Ernesto García Peña: pintar el cuerpo

Su más reciente exposición es, según sus propias palabras, “un homenaje, creo, al ser humano que habita en cada cuerpo”.

Visual, 2019. Ernesto García Peña. Foto: Otmaro Rodríguez.

Cuerpo, a secas, es el título de la más reciente exposición personal del pintor, grabador y dibujante Ernesto García Peña, artista que en 1965 se graduó de la Escuela para Instructores de Arte, a la que accedió con apenas doce años. “Cuando llegué al hotel Comodoro, donde estaba esa academia, era un niño muy tímido, apegado a mi familia. Chocar con un medio totalmente diferente, con tantos otros muchachos interesados en superarse, fue un deslumbramiento que agradeceré siempre”.

Y de ese muchacho tímido, que nació en Matanzas en 1949, quedan algunos remanentes. García Peña mantiene una mirada expectante y sorprendida ante su propia obra y, casi con rubor, asegura que Cuerpo es un homenaje “a sí mismo” en su cumpleaños 70, “a su generación” –reconocida como la de los 70– y también a su familia que ha sido “sostén y apoyo” determinantes.

El Centro Hispanoamericano de Cultura –perteneciente a la Oficina del Historiador de La Habana y ubicado en el emblemático malecón habanero– ha sido el sitio escogido para Cuerpo, exposición personal de Ernesto García Peña (cerca de una veintena de piezas) que exhibe como denominador común una paleta comprimida y un formato en su mayoría cuadrado, lo cual confiere homogeneidad y coherencia a la muestra.

Ernesto García Peña. Foto: Otmaro Rodríguez.

Según comentó García Peña, en entrevista con OnCuba, la exposición nace a partir de la “necesidad y el compromiso que tiene el artista de mostrar lo que está haciendo”, pero –asegura– “pesó la exigencia de muchas amigas y amigos”, además de una deuda necesaria a saldar: “dedicar al medio milenio de nuestra Habana, una ciudad a la que me siento estrechamente ligado”.

Si se analiza con detenimiento cada una de las obras, se puede deducir que este reconocido creador, se propuso con Cuerpo una ruptura dentro de su propia obra, y a la vez una continuidad. La dualidad vigoriza la intención de ser cada vez más directo, más simple… tal vez, más esencial: “es un homenaje, creo, al ser humano que habita en cada cuerpo”. Ahí podemos hallar una de las claves.

Otra de las peculiaridades que distinguen esta propuesta es que, en vez de cuerpos expuestos íntegramente casi siempre en posiciones no anatómicas, aquí aparecen fragmentos de él como unos dedos, una oreja…

“El ser humano es quien ha hecho posible el surgimiento de la civilización en un espacio físico y por eso, creo importante no excluir la ciudad, ¿qué seríamos sin las mentes maravillosas que han poblado La Habana?”, acota.

Asegura García Peña que el pie forzado de cada exposición lo obliga a “estudiar, a investigar, a trabajar con más pasión” e igualmente a entregarse y, sobre todo, autocuestionarse. Y subraya que no estaría satisfecho si el espectador no sintiera nada frente a la obra, si no se conmoviera: “no tendría sentido. Por suerte para mí las personas identifican mi trabajo y dicen ‘eso es de García Peña’ aunque no esté firmado, por eso creo que algo de mi espíritu es palpable en mis obras”.

Nube, 2019. Ernesto García Peña. Foto: Otmaro Rodríguez.

En Cuerpo, los claroscuros van marcando pautas y el color se insinúa menos que en anteriores exposiciones por lo que se agudiza un gran dilema para este artista: comunicar a través de fragmentos. La maestría de García Peña, que la tiene, es algo que agradece a quienes en su juventud le dieron las primeras herramientas: sus maestros, Fayad Jamís, Fernando Luis, Antonia Eiriz, Antonio Vidal, Adigio Benítez, Orlando Llanes, y otro grupo de profesores (argentinos, polacos, alemanes y checos) que en la década de los años setenta y ochenta vinieron a la Isla a enseñar, a brindar sus respectivas experiencias y a compartir saberes.

Todo ese caudal que heredó –junto al oficio que ejerce día a día con denuedo– le ha servido para poseer una mano entrenada que le permite moverse con comodidad entre los grandes, medianos y pequeños formatos, algo para lo que hay que estar muy bien preparado: “existe la tendencia –desde que uno es estudiante y que no ha disminuido con el paso del tiempo– de querer hacer trabajos en grandes formatos lo cual es riquísimo y placentero, pero hay obras que quedan bien en grandes formato; otras no”.

Como telaraña, 2019. Ernesto García Peña. Foto: Otmaro Rodríguez.

Por otro lado, explica: “la vida te enseña que las piezas hay que concebirlas pensando dónde van serán expuestas o colocadas. No haces nada con realizar obras grandes para luego esconderlas o guardarlas porque no hay paredes donde colocarlas. Eso hay que meditarlo, porque la vida impone sus reglas lógicas”.

Un elemento imprescindible a tener en cuenta cuando se analiza la obra de García Peña es que, durante un largo período de tiempo, produjo un cúmulo de litografías en el Taller Experimental de Gráfica de La Habana y esa manifestación obliga a reducir las dimensiones y la manera de dominar el espacio.

Aunque es un creador de larga data, Ernesto García Peña está todo el tiempo violentándose, dinamitándose a sí mismo: así su obra crece. El mejor ejemplo es Cuerpo, una manera de renunciar a la dañina zona de confort que, obviamente, no es lo de él.

Insinuaciones, 2019. Ernesto García Peña. Foto: Otmaro Rodríguez.
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