Nereida García Ferraz: Para no morir dos veces

Nereida García Ferraz es considerada como una de las más importantes artistas cubano-americanas de la actualidad y expuso en Cuba su primera muestra personal titulada Marcando el tiempo en Casa de las Américas.

Nereida García. Foto: Ángel Marqués Dolz.

Nereida García. Foto: Ángel Marqués Dolz.

Hagamos la presentación de rigor. Nereida García Ferraz. Guanabacoa, 1954. Emigrante a Estados Unidos en 1970. Egresada del Instituto de Arte de Chicago en 1981. Su trabajo abarca pintura, fotografía, vídeo, performance, instalación, escultura y proyectos sociales de arte. Explora temas cubanos y feministas, así como la naturaleza, la memoria y las relaciones del mundo físico. Sus obras han sido expuestas ampliamente en EE.UU. y en el extranjero en instituciones como The Museum of Contemporary Art de Chicago, el Museo del Chopo y el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México, el Illinois State Museum, y el Islip Art Museum, de NY, entre otros. Profesora de dibujo en el PAN, Pérez Art Museum, de Miami, Nereida García Ferraz es considerada como una de las más importantes artistas cubano-americanas de la actualidad y expuso en Cuba su primera muestra personal titulada Marcando el tiempo, en la que la autora intenta describir los pasos de su existencia transfronteriza y que pudo verse en diciembre en la galería latinoamericana de Casa de las Américas.

I

Recordar. No perder la memoria. Esa es la causa –tal vez podría hacer una concesión a las cartománticas y decir… el destino– que permite a Nereida García estar frente a mí, en esta tarde pos ciclónica de octubre. Porque, desde la lejanía del exilio, se propuso excavar en su origen y luego de recuperado, lo rehízo poco a poco en sus lienzos, en sus papelitos de ocasión, en su olfato, en sus neurosis, en sus lecturas y fotografías, en sus viajes y rutinas, en sus contragolpes a la nostalgia; y después, en su mejor jugada, se permitió resolver de una vez por todas el drama del desarraigo, en el que se tienen los pies firmemente hundidos sobre una patria de humo.

“Yo me siento tan cubana hablando contigo aquí, como me siento tan cubana si estuviera hablando contigo en Miami”, dice para certificar su salud identitaria. Así que la memoria como puerta de acceso a un paraíso recobrado –por lo que tiene de refundación personal y colectiva, no de sacralización del ayer– es la clave para entender la creación de esta mujer que no teme admitir que tanto ella como su obra corren igual riesgo: ser tan vulnerables como todo lo humano.

¿Algún artista en la familia?

Mi papá era músico… pianista y arreglista. En mi familia paterna son músicos la mayoría.

¿Y pintores?

Ninguno, aunque siempre hubo un marcado interés por las letras. Mi papá leía muchísimo y heredé esa vocación por la lectura. Dormía muy poco porque me iba a la cama con libros y los devoraba.

A fines de los 50, en tu niñez, ¿la política entró en tu casa?

Mi padre apoyaba al Movimiento 26 de Julio. Mi mamá perdió un hermano con la Revolución. Teníamos una vida sencilla, muy conectados con la familia típica.

***

1961. Abril. En la víspera del desembarco mercenario en Bahía de Cochinos, Fidel decreta el socialismo. Radicalización del proceso. Amenaza de una guerra con Estados Unidos. Deriva hacia Moscú. Muchos deciden sacar pasaporte. El padre y el tío de Nereida también. El segundo logra emigrar. La CIA organiza la operación Peter Pan. La madre de Nereida se rehúsa a enviar a sus hijas solas a un foster home o a un convento estadounidense. En las calles la gente coreaba: “Esto es socialismo, p’alante y p’alante y a quien no le guste, que aguante, que aguante”.

“A partir de entonces nuestra vida cambió. Desde que nos hicieron los pasaportes, me acostumbré a la idea de que nos íbamos a ir muy temprano. La casa fue inventariada y a mi papá lo envían a la agricultura. Mi hermana estaba estudiando ballet y yo seguí yendo a la escuela. Me repetía: ‘Nos vamos a ir, en cualquier momento nos llega la salida’. Se demoró muchísimo. Nos fuimos en el 70.”

