La historia en plomo: guerreros en la vitrina

Foto: Angel Marqués Dolz

Foto: Angel Marqués Dolz

 

Un destacamento militar esperaba a Barack Obama a su arribo a La Habana. A la partida del Presidente, tres días después, permanecía en la ciudad y aún hoy lo hace. ¿Por qué nadie ha denunciado el hecho, es acaso una nueva y secreta ocupación?

No. Es una antigua diversión. Son soldaditos de plomo.

Un estático teatro de operaciones se exhibe en un escaparate de la calle Muralla, a unos pasos de la Plaza Vieja, a cualquiera hora atestada de turistas y aromas culinarios.

En una vitrina bien lustrada conviven guerrilleros del Ejército Rebelde, mambises del Ejército Libertador, “rayadillos” –tropas realistas españolas– y regulares de infantería de marina de Estados Unidos, que actuaron en la guerra finisecular que expulsó a España de los restos de su imperio en América y en Asia, consiguiendo con ello el control de Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam.

La historia, a la que tanto Obama pide pasar página, se reencarna en piezas plomizas, cuya mudez, para algunos, no acalla su energía simbólica.

La escena no es una celada para cazadores de segundas lecturas. Tampoco un guiño mercantil. Es pura casualidad. La Casa del Soldadito de Plomo, como se nombra esta tienda que pasa casi inadvertida para el viandante, ofrece botones de muestra de varios ejércitos- el vistoso napoleónico es uno de los preferidos- desde hace varios años.

“Con la visita de Obama se incrementó un poquito la venta, pero no lo que se pensaba”, contabiliza Rudy Izquierdo, quien talla las miniaturas hace siete años, un oficio que aprendió de manos de un experimentado artesano.

Magalys Mesa, una de las dos pintoras que colorean las piezas, pone humor a la visita presidencial. “Si lo veía, lo primero que le iba a decir es que si podía resolver unos pincelitos”.

Manos amigas

Tanto ella, como su colega de labores, Susana Gutiérrez, no están cruzadas de brazos gracias a la solidaridad de los clientes.

Recientemente uno de ellos envió un juego de pinceles Kolinsky. Son los mejores y por tanto los más caros. Rondan los veinte euros cada uno. Su exquisitez proviene del pelo de marta Kolinsky, un animal que vive en el extremo norte de Rusia y en Mongolia. Por su suavidad y elasticidad, la cerda nunca pierde la forma tras su uso.

“Es una maravilla para trabajar con acrílicos”, resalta Gutiérrez, mostrando a su vez un frasco de ese material en color blanco, fabricado por la industria española.

Los pinceles suelen tener una vida útil de un par de meses. Las decoradoras la alargan y la alargan hasta el límite de lo permisible: aún pintan con un solo pelo.

Excepto la fundición de las piezas, en una aleación de plomo y estaño, todo el proceso se realiza en El Soldadito de Plomo, que pertenece a la compañía Habaguanex y es la única tienda de su tipo en la Isla.

Foto: Angel Marqués Dolz
Foto: Angel Marqués Dolz

Precios, costos y burocracia

La mayor dificultad es la obtención de las resinas para hacer el molde original. Son importadas. “Como no somos una tienda rentable, imagínate…”, advierte Izquierdo, cuyas reproducciones las toma de catálogos extranjeros, también facilitados por clientes.

Las piezas se venden individualmente. La banda promedio de precios comienza en 6.25 cuc y termina en 15 cuc para miniaturas de 54 milímetros. Cuando pasan a 70 milímetros, el precio sube a 7.25 cuc y si la figurilla llega a los 90 milímetros, como es el caso de la serie dedicada al ejército español de comienzos del siglo XX, entonces el importe trepa a 9.60 cuc, casi la tercera parte del salario promedio en Cuba. Es una serie de cinco piezas que portan el tamboril, bastón de mando, espada, fusil y bandera, “que los turistas la compran muy bien”.

Diseñada para el mercado extranjero, la gama de precios aún no cubre los egresos en materia de salarios, pinceles, pinturas, goma, plomo, resinas y otros insumos. “La venta no acompaña los gastos”, confirma a OnCuba Mariné Velásquez, la solícita vendedora del comercio.

