Hay ciudades permanentes, que no duermen. Por ejemplo en Nueva York o Buenos Aires, dicen, no hay mucha diferencia entre las 9 de la mañana y las 9 de la noche. Pero La Habana de noche se vuelve otra ciudad, con un ritmo muy distinto. Cambia el transporte, el movimiento, la vida. La oscuridad se traga todo excepto algunas luces.
Discretos clubes nocturnos abren sus puertas y la gente va a bailar, tomar un trago o compartir con amigos. Es también la hora del teatro, los conciertos y las fiestas.
El transporte público mengua. La temida confronta cae, las guaguas disminuyen en horas su frecuencia en la madrugada. El taxi aumentará su tarifa del día, a veces a mucho más que el doble.
La hora de reposo de muchos, es la de otra ciudad que empieza a vivir entonces. Cazadores de turistas, músicos ambulantes, guardias y custodios, enfermeras y médicos de guardia. También hay, cómo no, algunos “antisociales” la prefieren para caminar.