Galerías de arte en Cuba: ¿negocio, pecado, privilegio, necesidad?

El status de estos espacios en el país sigue sin ser del todo legal, aunque varias instalaciones de concepto “similar” existen y persisten en la Isla.

Obra del cubano Yoan Capote en la galería Factoría Habana, durante la XIII Bienal de La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.

Obra del cubano Yoan Capote en la galería Factoría Habana, durante la XIII Bienal de La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez.

Hace tan solo unos meses en Cuba fue anunciado un grupo de medidas regulatorias para la actividad del sector privado, donde el Estado cubano definía una serie de actividades prohibidas y una inmensa lista de trabajos permitidos para este circuito. 

Entre las 124 actividades donde no se permite el trabajo por cuenta propia, según el Clasificador Nacional de Actividades Económicas (CNAE), se encuentran las de galerías de arte comerciales; así como la gestión de este tipo de espacios y las actividades de programación cultural relacionadas con las artes plásticas.

Básicamente, este marco limita toda gestión relacionada con las artes visuales que involucre a actores privados, fuera de los mecanismos establecidos por el Ministerio de Cultura. Tales mecanismos por lo general son producidos a través del Fondo Cubano de Bienes Culturales (FCBC), de conjunto con el Consejo Nacional de Artes Plásticas (CNAP) y la empresa Génesis.

Sin embargo, el Decreto-Ley número 106 de la condición laboral y la comercialización de las obras del creador de artes plásticas y aplicadas de 1988, reconoce al creador de obras de artes plásticas que “trabaje en forma independiente o realice la creación artística sin perjuicio de su vinculación laboral a una entidad”, con el propósito de “consignar las vías para su protección y apoyo, así como las normas básicas que regularán la comercialización de dichas obras”.

Visto de esta manera, los artistas cubanos pueden comercializar su obra en las entidades designadas por el Ministerio de Cultura para el mencionado fin, puesto que este Decreto-Ley establece que “La entidad comercializadora podrá crear talleres de producción artística, salones de exposición y venta y cualquier otro tipo de establecimiento, para la ampliación de las posibilidades de comercialización de las obras de los creadores artísticos”.

Es precisamente aquí donde empiezan los problemas, aunque también parte de las soluciones y subterfugios que han encontrado los artistas en los últimos tiempos para poder comercializar su obra en la Isla, en un mercado casi inexistente en el país.

Ante la casi nula presencia de galerías comerciales reconocidas legalmente, el acápite de “talleres de producción artística” mencionado anteriormente ha resultado un bálsamo no solo para los artistas, también para comisarios y galeristas del país no asociados a las instituciones estatales, para emprender sus negocios bajo este amparo legal, aunque es válido aclarar que estos estudios-talleres; galerías-talleres, o como decidan denominarlos sus dueños, operan bajo el amparo del FCBC, con mayor o menor grado de relación de esta entidad.

Bienal de La Habana: por un arte sin exclusiones

El mercado del arte cubano aun no logra despegar del todo, a pesar de que lleva más de tres décadas buscando alternativas para su consolidación. Haciendo un poco de historia, con la llegada de la Bienal de La Habana en 1984, y luego con el decreto antes citado, en 1988, de conjunto con la crisis económica que empieza a afectar a Cuba a partir de los 90 del pasado siglo, se dan los primeros pasos hacia la formación de un incipiente mercado del arte nacional. Eso sí, siempre a través de compradores y coleccionistas extranjeros, muchos de Estados Unidos. Estos compradores fueron (re)descubriendo el arte cubano a través de aquellas primeras bienales y luego, como buenos pescadores en río revuelto, aprovecharon la crisis financiera del país en la última década del pasado siglo para apropiarse, a precios módicos, de obras de destacados artistas cubanos, algunos de la vanguardia y también de piezas de creadores de la generación del 80, que daba sus primeros pasos en el mundo expositivo.

Víctor Gómez: “Miami se ha convertido en una metrópolis de arte”

En paralelo, el sistema de galerías del Estado comenzó también a dar sus primeros pasos para la comercialización con la creación, en 2001, de la red de galerías de Génesis, y al año siguiente con las Subastas Habana, que se mantuvieron con bastante constancia durante poco más de 10 años, y que, no obstante, dejó de realizarse bajo circunstancias aun no esclarecidas del todo.