Pero todo ese tiempo te sirvió para construir una memoria del lugar que abandonarías…

Éramos vistas como las gusanas, las niñas que se van del país y yo me acostumbré a mirarlo todo como si fuera la última vez. Como nos va a llegar la salida de un momento a otro, déjame fijarme bien en cómo es todo esto, porque seguramente no lo veré nunca más. No había manera de llevarse nada. Era una zozobra interior y a veces uno pensaba que no se iba nunca.

¿Cómo llegas a esa decisión de registrar deliberadamente los últimos años? ¿Por qué intuyes que ese sería el paisaje postrero de Cuba?

Porque recuerda que entonces te ibas y era algo definitivo. Te vas y no sabes si regresarás.

Fueron tiempos feroces. Dos bandos en una isla sitiada. Lidiando con el estigma de la exclusión política –“no solo pensábamos que nos íbamos, sino que nos lo hacían sentir”. La adolescente Nereida no ahogó la sociabilidad de su espíritu. “Hasta la escuela al campo me gustaba”.

Sin embargo, era imposible desembarazarse de las prevenciones familiares ante la perspectiva migratoria. “No te fijes mucho, no te enamores, don’t get attached”. Las advertencias tuvieron un ganador: la fijeza. Caminando por el Vedado acompañada de su madre, fijaba en sus pupilas la aún espléndida arquitectura moderna, sus enanos rascacielos, las calles umbrosas por los laureles, los parques con sus bancos todavía intactos y su grama verde aterciopelada y también el cielo, de un azul incorruptible, sobre todo en invierno, y todo ese paisaje cuajaba en una nostalgia anticipada por una distancia presentida e inevitable.

Cuando finalmente llegó el día de la partida, la familia se dividió. Nereida partió primero con su padre. “Fue terrible. Tengo una imagen de nosotros yéndonos y de mi familia en la puerta de la casa diciendo adiós y era como una foto. Y nosotros, de repente, estábamos en Miami”.

II

La llamada capital del exilio cubano fue solo un apeadero. Cuarenta y siete años atrás, allí no había trabajo para un músico como el padre de Nereida. Tres días después, ambos estaban enfundados en unos abrigos de colores chillones con unos sellos que decían refugio católico. Habían llegado a Chicago y residían en una calle cuyo nombre Nereida ni sabía cómo diablos se pronunciaba.

¿Tenías alguna noción de lo que era Estados Unidos?

Cierta noción medio romántica. Tenía mucha curiosidad por Estados Unidos, qué te puedo decir. Mi papá era un fan de la música americana, en mi casa se oía jazz, se sabía quién era Duke Ellington; había un cierto romance con la cultura norteamericana, que de hecho es muy seductora.

¿Y sabías inglés como para apañarte en Estados Unidos?

Sabía el inglés que me enseñaron en la secundaria, que no es suficiente para enfrentarte con una estación de trenes, de un metro, o comunicarte con un taxista. Esos primeros años fueron de adaptación y de trabajar durísimo.

¿En qué trabajabas?

Cuidaba niños. No tenía edad para trabajar todavía, ni podía darme el lujo de ir a una escuela.

Nereida echó rodilla en tierra. No abandonó su determinación de estudiar. Luego de la faena, se iba a un college católico cerca de su casa. Acudir a su biblioteca, con ventanales al lago Michigan, era lo más parecido a la felicidad. Engulló cuanto pudo en la sección de arte y abandonó su idea de ser escritora. Gustaba dibujar. Meses después presentó un portafolio en el Instituto de Arte de Chicago, uno de los más prestigiosos de Estados Unidos. Le concedieron beca. “Me sentí como que había llegado a casa, al lugar donde yo quería estar, que no era los EE.UU., sino la escuela de arte. Me sumergí y empecé como a renacer… Para mí la escuela de arte fue un proceso de recobrar, a través de la memoria, a través de las fotografías, mi ser; un poco armar las piezas de quien iba a ser yo o quien era yo…”.

