Pinté lo que viví

Pedro Pablo Oliva / Foto: Cortesía del artista / Archivo.

Pedro Pablo Oliva / Foto: Cortesía del artista / Archivo.

PEDRO PABLO OLIVA (Pinar del Río, Cuba, 1949). Entre 1961 y 1964 realiza estudios en la Escuela Provincial de Artes Plásticas de su natal y occidental provincia cubana de Pinar del Río y, posteriormente, cursa la especialidad de Pintura en la Escuela Nacional de Arte de La Habana (ENA), y se gradúa en 1970. Es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y de la Asociación Internacional de Artistas Plásticos (AIAP). Ha expuesto su obra en importantes galerías de Italia, Estados Unidos, Panamá, Colombia, España, Suecia, Francia y México, entre otros países. Desde 1993 sus piezas aparecen en las subastas de Arte Latinoamericano de Christie’s y Sotheby’s.

En estos momentos el destacado artista de la plástica Pedro Pablo Oliva se encuentra enfrascado en la realización de siete esculturas que serán concebidas en la Fundición R.U.N., enclavada en la ciudad norteamericana de Miami y que son –de alguna manera– continuidad de una obra que comenzó en el ya lejano 1970 cuando egresó de la Escuela Nacional de Arte (ENA), en la especialidad de Pintura.

El Premio Nacional de Artes Plásticas 2006, pasó del plano bidimensional a la tridimensionalidad mediante la cerámica que es “una forma de hacer escultura”, dice en conversación exclusiva con OnCuba, al tiempo que acota que: “quería ver mis personajes compartiendo elespacio físico. Me faltó solo animarlos. La escultura tiene el encanto de sentarse a la mesa con uno; la pintura, el maravilloso encanto de la ilusión. Sin mis maestros no hubiera podido hacer nada. Uno, Osmany Betancourt (Lolo), el otro Miguel Leiva”, subraya.

Oliva asegura que su Generación –la llamada del 70– “intentó prolongar el viaje que hicieron generaciones anteriores en la búsqueda de una cubanidad. Quiso aferrarse al término, sin perder las experiencias de lo que se hacía fuera de su tiempo y contexto. La nacionalidad es mucho más que un color, transparencia y temas. Es, sobre todo, una condición espiritual que te ata a una taza de café o al embrujo de una manera de caminar, hablar y reír. Mi generación deja el mismo legado que todas las generaciones: la utopía”.

Las extrañas divagaciones de Utopito, 2013
Las extrañas divagaciones de Utopito, 2013 (Técnica Mixta sobre cartulina / 75 x 55 cm).

El 7 de septiembre de 1984 en el Museo Nacional de Bellas Artes se realizó la primera muestra personal de Pedro Pablo: Pinturas, dibujos, bocetos y pasatiempos, y en 2007 expuso Historia de amor, en el mismo Museo: una de otra están distanciadas por más de treinta años, sin embargo ambas tuvieron como denominador común el afán por dejar constancia del tiempo vivido: “después de tres décadas las separa la otra mirada, esa que te dice que volviste al punto inicial. Las une, un absurdo que solo podría responder cada ser humano de este país, cuando se pregunte en su soledad qué hicimos, cómo llegamos aquí, dónde dejamos colgada la alegría y el amor; qué hicieron con nuestras manos y la sonrisa; dónde perdimos la semilla de los sueños. Las une haberle dicho a los ojos: mira esta es la vida”, dice concluyente.

Reconoce que, entre sus influencias más cercanas, están Antonia Eiriz y Ángel Acosta León, pero las razones son diferentes; de la primera le conmovió “la denuncia a la hipocresía, el miedo al monstruo que uno lleva dentro. El enigma misterioso de las relaciones humanas”, y del segundo: “el viaje cotidiano a la imaginación. Los dos, el desgarramiento interior”.

Convencido de que como artista tiene la responsabilidad de dejar constancia de la época en que le ha correspondido vivir, Pedro Pablo Oliva considera que pintar es otra forma de hablar, de comunicarse: “mi trabajo será un testimonio más de un tiempo vivido. No pasará de ser una fugaz referencia de una época donde la realidad era mucho más aplastante que cualquier palabra. La utilidad de una obra es infinita o finita. Pasados estos años, algún vestigio de vida emanará de ella y alguien dirá: ‘vivió un hombre en un sitio, que expresó su vida a su manera, que amó y sufrió, que pateó y lo patearon, qué gritó, soñó, pero que no se quedó en el silencio’”.

Por la gran carga de verdad, El gran apagón (1994) está considerada el Guernica cubano, sin embargo para su autor toda obra “está llena de verdades y mentiras, de divagaciones y realidades”, y asegura que solo intentó ponerse en el lugar de todos: “salió esa obra, no sé cómo. No podrá jamás tener la angustia expresiva de El Guernica, ni siquiera su empuje formal” pero, sin dudas, fue un grito ante una crisis, “fue el sentido de la independencia” a pesar de que considera que nunca podrá enjuiciarla con total certeza: “solo sé que la parí”.

Poseedor de una iconografía hermosa y múltiple, Oliva reconoce que cada una de sus piezas son como historietas llenas de mundos y encerronas: “como los juegos digitales, con la sorpresa de convertirse en otra cosa en cada tela; unas, conejo y pez; otras, nube y arroyo”, y apoyándose en el color que –dice– “es la trampa, después que te atrapa te habla. Es la armonía, es el aire. A veces soy liberal con él; otras, excesivamente racional. El dibujo me apasiona”.

Desde sus comienzos este artista ha desarrollado una obra profunda, de pensamiento puro y que bordea aspectos hondamente filosóficos, pero como aferrada a un ambiente marcadamente lúdico, casi infantil: “la creación resulta tan misteriosa como el hombre mismo. Todo puede resultar un pretexto o no. Lo cierto es que la alusión a la infancia aparece como un fantasma real en mi trabajo. Tal vez por eso hasta los temas más serios toman un matiz de ternura que no puedo evitar”.

Ante la pregunta de si considera la vida una permanente batalla o una permanente emboscada, aclara: “ambas son la vida. A veces te matan, otras sobrevives. Unas te traicionan, otras te llenas de glorias. He amado mucho, y me han amado. En otras he amado y no me han amado; no he amado y me han amado. La vida es una guerra por lograr una estabilidad que pocas veces llega. Los triunfos son efímeros, como los insectos que nunca llegan a ver el sol. Pinté lo que viví y, por tanto, me sorprendió el asombro”.

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