La niña de la muñeca de palo

Paula María nos mira con sus ojazos y agarra fuerte a su muñeca. No se olvida tan fácilmente la mirada de esa niña. Al propio Alberto Korda le impresionó tanto que en más de una ocasión dijo que esa foto le había cambiado la vida. No fue el mismo después de haber conocido a la pequeña y a su familia en Sumidero, Minas de Matahambre, Pinar del Río. Corría el año 1959 y andaba por esos parajes tabacaleros del occidente de Cuba haciendo publicidad para la fábrica Sabatés. Cuentan que preguntó dónde podía pasar la noche y en el pueblo le indicaron la casa de Nicolás, una de las más grandes de la zona; allí quizás podrían acogerlo.

Y allí no sólo encontró lugar para pernoctar. La niña de la muñeca de palo también lo esperaba. Tomó la instantánea sin avisarle a nadie. “¿Qué es eso?”, le preguntó luego. “Es mi muñeca y se llama Nené”. Después conoció a sus padres y se hicieron amigos para toda la vida.

Muchos años pasaron y otro artista llegó a Sumidero, iba en busca de nuevos paisajes cubanos. En lugar de una cámara fotográfica, Carlos Manuel Castillo, que así se llama, llevaba sus lienzos y pinceles. Y también, por casualidad, llegó a la casa de Paula; sin embargo, no la encontró a ella. Allí estaban su familia, Nené, el árbol que plantó cuando solo tenía tres años y su recuerdo.

Lo recibieron como reciben a todo el que llega, con los brazos abiertos y con el corazón. No encontró la pobreza de antaño, pero sí una linda y triste historia. Le contaron que la niña creció y se hizo enfermera y todos los niños querían inyectarse con ella porque era dulce y tierna, porque trataba a cualquiera con cariño. Se casó y el día de la boda le enganchó un lacito a su muñeca y se retrató con ella. Se la llevó la leucemia a los 22 años, en 1979, y su partida les rompió el corazón porque era la alegría de la casa, “la mariposita que revoloteaba todo el tiempo”.

Y Carlos Manuel Castillo, aunque es paisajista, supo enseguida que no podía irse así sin más. Tenía que hacer algo con aquella historia. Entonces decidió llevar al lienzo la imagen tomada por Korda y tiempo después la ha traído a La Habana y la expone desde este 1ro de noviembre en la Galería Carmen Montilla del Centro Histórico habanero, junto a los paisajes que lo llevaron hasta Sumidero y reproducciones de las fotografías originales hechas por Korda a Paula en aquella visita de 1959 y en otras posteriores.

Pero a La Habana Vieja no solo llegaron cuadros, llegó también la familia de la niña y su muñeca Nené. Han pasado muchos años desde su muerte, pero ellos no la olvidan. Han pasado más aún desde el día en que Korda entró a su casa. Aracelys Seijo, la hermana, no recuerda ese momento exacto, pero si lleva bien guardado en su mente el Día de los Reyes Magos cercano a la fecha. Vio a su rey poniéndole un paquetico de caramelos en el zapato a cada hijo: “no tenía para más, éramos cuatro hermanos y la vida era muy dura”. A los diez años Korda regresó y todo había cambiado. “Ya teníamos juguetes de verdad y vestíamos uniformes escolares. Él escribió un artículo para el periódico Granma y después de eso muchos periodistas nos visitaron”. Y a todos, seguramente, les contaron la historia y los invitaron a sentarse en un taburete.

Desde un taburete Carlos Manuel vio también las vegas de tabaco y supo que además de llevar al lienzo la fotografía, tenía que plasmar el imaginario de aquel lugar en sus piezas, que no “sólo son diferentes por haber sido realizadas sobre lienzo, sino también porque incluyen elementos del ambiente mágico que allí se respira”.

Esto sí que no se lo esperaba el padre Nicolás, un tabacalero vanguardia nacional que ganó un televisor y un carro por su dedicación al trabajo en el campo. Lo de Korda ya había pasado hacía mucho, nunca pensó que alguien más fuera a ir por allá. Y se le corta la voz. Es cierto que tiene más de 80 años, pero no es solo por la edad. Se siente “agradecioˋ” con Korda y con Carlos Manuel “por toˋ lo que han hecho” pero “triste” porque la perdió a ella, a la “niña de vida efímera”, como la evocara el Historiador de La Habana Eusebio Leal Spengler, durante la inauguración de la muestra.

Con su obra, agregó  Leal, “este pintor que en esos parajes rurales es capaz de asomarse a la maravilla de lo cubano, rescata un suceso importante de la plástica nacional: las instantáneas tomadas por el amigo Korda cuando era infinita la orfandad de los campos de la Isla, en esa inicial etapa de la Revolución. Hoy no sólo podemos tener mágicamente entre nuestras manos la muñeca de palo, sino también rendir homenaje al gran fotógrafo que fue. Sus imágenes siempre están presentes en el quehacer artístico de nuestro país”.

Y este sólo ha sido un avance. Muy pronto disfrutaremos de las recreaciones en lienzos de otras imágenes hechas a Paulita. “Quiero seguir contando su vida con mi obra. Ese es el camino que voy a seguir en lo adelante. Voy tras las historias escondidas en las fotografías de Alberto Korda”, confesó el paisajista.

Paula María nos seguirá mirando con esos ojazos. Tan pequeña y con tanta determinación. De la mano de Carlos Manuel la veremos crecer y convertirse en mujer, tal como lo captara el lente de Korda. Constataremos la perdurabilidad de la madera, más resistente que la carne y el hueso. Comprenderemos que, más allá de lo perdurable, hay miradas que cambian la vida.

Fotos: Alain L. Gutiérrez 

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