preparada, en tantos años de resistencia y cultura nacionalista, para asimilar, en un escenario distendido, la enorme seducción que supondría una invasión estadounidense en términos de turismo, comercio, inversiones e industria del entretenimiento.

7. Cuba, como ningún otro país latinoamericano y caribeño, es el socio más competitivo y leal para Washington en la lucha contra el narcotráfico en la región, impidiendo que la Isla se convierta en una plataforma de tránsito o de exportaciones directas o triangulares de estupefacientes hacia el mayor mercado consumidor del mundo, que es Estados Unidos.

8. El proceso de normalización necesita de la confianza mutua y de la toma de riesgos por los dos gobiernos. Al mismo tiempo, Cuba y Estados Unidos remolcan contradicciones antagónicas históricas que no serán resueltas fácilmente ni aun en el mejor escenario posible.

9. El llamado efecto demostración, a partir de la reasunción de las relaciones bilaterales en 2014, permitió un cambio de política de la Unión Europea hacia Cuba y actualizó el interés geopolítico de grandes potencias por conseguir tajadas de influencia en la mayor plaza insular del Caribe, que, al mismo tiempo, obtendría más facilidades de inserción dentro del prevaleciente mercado mundial capitalista. Una Cuba –que en 2016 tuvo números rojos— exitosamente económica, sería más respetada por las élites estadounidenses.

10. La desaceleración en el ritmo de las reformas cubanas no se correlaciona con el actual gradiente de incertidumbre con Estados Unidos, ni tampoco con el avatar venezolano. Sería un error estratégico acoplar los cambios en la Isla al desenvolvimiento de las relaciones con Washington o con aliados regionales, toda vez que se trata de un asunto de política interna con exigencias domésticas, por añadidura, sometidas a las tensiones de un inminente e inédito traspaso generacional de liderazgo en el que habría que modificar los dispositivos de consenso y legitimidad.

El crecimiento económico cubano no depende de Washington

En una hipotética operación de cronometría política, cuando terminaba el foro de Último jueves en La Habana, en Washington un grupo bipartidista conformado por 52 legisladores presentó una iniciativa ante el Congreso pidiendo que se levante la prohibición de viajes a Cuba que pende sobre los estadounidenses.

Pese a las restricciones y en plena temporada Trump, entre enero y abril de este año llegaron a la isla 218 731 estadounidenses, amén de los cubanoamericanos, lo que supone 230 por ciento  de incremento con respecto a 2016. En caso de suprimirse las cortapisas, se calcula para 2020 que dos millones de turistas de Estados Unidos pongan los pies y los dólares en la otrora isla prohibida.

Norwegian Cruise Line extiende su oferta del destino Cuba

Panelistas: Jesús Arboleya, investigador y ex diplomático en ONU; José Arbesú, ex jefe de la sección de intereses de Cuba en Washington; Gail Reed, fundadora de la institución MEDICC (Medical Education Cooperation with Cuba) y actual directora de la revista homónima; Sergio Gómez, editor jefe de Internacionales del periódico Granma; y John Mac Auliff, coordinador del proyecto de intercambio People to People. Moderador: Rafael Hernández, politólogo y director de Temas.

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