¿Edificios por cuenta propia?

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Desde su tercer piso, Olga ha visto elevarse sobre la cubierta de una casa vecina una planta tras otra, hasta sobrepasar la altura de la suya. Una armazón poco uniforme de hormigón, ahíta de ventanas y puertas de hierro, con cristales como cobertura.

“Eso comenzó hace cuatro o cinco años, no más. Todos los que viven ahí son familia”, explica la residente de la zona desde hace tres décadas.

El edificio de varias plantas improvisado por los vecinos se yergue en un lugar céntrico de la ciudad de Pinar del Río. Arabescos de hierro, como adornos, antenas, tanques de abastecimiento de agua, completan el abigarrado conjunto habitacional. Hasta una cómoda terraza con sillones para observar la vista citadina.

“Yo imagino que hayan pedido permiso para hacer todo eso. A veces me parece que con un ciclón se va a caer, porque veo cosas materiales endebles”, cuenta Olga, quien comenzó a vivir en el barrio cuando su hijo apenas tenía un año de vida.

Días antes, un arquitecto de la comunidad, a quien llamaremos Juan, compartió sus ideas sobre lo que se ha dado en llamar “Crecimiento espontáneo”. Con su experiencia de muchos años atendiendo la población, conoce parte de la historia no contada alrededor de este suceso, la cual deberíamos rastrear un par de décadas hacia atrás.

“Siempre existieron los planes de desarrollo urbano, con las zonas de desarrollo de viviendas, que se hicieron áreas y repartos como El Calero, porque en el centro no existían los terrenos para esto. Esto fue, normalmente, donde se suele hacer, en la periferia. Pero se detuvo con el Período Especial, porque se perdieron las zonas industriales donde se fabricaban estos elementos para las obras”, recuerda.

Para él, se han deteriorado la imagen y valores patrimoniales, con este fenómeno que escapa a una planificación a gran escala, a pesar de la autorización que poseen sus habitantes.

Aquel desarrollo ordenado del siglo pasado sufrió severos golpes con la llegada de la década de los noventa. Ante este escenario, apareció la gestión propia de los habitantes, en definitiva, los principales transformadores del espacio. En ocasiones, con autorización previa y otras con la legalización a posteriori de las labores. Muchas edificaciones ya sobrepasan la segunda planta tradicional, para aventurarse, incluso, hasta la cuarta.

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Foto: Eduardo González.

“Normalmente, esto de crecer hacia arriba es positivo, porque vivimos en una Isla y no tenemos toda la tierra disponible. Esto ayuda a que los asentamientos no se extiendan tanto. El terreno urbano es muy valioso y debe en una infraestructura, con un costo grande en acueducto y alcantarillado, sistemas de drenaje y transporte público. Desgraciadamente a veces, por la manera en que especulamos con el suelo, no crecen en los lugares que quisiéramos que lo hicieran”, opina Abel, otro arquitecto con muchos años de experiencia.

Al recorrer el asentamiento, se observan varios de estos inmuebles con tres y cuatro pisos. Algunas muestran cercas encima, que delimitan los bordes; pequeños cuartos de desahogo y otros espacios con diferentes funciones. Con los beneficios de la espontaneidad llegaron otros efectos colaterales.

“La gente culpa el bloqueo o el Período Especial. No digo que no sean causantes y que no hayan incrementado el problema, pero influyeron otros factores como la desidia o el “amiguismo”. El poco control y dejar que la gente hiciera lo que quisiera por estas otras razones, incluso en medio de la ciudad, provocaron que esta fuera perdiendo su arquitectura única, sus edificios bellos y su entorno social agradable”.

La búsqueda del cielo implica también, asegurarse de poseer las características óptimas, para que los cimientos soporten el peso de forma adecuada. De lo contrario, sería riesgoso para los implicados.

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Foto: Eduardo González.

El arquitecto Juan explica que antes de crecer en niveles se debe hacer un trámite denominado dictamen de resistencia, que se solicita al arquitecto de la comunidad, fundamentalmente, en estos momentos.

“Primero hay que demostrar que la base acepta algo encima y ahí vienen las limitaciones, porque para eso se necesita ver la cimentación. Hay que abrir huecos y ver si estos están apoyados en el estrato resistente, que no ceda. El arquitecto de la comunidad no posee esos equipos”.

Para resolver el problema, los expertos realizan una inspección ocular. El hormigón avisa de las dificultades presentes, como grietas o rajaduras en techos y paredes. Además, la inspección involucra al propietario, quien, de ser el dueño original, aporta valiosa información.

A simple vista, muchas de estas obras no reflejan la solidez necesaria. A Olga, por ejemplo, le contaron que en su zona antes había mucha agua, casi como si fuese una laguna. Incluso recuerda que, al momento de edificar otro centro cercano, se extrajo bastante agua debajo de la superficie.

“En muchos casos se hicieron sin proyecto. Ocurría que la gente lo hacía de forma ilegal, en muchos casos sin sacar licencia. Los ingenieros y arquitectos “populares”, sin estudios, hacían y deshacían. Eso provoca que se hagan muchas cosas que puedan tener peligro para la vida de las personas”, afirma Juan.

Un recorrido por Pinar del Río permite ver numerosos sitios con estas estructuras. En la carretera a Luis Lazo, una de las vías de salida, se levanta un caso singular. Con tres niveles visibles y un cuarto a medio terminar, los ya existentes se encuentran divididos en seis propiedades distintas.

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Foto: Eduardo González.

“¿Hasta qué punto se hace con calidad y teniendo en cuenta qué es lo que está debajo? Sí, aprovechas el espacio, creces en segundos pisos, tal vez en terceros, pero, ¿qué pasa con las características de las edificaciones, su diseño? Eso crea diferencias entre cada uno y se daña la imagen de la urbe”, señala Abel.

Con sus portales corridos distintivos en el centro, Pinar se ha convertido, lentamente, en un concierto polimorfo, donde conviven las distintas estructuras.

Regular con nuevas normas algo extendido y legalizado, es uno de los aspectos delicados y complicados del asunto.

“Es muy difícil, porque eso conllevaría incluso demoliciones, que no se está en condiciones de hacer. No vas a dejar ahora a esas familias sin casa, que no tienen para dónde ir”, apunta Juan, quien habla de la ausencia de un documento oficial que describa las regulaciones en Pinar del Río.

“Porque no en todos los lugares las disposiciones se aplican por igual. En eso influye también la preparación de las personas que las aplican, pero deben existir documentos, para que la gente pueda entender.”

“Están creados los mecanismos para que las personas hagan las consultas previas, de cómo debería ser la ejecución. Los arquitectos de la comunidad están para mejorar las ideas de la gente. Tienes la oportunidad de hacerlo en una manera coherente y respetando determinados criterios de diseño.

“Pero sucede que cada persona hace las cosas a su manera y eso crea un perfil de la ciudad que no es el que uno quiere. A veces, no es justamente donde se pueden hacer, donde nosotros quisiéramos que se hiciera”, resume Abel.

Sentado en la sala de su hogar, Juan define con rapidez: “Las construcciones son como las personas”. Empirismo y orden; economía y cultura, son matrices definitorias y aviesas, yacentes en cada esquina. Hilos narrativos de las épocas, una bitácora para entender a los pueblos y sus circunstancias particulares.

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