Y en ese momento de gran coherencia mental, ¿Cuba se diluía o permanecía, o era relegada en tu sentimentalidad?

Cuba siempre permanece. Uno por mi carácter. Yo siempre me sentí muy cubana. Y dos, porque los norteamericanos todo el tiempo te preguntan de dónde eres y las nociones que tienen sobre Cuba, sobre todo en aquel entonces, eran de una isla más del Caribe, con matas de coco, playas y gente con maracas; y Cuba es un lugar mucho más complejo, un país con una historia enorme. Los cubanos siempre me parecieron mucho más interesantes, una cultura mucho más vieja, más mixta.

"...tan cubana hablando aquí, como tan cubana si estuviera en Miami". Foto: Ángel Marqués Dolz.

La curiosidad pudo matar al gato, pero a Nereida la salvó. Su necesidad de experimentar lenguajes corrió paralela a la necesidad de una autoexploración. “El arte me pareció como un territorio muy abierto para explorar las ideas que yo traía, y una de esas ideas era no perder mi identidad”. Así se aproximó a la cultura latinoamericana tan desconocida para ella, empezó a consumir música folclórica y usó el español, tanto en sus pinturas como en una columna del periódico académico. “Me lo permitieron porque yo me daba el permiso de permitírmelo”. Sin dudas, todo un acto de resistencia y rebeldía en el cosmopolita Instituto de Arte de Chicago, donde había de todo. Gente talentosa salida de los barrios latinos y gente rica salida de las élites occidentales. “Tenía una amiga que era estudiante de diseño cuyos padres eran unos millonarios de Milano. Con ella aprendí montones de cosas acerca de fashion. Eran gente exquisita, bastante especial”.

Relativamente a salvo de las modas artísticas que tiranizaban a Nueva York y Los Ángeles, la discreta Chicago podía darse el lujo de ser excéntrica y arropar en sus galerías obras sui generis. Nereida García encontró oxígeno para su producción figurativa, cuando la abstracción todavía encandilaba los mercados. Por entonces, principios de los 80s, dibujaba directamente de los tubos de pintura de aceite y de creyones de grasa. Eran composiciones crudas, abiertas, de gran formato. “Tuve mucha suerte, porque me recogió una buenísima galería de Chicago, se llamaba Deson Saunders Gallery.

En paralelo, experimenta con cámaras para gran escala y toma fotos de interiores y rehúye de la escuela de Los Imaginistas, que dominaba la escena visual en la ciudad. Algunos dioses la marcan: Rauschenberg, de quien admiraba la soltura de la línea, Warhol, con su pop, Nancy Spero, pionera del arte feminista combativo, y Frida Kahlo, “porque su obra era autobiográfica, no por el estilo”. Y en medio de esa vorágine, entre el aprendizaje y el deslumbramiento, Nereida da con el primer catálogo de la colección del Museo Nacional de Bellas Artes de Cuba, editado en ruso. Carlos Enríquez –“El rapto de las mulatas– me pareció tan fuerte, era casi como cine”–, Amelia Peláez, Portocarrero, Lam, Mariano; los íconos de la vanguardia cubana zarandean su conciencia plástica. “Me gustó mucho Antonia Eiriz. Recuerdo la primera vez que vi La anunciación.”

El interés por la pintura cubana tenía el plus de la nacionalidad o podía ser una curiosidad tan competitiva para ti como la pintura de Los Imaginistas, por ejemplo…

Claro que tenía el plus… De pronto comencé a pensar de dónde soy, a dónde pertenece mi obra y empecé a acercarme a Cuba a través de la fotografía, sobre todo. Un día llegó a mis manos una foto hecha por Marucha [María Eugenia Haya] y empecé a interesarme por el álbum de la familia en Cuba, y de pronto yo estaba tan lejos, ese desarraigo de estar tan lejos de un sitio que era tan entrañable y empecé a escribir en los dibujos lo que yo estaba sintiendo, ese desarraigo…

III

1979. Primer viaje a Cuba. Integra el segundo contingente de la brigada Antonio Maceo, un desafiante y heterogéneo grupo de jóvenes cubanos que residían en Estados Unidos y Puerto Rico, deseosos de reconectarse con sus raíces y crear un ambiente de diálogo y distensión entre la Isla y su diáspora.

