Joel Jover: las bondades de Camus y Sartre

"No hay, en las obra del pintor camagüeyano, un instante para la técnica fácil" / Foto: Cortesía del autor

"No hay, en las obra del pintor camagüeyano, un instante para la técnica fácil" / Foto: Cortesía del autor

Como Kierkegaard, Joel Jover  ha vivido tratando de hallar una verdad para sí, la idea por la cual vivir o morir. Y en esa búsqueda constante de su identidad ha acariciado las tonalidades grises y negras; ha merodeado los límites del color más intenso; ha buscado –incluso en la basura- los materiales para plasmar una tesis. Ha llegado hasta las fronteras del suicidio artístico. Y ha roto consigo mismo una y otra vez, como si se zambullera en una hecatombe depresiva, de la cual, al fin y al cabo, siempre sale absuelto con muchas glorias y pocas penas.

No hay, en las obra del pintor camagüeyano, un instante para la técnica fácil, ni una historia sin técnica propia. Y ello se debe a su formación autodidacta.

Con La generación del Titanic, Joel Jover asisitirá a la próxima  Bienal de La Habana / Foto: Cortesía del autor
Con La generación del Titanic, Joel Jover asisitirá a la próxima Bienal de La Habana / Foto: Cortesía del autor

Expulsado de la escuela provincial de arte en 1969, “por fugarme para unos carnavales”, Joel encontró abrigo en un curso para instructores de la materia, en La Habana, cuando apenas tenía 17 años. Desde entonces ha desbrozado su camino. “La academia te brinda un grupo de habilidades, pero te resuelve los problemas. Lo mío ha sido completamente distinto. Yo he ido inventando mis propios métodos de trabajo de acuerdo a mis proposiciones”.

Y así debe ser, porque en su mesa de trabajo hay desde un tubo de óleo hasta un clavo de línea. Y colgadas en las paredes, o arrinconadas en cualquier esquina del taller, están varias de sus series, dispuestas de esa forma más para alimentar la autoestima de Jover, que para lucirlas a la venta.

"Susana y los viejos"
“Susana y los viejos”

Tiene la impresionante capacidad de no repetirse. Y jamás expone sin antes configurar toda una teoría. “El cuadro es un sistema, y a mí no me interesa impactar a la vista, sino al sentido estético de las personas.  Me gusta elaborar un crucigrama, donde el individuo se vea obligado a pensar la palabra correcta para completar la muestra. La pintura es pura interacción. Es un proceso indescriptible, cuyo resultado es el nacimiento de un elemento nuevo en el planeta”.

Joel Jover cautiva por la sinceridad y el valor de sus hipótesis, incluso las más heterodoxas. Por eso para algunos resulta paradójica su doble condición de pintor y Simulador, un personaje presente en muchas de sus piezas durante más de 30 años.

En realidad Joel no es un santo. Él también es parte de la sociedad donde prima la doble moral, tan cuestionada por su Simulador. Se siente miembro de ella y acepta la hipocresía como condición inherente al género humano. No obstante vive la angustia de encontrar nuevos senderos y códigos para plasmar su denuncia.

De ahí que el Simulador aparezca lo mismo en las ciudades preferidas de Jover, -retratadas sin el folclorismo de las postales turísticas, (Los viajes del simulador)-; o en el mar donde flota o yace una progenitura entera –tal vez su urbe ultramarina, ínsula dentro de una ínsula, (La generación del Titanic)-; y sentado sobre sillas de distintos períodos y diferentes clases sociales, resucitando, cómo no, las miserias de nuestra especie (Los Tronos del simulador, a punto de exhibición).

El Simulador surgió en la década del 80, tras escuchar la canción The Great Pretender, en una película. Esa letra me dio el arma necesaria para discursar sobre la falsedad de la sociedad cubana. La gente pensaba de una forma y actuaba de otra”.

Así vio la luz la exposición El Gran Simulador, donde aparece una caricatura sin rostro, con un antifaz a cada lado. “Solo intentaba recalcar cómo actuar a contracorriente te convierte en un rebelde, un conflictivo, un disidente para la sociedad en su conjunto”.

Desde los días en Puerto Tarafa -un lugar vivo solamente en sus memorias-, hasta la época de su galería colonial, en la Plaza de San Juan de Dios, en Camagüey, Joel Jover no ha logrado apartar lo ¿feo? de sus creaciones.  A veces parece poner en dudas los lienzos ¿impecables?, “donde usted no ve una tachadura, un brochazo de más, demostrando la duda del artista”.

