Hybris

Foto: Ivan2010.

Foto: Ivan2010.

En los años 50 del siglo pasado la arquitectura moderna ingresó al panorama visual habanero con estructuras diseñadas, en lo fundamental, por profesionales criollos que pusieron muy en alto sus nombres y dignificaron su oficio, acaso como nunca antes.

A tres cuadras del corazón de La Habana, esta vez no determinado por el Prado, sino por la cinco cuadras que integran La Rampa (y su alrededores), el Retiro Odontológico (1953) –actual Facultad de Economía–, de Antonio Quintana Simonetti, marcó un punto importante en el despliegue de la modernidad; el Focsa (1956), de Ernesto Gómez Sampera, en 17 y N, fue el pionero de los edificios de la línea costera y, al cabo, una de las siete maravillas de la arquitectura nacional; luego sobrevinieron el Seguro Médico (1955-1958), del propio Quintana Simonetti, con la colaboración de notables arquitectos del patio; el hotel Capri (1957), de José Canavés Ugalde y, finalmente, el Habana Hilton (1958), encabalgamiento de Welton Becket Associates con la firma cubana Arroyo y Menéndez, obra sin paralelo regional a cuya inauguración asistió el propio Conrad Hilton, no sin la correspondiente foto con Batista detrás la maqueta.

Se decidió iniciar La Rampa en las calles 23 y L con un complejo cultural y de negocios diseñado tras el famoso Radio City de Nueva York. Y en particular con el cine Warner –después Radio Centro, y por último Yara– con capacidad para 1,700 personas. Aquí se llegaría a exhibir la primera película en Cinerama, tecnología estrenada en el vecino del Norte en 1952.

Más abajo, antes de llegar a Malecón, en 23 entre O y P hicieron otro cine, esta vez diseñado por Gustavo Botet. Al principio fue un local de Boleras Tony, pero lo readecuaron para su utilización como tal. Ahí se dio a conocer en 1957 el sistema Todd-AO, concebido para competir con Cinerama, con la exhibición de La vuelta al mundo en 80 días (1956) y las actuaciones estelares de David Niven y Mario Moreno, Cantinflas. Restaurantes, tiendas, oficinas de líneas aéreas y bancos –algunos al servicio de la mafia una vez logrado el sueño de aliarse con los poderes establecidos–, reforzaban el carácter cosmopolita del área y, por extensión, de La Habana misma.

Ese mismo espíritu de modernidad fue el que condujo, años después, al arquitecto cubano Mario Girona a diseñar la heladería Coppelia (1966), punto de referencia que ha trascendido las fronteras nacionales, no ya por sus sabores diezmados, ni por la decadencia del servicio, ni por el primer encuentro de los personajes de Fresa y chocolate (1993), sino por su belleza misma, funcionalidad y armonía con el entorno.

Si la dinámica tradición / renovación / ruptura caracteriza en efecto al verdadero arte, Coppelia sin dudas constituye un ejemplo viviente de que las tres categorías resultan conjugables sin caer en eso que los griegos llamaron hybris. Por esa razón, entre otras, los cubanos de hoy debemos agradecer que se haya levantado en los terrenos donde originalmente estuvo el hospital Reina Mercedes (1886), en los que una vez se quiso construir un edificio de 50 plantas, al final desestimado. Recuerda el memorioso Ciro Bianchi:

Una compañía constructora se empeñó en edificar allí un hotel de quinientas habitaciones. El triunfo de la Revolución tronchó el proyecto, y en el espacio del demolido hospital [Reina] Mercedes se construyó un centro turístico con lagos y montañas artificiales, escenario flotante, bar, cafetería y restaurante para quinientos comensales. […] Ese centro turístico no progresó y dio paso a un cabaret que llevó el nombre de “Nocturnal”. Esta fue la época de las tertulias del café “El Gato Tuerto,” el programa “Nocturno” y el ya citado cabaret “Nocturnal” (frente al cine Radiocentro, hoy cine-teatro Yara), donde se reprodujo la Sierra Maestra. En este cabaret actuaba, ya convertido en hombre espectáculo, Bobby Carcassés con la Banda Gigante de Obdulio Morales.

Modelación del hotel, muy cerca del Habana Libre.
Modelación del hotel, muy cerca del Habana Libre.

Acaba de trascender que la Empresa Inmobiliaria Almest planea construir un edificio de 42 pisos y 565 habitaciones en el hueco ubicado detrás de la parada frente a Coppelia, al lado de una cafetería del Grupo Palmares y de un antiguo Tropi Cream donde ahora venden “pan con perro”.

Nada hay de censurable en tratar de modernizar la arquitectura habanera. La pregunta maestra es si valdría la pena cancunizar y no seguir la huella de Varadero, donde las nuevas edificaciones han sido amigables y no han necesitado arañar el cielo. O de la propia capital, en la que experiencias como el Gran Hotel Manzana Kempinsky y el aún no estrenado Packard –ahí, por cierto, se hospedó Marlon Brando durante una breve visita a La Habana en 1956– sugieren un camino del que no habría que desviarse.

Este hotel es esotérico. Disruptivo. Retórico.

Y marcado por la hybris.

Hueco donde se construirá el hotel más alto de La Habana. Fotos: Otmaro Rodríguez.

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