¿Y no tenías recelos por viajar a Cuba?

Tenía un poquito de resquemor. Sabía que no iba a regresar nunca a mi casa, que nunca me reinsertaría en el mundo de mi infancia; sabía demasiado bien que nunca iba a ser así. Cuando regresé mi abuelo ya no estaba vivo, pero mi abuela sí y no le avisé y un día le toqué la puerta. Estaba viendo la telenovela y me aparecí y casi la mato de la emoción…

A partir de ese primer regreso, Nereida García se convierte en una mensajera más de la comunidad cubana en Estados Unidos. Cartas, fotos, remesas, recados, medicinas eran parte de su equipaje en cada viaje. “Me parecía que era tan absurdo, tan terrible, el hecho que allá se viera tan mal la idea de venir a visitar a los cubanos, porque para mí el derecho a querernos no te lo puede quitar nadie y siempre luché por que eso fuera así… Yo no quiero que mi vida creativa, que mis pasiones, estén doblegadas a políticas que yo no he hecho”.

En 1985 la artista ganó un importante premio: el Ryerson Traveling Fellowship National Endowment for the Arts Fellowship. Con su dotación, decidió hacer un taller en La Habana y pasar una temporada trabajando y mostrando algunas de sus piezas. Cuando todo estaba listo, Washington puso en el aire Radio Martí y se reinstaló la tirantez. “Nuevamente hubo un distanciamiento, pero siempre tuve claro como artista lo importante que era comunicarnos, enriquecernos de ese encuentro. Conocí muchos artistas aquí y he llegado con el tiempo a tener grandes amigos, que muchos de ellos ahora están allá”.

De cierta manera, Marcando el tiempo ha sido un acto de desagravio o de justicia poética…

Marcando el tiempo no es mi obra pictórica grande, sino algunas piezas que son como ideas, líneas, como reacciones al tiempo, que hablan de lo que ha sido esa distancia, esa espera, y están basadas en fotos familiares, sin ser demasiado obvias, para evocar todo ese sentimiento de distancia. Es una de las exhibiciones más íntimas que he hecho.

Cuando te escucho, recuerdo el poema “Para Ana Veldford”, de Lourdes Casal, y me pregunto si tu identidad es una identidad transicional, siempre en construcción bipolar, eso que se acomoda al vieneyva.

Chico, yo me siento muy cubana, tan cubana como tú. Tenemos diferentes experiencias, pero tenemos tantas cosas en común. La construcción que se ha hecho de nosotros es demasiado compleja, tenemos que quitarnos eso.

Y este país, ¿qué te entrega?

Mira, yo no tengo problemas en manejarme en Estados Unidos, pero yo siento que esta es mi casa. Aquí nací, aquí están enterrados mis abuelos, yo siento aquí una sensación de pertenecer, de querer trabajar, enseñar, colaborar, conocer a otros artistas, de tener una relación normal con mi patria.

¿Cómo evaluarías tu éxito como artista: cuando el espectador va y se detiene ante lo que mira o cuando los críticos se quedan con la boca abierta o cuando la pieza se vende…?

Mis seguidores son en muchos casos artistas, mis piezas han entrado a colecciones muy importantes en Estados Unidos y he recibido reconocimientos y premios; tengo el respeto de colegas que yo respeto también, a pesar de no ser híper comercial… Para mí, la pieza la terminas tú cuando la ves… He trabajado siempre un poco de espaldas al mercado.

El arte, finalmente, ¿de qué va…?

Para mí el arte es esa libertad de soltarse, de pensar, de crear y de ir comunicando. El arte es como una fe en lo material que está atado a una espiritualidad. Quizás hasta lo veo un poco elitista. Yo no hago pintura para detrás del sofá…

¿Y la Cuba de hoy, sabes hacia dónde se dirige?

Me encantaría tener una varita mágica… ¿Me fui por las ramas?

 

Todas las obras que aparecen en este artículo son tomadas del sitio oficial de la artista: nereydagarciaferraz.com

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