“El precio lo pone Habaguanex”, agrega el tallador. Sus iniciativas artesanales abarcan, entre otras, la ceremonia del cañonazo de las nueve, la más antigua tradición militar de La Habana, y la caída en combate del general independentista Antonio Maceo, “que lleva nueve soldados y un caballo”.

Igual proyecta hacer réplicas de mujeres insignes de la historia nacional, entre ellas Mariana Grajales, considerada la madre de la patria, o de Tania la guerrilla, Tamara Bunke, la argentina de origen alemán que murió durante la campaña boliviana de Ernesto Che Guevara.

Hasta el momento, Habaguanex no ha fijado la ficha de costo para tales emprendimientos, por tanto han quedado en la estacada mental de Izquierdo.

Un Che con su brazo en cabestrillo, un Martí con levita negra, un Hemingway en bermudas y vara de pescar en mano; también un Chaplin tocado con su bombín, son algunas individualidades que rompen la anonimia del conjunto.

¿Por qué no hay réplicas de Elpidio Valdés? “Imagino que es mucho el papeleo para que lo aprueben”, especula Mariné Velázquez, echando en falta al más icónico personaje de la animación y la historieta cubanas, salido de la fantasía del cineasta y dibujante Juan Padrón en los años setenta.

Foto: Angel Marqués Dolz
Foto: Angel Marqués Dolz

Ejercicios de paciencia

“Ese trabajo de ellas es muy fino y delicado”, asegura Rudy Izquierdo. Tanto Magalys como Susana comenzaron hace más de veinticinco años en el decorado de diminutas reproducciones. Lo hicieron para una firma con capital italiano que ya desapareció y luego en la Casa de la Miniatura, a un costado de la Plaza de la Catedral.

El tiempo de pintura depende de la complejidad de la pieza. “Los rayadillos demoran un poquito más, los pinceles son tres cero, muy finitos, para hacerle las listillas al uniforme”, describe Magalys Mesa, versada en el arte de hacer filigranas mediante un pulso de hierro.

Si las figurillas son cromáticamente menos enrevesadas, como los barbudos de la Sierra Maestra con su uniforme verdeolivo, entonces la productividad aumenta a cuatro piezas por jornada.

“Hay unos que son bien complejos y te atormentan un poquito más”, aclara Susana Gutiérrez y pone por caso a los efectivos napoléonicos de infantería, muy apreciados por coleccionistas de un oficio que se originó a fines del siglo XVIII en Nuremberg, Bavaria, cuando Johann Gottfried Hilpert, protegido de Federico II de Prusia, fabricara los primeros soldados de plomo, similares a los que conocemos hoy día.

Ambas retocadoras se describen como personas pacientes, calmadas, meticulosas. Cuando comenzaron en el oficio, ni usaban lentes. Ahora no pueden prescindir de ellos, ni tampoco de un brazo mecánico con lupa. “Las cervicales también se resienten, la vista se cansa, da dolor de cabeza. Yo llego a mi casa y no quiero ni cocinar”, espeta Magalys.

Foto: Angel Marqués Dolz
Foto: Angel Marqués Dolz

La historia sale de la vitrina

Mariné Velásquez no se aburre por estos días de tanta fluencia de turistas. Es miércoles y ha atracado en la rada el crucero MSC Opera, que con más de mil setecientos pasajeros es el más grande que ha tocado puerto cubano.

Algunos franceses entran en la tienda pensando en un museo. Uno de ellos es intérprete. La vendedora los saca del error y les explica el contenido de los escaparates y el trabajo al interior del inmueble.

Al marcharse los galos, apenas unos minutos después, ha entrado un joven impetuoso. Revisa la vitrina y mediante mímica, pide fotografiar juntos a los abanderados de los ejércitos de Cuba y Estados Unidos que intervinieron en la guerra del 98.

Mariné los coloca sobre el mostrador y luego de la foto los devuelve con cuidado a la vitrina. Retoman su puesto en el quieto retablo que alguien puede ver como el espejo retrovisor de la historia.

“Now together”, suelta el visitante en un inglés nasal y norteño. Luego masculla unas “Gracias” en español. Dice llamarse Henry y vivir en San Francisco.

Foto: Angel Marqués Dolz
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