Nelson Herrera Ysla: “La arquitectura cubana está en deuda con su tradición”

Foto: Carlos Luis Sotolongo

Foto: Carlos Luis Sotolongo

Su padre, Tibaldo Herrera Izquierdo, tenía la segunda biblioteca privada más grande de Morón. En ese arsenal Nelson Herrera Ysla se volvió adicto a las revistas Time y Life, en español, a las Selecciones del Reader´s Digest, a Bohemia y Carteles.

Su primera vocación fue ser geólogo, pero un diálogo con el arquitecto Luis Felipe Rodríguez Columbié despertó la fascinación por los planos y el dibujo; inquietud que junto al deslumbramiento por La Habana le valieron como argumentos para independizarse con apenas 16 años. Descubrió el ballet, el teatro, la música de concierto. La capital de Cuba era el paraíso terrenal.

“La ciudad estaba en plena efervescencia —recuerda. En 1964, La Rampa era como la calle Brodway, en Nueva York. En 1966 se creó la revista El caimán Barbudo, dirigida por Jesús Díaz, uno de los mejores narradores y cineastas del período. Empecé a colaborar con ellos y también a dar vida a diferentes poemas porque me había enamorado. Así incursioné en la literatura.”

“Con 19 años escribí mi primer texto crítico. Fue a la heladería Coppelia y al Parque de los Mártires, en Infanta y San Lázaro; dos obras recién concluidas y que, a mi entender, no merecían tanto reconocimiento. Se armó un revuelo tremendo, llamaron al rector de la Universidad, el Ministerio de la Construcción se quejó a la revista, pero nunca me pasó por la mente que yo hacía algo insólito o diferente. Para mí era normal. La década del 60 estaba creando una intelectualidad nueva a raíz del triunfo de la Revolución. Era un caldo de cultivo extraordinario”.

Años después, sin embargo, mientras enraizó el apego a los versos y al universo de las artes plásticas, menguaron las ansias de proyectar edificios de ensueño a causa de la irrupción del prefabricado en la década del 70. “La arquitectura cubana cayó en una monotonía y una estandarización horribles, se coartaron todas las libertades en el campo de la creación. Escuelas, hospitales, casas… todo era igual. Todavía estamos pagando las consecuencias, aunque hay quien dice que fue solo un quinquenio”.

¿Será por eso que al revisar su perfil se refieren a usted como crítico de arte, como curador, pero rara vez como arquitecto?

Es que me gradué y fui para Oriente a cumplir el servicio social. Trabajar solo dos años no da suficiente crédito para considerarme un arquitecto como tal. Me identifico mejor con la curaduría, la crítica de arte y la poesía. En el fondo lo que más me gusta es escribir.

¿Se vive de los poemas o de la curaduría?

Como poeta usted puede vivir toda la vida, pero me he ganado mi sustento, mi vida material o como quieras llamarlo gracias al arte. Me han pagado muy bien mis trabajos de curaduría, dentro y fuera del país. Lo mismo sucede con la crítica. La poesía ha significado mucho espiritualmente. Por eso tengo encendido en el bombillo de la crítica las 24 horas. El literario es intermitente, digámoslo así.

Foto: Cinereverso.org
Foto: Tomada de Cinereverso.org

Usted es cofundador de la Bienal de La Habana. ¿Cómo percibe este evento después de tantos años?

Empezamos sin un proyecto curatorial serio, dando un poco de traspiés y tumbos, pero luego, en 1994, se logró establecer como tradición. A partir de la nuestra, surgieron bienales en Santo Domingo, Cuenca, Estambul…, pero en el 2000 disminuyó la investigación por motivos económicos. Hoy no se puede viajar como en los años 80 a países tan lejanos como Líbano, Siria, la India, China para buscar información. Organizar la bienal no es viajar a México, Puerto Rico o Guatemala, que están cerca, sino recorrer el mundo en busca de arte. Resulta una dicotomía: por un lado ya no investigamos, pero hemos formado una especie de alharaca que familiariza a las personas de diversa índole con el arte contemporáneo.

Actualmente muchos artistas prefieren espacios propios para difundir su obra. ¿Cómo quedan las instituciones estatales frente a esta nueva forma de manejar, comerciar y exhibir el arte?

Los open-studio y las galerías que están surgiendo están desafiando a las instituciones estatales cubanas. Es el momento de que las entidades se replanteen lo que han hecho hasta hoy. Debe renovarse el discurso de la presentación artística. Algunos de los open-studio de La Habana están poniendo la parada demasiado alta, con muy buenas propuestas, pero me reservo los nombres para no herir susceptibilidades.

Intimidades

Aunque parezca imperturbable, vive con la zozobra de que el tiempo no le alcance para entender el mundo como quisiera. “No tiene nada que ver con el miedo a la muerte —afirma tajante—. Todos los días me asombro de cosas que desconozco: comidas, animales, personas… hasta sonidos. Yo vivo en una angustia constante. Parafraseando a Buesa, no quiero pasar por el mundo sin saber que he pasado.

Me cuesta trabajo estar sentado en un mismo lugar. Enciendo el televisor, abro un libro, pongo la radio en la cocina o en el cuarto (soy un oyente empedernido de CMBF), y a la par de todo eso puedo estar terminando de escribir. Es culpa de querer devorar obsesivamente los libros de papá y la persistencia de mi madre. De ambos aprendí que nunca es tarde para aprender”.

Padre de un joven de 25 años, espera convertirse en abuelo ante de despedirse de este mundo, añora que la crítica vuelva a entronizarse como verdadero ejercicio para el desenvolvimiento artístico porque “el mercado es quien está dictando las pautas en el arte contemporáneo, no los críticos o teóricos, como sucedía hace 20 años”, y lleva a Morón en el pensamiento, pero sin sensiblerías. “No se puede vivir las 24 horas del día a base de añoranzas. A mí nadie me forzó a venir a La Habana. Fue mi decisión. Mis raíces están allá, pero tampoco hay que armar un drama. Uno no tiene que estar en el lugar donde nació para sentir y padecer por él”.

¿Considera que todavía existe una deuda con la arquitectura en Cuba como manifestación artística?

La arquitectura cubana está en deuda con su propia tradición y con lo que está pasando a nivel internacional. Es un trauma que no se ha superado desde el ´70.

¿Cuba sigue produciendo un arte auténtico, osado?

Decir arte cubano es demasiado fuerte en general. Tenemos un modesto grupo integrado por Wilfredo Prieto, Humberto Díaz, Los carpinteros… que se arriesga con su obra desde lo económico, lo político y lo social. Otros se salen de sus cauces habituales para explorar nuevos horizontes como Roberto Diago o Fabelo. Por último, está la mayoría aferrada a la tradición.

Paradójicamente, las crisis económicas que hemos atravesado han incentivado la imaginación del cubano. En épocas de aprietos, la gente tiende a crear cosas extrañas, novedosas. Por fortuna aquí no existe una equivalencia entre la infraestructura económica y la superestructura ideológica o cultural. El hecho de ser pobre, y vivir en un país pobre, no significa pobreza en el pensamiento.

 

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