Fue precisamente en ese boom del mercado del arte foráneo que comenzaron a surgir los primeros espacios privados en el país (Estudio Figuera-Vives, Avistamiento, entre otros), un movimiento que fue incrementándose con la “era Obama” y la apertura al turismo norteamericano, que permitió una mayor presencia de este tipo de espacios, si bien este impulso duró poco con la llegada de Trump a la presidencia y las medidas que limitaban el arribo de viajeros estadounidenses a la Isla. 

Más allá de los artistas establecidos en circuitos del mercado del arte internacional (los menos) y de los coleccionistas conocedores del entorno de las artes visuales nacionales, en Cuba carecemos no solo de un ecosistema de galerías comerciales, sino que tampoco tenemos un mercado del arte nacional estructurado, y no me refiero solamente a la infraestructura y obras de artistas; también a los compradores.

Cheng Xindong, el galerista chino que “comió cangrejo” con el arte cubano

Aquí radica otra de las principales carencias del casi invisible mercado del arte en el país. No podemos aspirar a una sistematicidad de clientes nacionales sin un circuito establecido de galerías, con ofertas para todos los gustos y bolsillos, pues sabemos que el arte es caro, un lujo en ciertos circuitos, pero con los recursos y mecanismos establecidos para su comercialización, tampoco tiene que ser inalcanzable.

Vayamos más allá del coleccionista establecido, del empresario inversor o del turista con la solvencia suficiente para pagar un cuadro en miles de dólares, ¿por qué un cubano no puede adquirir originales de los artistas a los que sigue y admira? No hablamos de una pintura de Tomás Sánchez, ni de un Fabelo, ni de un Sosabravo, ni de una escultura de Pedro Pablo Oliva o Agustín Cárdenas ni tampoco de una obra de Carlos Garaicoa, por mencionar algunos ejemplos de artistas cotizados y de prestigio, pero existen cientos de artistas más accesibles, económicamente hablando, con un repertorio (pintura, serigrafía, grabado, escultura o instalación) interesante que no se encuentra disponible o lo suficientemente promocionado en los espacios establecidos por el Estado hoy. 

Así comenzaron a labrar su registro muchos coleccionistas, una posibilidad con la cual no contamos ahora mismo y que se hace necesaria para desperezar el panorama de las artes visuales del país, bastante adormilado por la falta de propuestas atractivas por buena parte de las instituciones estatales.

Una apertura en el ámbito galerístico nacional sería una excelente noticia ante la llegada de la próxima Bienal de La Habana, también para despertar mayor interés en un evento venido a menos en los últimos tiempos, a causa de una curaduría desorganizada y desequilibrada, con propuestas poco atractivas para el público que busca lo mejor del panorama visual nacional e internacional en este tipo de eventos.

La posibilidad y garantía para el artista de poder exponer y comercializar su obra con cierta regularidad en un espacio, sería otro aliciente para los jóvenes creadores no establecidos en el mercado, y también para aquellos con más años de carrera, quienes ante la ausencia de galerías comerciales en el país solo pueden recurrir a dos opciones: menospreciar su obra cualitativa y cuantitativamente en búsqueda de una mayor adquisición monetaria, o subsistir promocionando su trabajo en redes sociales a la caza del mejor postor.

Ya en los últimos tiempos hemos visto incluso la creación de espacios alternativos para la promoción de arte cubano en el entorno digital, con galerías virtuales, NFT y otros espacios alternativos a las instalaciones tradicionales, otra alternativa poco explotada por el FCBC o el CNAP, aunque es válido destacar algunas colaboraciones recientes de las instituciones estatales con entidades privadas en estos tiempos de pandemia y aislamiento físico.

Clit Splash: un proyecto feminista para artistas digitales cubanos

El mercado de arte cubano no cambiará de golpe y porrazo, ni con la mágica aparición de galerías en cada rincón del país. El arte, me decía una amiga, no se vende como se venden croquetas en un puesto de fritas, lleva un trabajo serio y cuidadoso para que todos tengan su espacio, acorde a los intereses del galerista y de los artistas de su nómina.

Tampoco se trata de sectas o círculos de algunos privilegiados, la idea es concebir espacios para cada manifestación dentro de las artes visuales, atendiendo criterios de edad, estilos y también, no se puede negar, relaciones personales entre los implicados.

Si no damos este paso en este momento de crisis y de relativa apertura económica, tendremos que esperar (una vez más), a depender de la buena voluntad y perspicacia de personas —ajenas o no— al arte cubano, limitando, a quienes vivimos en el país, a solo poder apreciar el arte desde las paredes ajenas.

Salir de la versión móvil