El hijo de Obbatalá siempre dice la verdad

En su obra “casi siempre” hay símbolos ocultos pero prefiere que “la gente los descubra”, porque uno de los propósitos de Manuel Mendive es comunicarse con el espectador y que el público entienda lo que plantea, para que ese intercambio se convierta en íntima conversación: “cuando el espectador más simple –ese que, quizás, no sabe quién es Pablo Picasso– se estremece, yo me entusiasmo. Eso sí es mágico”, dice.

Mendive nació en el capitalino y populoso barrio de Luyanó, el viernes 15 de diciembre de 1944, pero como mejor se siente es en contacto con la tierra, con los animales, con las plantas, y por eso hoy reside en Manto blanco, finca ubicada en la loma de Las peregrinas, en Tapaste, en las afueras de La Habana y “aunque apartado, nunca estoy solo: en Luyanó nací pero aquí renací”.

Pintor, dibujante, escultor, instalacionista, grabador, muralista, escenógrafo, diseñador y artista del performance, es considerado uno de los artistas plásticos cubanos más prestigiosos a nivel nacional e internacional, y colocado –en igual rango– que algunos de los imprescindibles como Servando Cabrera Moreno, Antonia Eiriz, Raúl Martínez o Umberto Peña, lo que lo impulsa a “hacer una buena obra, digna y valerosa para Cuba y para el mundo. No es una carga esa responsabilidad, por el contrario, es una alegría”.

Hijo de Obbatalá, Manuel Mendive –de hablar pausado y reflexivo– afirmó en entrevista exclusiva con OnCuba, que su cosmogonía puede considerarse mágico-religiosa, asentada en varios pilares: la religión yoruba, la vida, la fe, la mística, la bondad, la dulzura y, también, la angustia, y por sobre todo nunca mentir. “siempre digo la verdad, lo que siento”.

Graduado de la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro, en 1963 –en la especialidad de Pintura y Escultura– agradece sobremanera el paso por esa institución que le facilitó “el principio, las bases, los conocimientos, es decir, todas las herramientas que requiere un artista”, al tiempo que recuerda con especial cariño a varios de sus profesores como Fausto Ramos, Silvia Fernández, Florencio Gelabert y Felipe Lorenz, entre otros.

Con solo once años de edad, Mendive ganó un premio en el Concurso Internacional de Pintura Infantil, organizado por la UNESCO de conjunto con la Sociedad Morinaga de Exaltación a la Madre, en Tokio, Japón. La obra premiada se tituló “Mamá” y fue un momento “hermoso y estimulante y constituyó el primer impulso, sobre todo por la repercusión que tuvo; recuerdo que se realizó un acto en el Museo Nacional de Bellas Artes y asistió el entonces embajador de Japón en La Habana”. Luego participó en varios Salones Nacionales de Pintura, Escultura y Dibujo, y en 1968 obtuvo el Premio colectivo “Adam
Montparnasse” a la Joven Pintura, en el prestigioso Salón de Mayo de París, acontecimiento que califica de maravilloso aunque “en Cuba lo obviaron, pero no importa: fui nombrado y escogido. En aquel momento tenía unos veinte y tantos años, fue otro significativo escalón en mi carrera: los aplausos ayudan y los buenos ojos, también. El estímulo es importante y, lamentablemente, no todo el mundo estimula ni sabe hacerlo”.

Mendive es un creador que se caracteriza por trabajar los más variados soportes: desde el tronco de una palma, los poros de un lienzo o la cartulina, confiesa que lo hace “porque la obra lo pide y porque él lo desea”. El cuerpo humano ha sido uno de sus soportes predilectos; el llamado Body art –esa antiquísima tradición que entremezcla la danza y el maquillaje corporal– es muy explotada por Mendive y, aunque está consciente de que es un arte efímero –“¿acaso la vida no lo es?”, se pregunta– subraya que siempre le interesó pintar la piel porque “quería hacer lo mismo que en las culturas antiguas, pero de otra manera, y que mis obras y mi imaginería emergieran del cuerpo de un ser humano para crear otro ser. La piel posee una textura bellísima y es sinónimo de vida. Cada cuerpo tiene una anatomía diferente que te conduce a insinuar imágenes, y cada persona posee una energía particular. Los cuerpos que utilizo no tienen que ser esbeltos —los hay más gruesos, más jóvenes o más viejos, todos están llenos de belleza”.

Entre varios continentes visitados por él, África es un lugar especial: países como Benín, Ghana, Nigeria, Zambia, Angola, Mozambique y Egipto, entre muchos otros, lo han acogido; ahí están algunas de nuestras raíces, y opina que, a pesar de haber diferencias, la esencia es la misma. “El sentimiento es el mismo, pero lo que más me interesa es la relación que existe: el cuerpo, la piel, el color, la vegetación, los animales, los conceptos, la poesía… todo se mezcla. Nunca me siento extraño ni extranjero en ningún país porque creo que todo el mundo entiende mi arte. Cuando estuve en Rusia fue así, al igual que cuando anduve por África o por Japón, o Egipto o Francia o Italia o Estados Unidos… Me comunico a través de mi arte y eso es algo conmovedor, pero al mismo tiempo me siento atado a mi tierra –que es luz–; el cantío del gallo, los animales, las palmeras, la vegetación, el trino del sinsonte y la gente buena: sin eso no puedo vivir”, concluye.

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