¿Amor a lo feo?

“Cuando regresé para Nuevitas encontré una biblioteca repleta de libros de pensamiento universal. Estos habían sobrevivido al extremismo. Leí muchos títulos del existencialismo. Ellos me ayudaron a desarraigarme de la pintura hedonista y complaciente, que a mí me sabía a mierda. Me propuse ir primero contra el color y después contra el dibujo. Tengo mi guerra personal con lo bonito, no contra la belleza”.

¿Bad Painting, como en Versiones y Diversiones?    

“Sí, al cabo de los años la crítica lo bautizaría como Bad Painting. Versiones y Diversiones fue el inicio. Eran piezas del Renacimiento plasmadas a mi manera. El público se reía de los clásicos,  no del color gris. Entonces muchos funcionarios comenzaron a hablar de mi supuesta actitud pesimista ante la vida”.

-Para esa fecha en Cuba era obligado estar alegre- añado.

-Comentarios así podían traerte grandes problemas- sonríe el maestro mientras sostiene uno de los integrantes de El arte de reciclar el arte. Genial interpretación de la hibridación de las culturas durante su transición a la modernidad, y de la apropiación y uso, por parte de los ciudadanos, del producto final de las artes visuales.

Entre tanto Joel fue encerrándose en su propio destino y en su angustia existencial; tanto como Meursault, su protagonista predilecto: un extranjero en su propio entorno. No llegó a matar árabe alguno –mucho menos a un cubano- pero seguro fue por humanidad y no por falta de ganas. Acudió, sin embargo, algunas veces a la horca. “Se reían de mí y no les gustaba: ¡ah! pues era cuando más yo me divertía. Me superaba para hacerlo cada vez más feo. Además, tampoco sabía hacer otra cosa”.

El café ha descendido hasta el fondo de la taza, y Jover no para de acariciarse el moño o de frotarse su barba de hippie. Estamos en su casa. Entre sus cuadros gigantes y el ladrido de los perros sobresalen los gatos de Ileana Sánchez, y el típico negro cubano, o mejor aún: el Andy Warhol de mis sueños y los de Ileana. (De ella hablaremos con más calma).

“Ileana y yo aprendimos a respetarnos. Nuestras líneas de trabajo son muy distintas pero velamos por el camino del otro. Superamos juntos disímiles obstáculos como artistas. En nuestra generación [la de los 80] primaba el aspecto romántico del arte. Si se vendía era por suerte, y no porque creáramos para un mercado determinado. Solo intentábamos llenarnos espiritualmente. Demoró años el reconocimiento del público”.

¿Qué sucedió en los ´90?

“Apareció el pragmatismo. No pocos jóvenes concebían una idea pensando el destino de la misma. Fueron años duros y algunos olvidaron la militancia artística por tal de sobrevivir. Cobró fuerza el turismo, y con él la banalidad. En mi juventud a las academias iban quienes amaban de verdad el oficio, pues económicamente no traía beneficios. Después de los ´90 mucha gente encontró en el medio una forma de obtener dinero fácil. En Cuba no hay mercado de arte: los cubanos, de forma general, no compran. Mucha gente trabaja solo para vender al extranjero. Así no es válido: no es honesto elaborar pensando en el comprador, ni en la fama. A mi primera exposición fueron ocho personas en total. Y aun así mantuve la línea”.

Ya es tarde en la noche.

-Te acompaño hasta la puerta- me dice.

Caminamos hasta la esquina. Cobra  fuerza la subcultura de tabaco, café, ron y proxenetas en la antigua Plaza de Armas.

-¿Cómo aguantas este mundo, Joel?

-Gracias a las bondades de Camus y Sartre.

Le veo disiparse entre la noche. Deja la ciudad a pie. No se conoce su destino -a excepción, de que se encontrará a sí mismo-, ni el de sus obras de arte -las cuales intenté descifrar este invierno-. Todo ha comenzado nuevamente.

"El cuadro es un sistema, y a mí no me interesa impactar a la vista, sino al sentido estético de las personas"
“El cuadro es un sistema, y a mí no me interesa impactar a la vista, sino al sentido estético de las personas”
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