Tierra oscura o retratos fragmentados del bosque

Fotos: Alain L. Gutiérrez y cortesía del autor

Una contundente, y para algunos críticos “mega exposición”, se presenta hasta febrero en la galería El reino de este mundo, perteneciente a la Biblioteca Nacional José Martí, de La Habana; esta agrupa la más reciente producción pictórica de Mario García Portela, un sólido creador cubano que desde hace más de medio siglo apuesta por el paisaje.

Portela quien sin discusión y por derecho propio está considerado un maestro de la plástica contemporánea cubana, nació en la occidental provincia de Pinar del Río en el ya lejano año 1942 y ahora nos sorprende renovado, rejuvenecido y vital con Tierra oscura, muestra intensa y singular no solamente por la manera en que está representado el paisaje —a modo de retrato— sino, también, por la forma en que ha fragmentado cada cuadro.

La exposición, realizada con la técnica del acrílico sobre lienzo, incluye un total de nueve obras: compuestas por cinco dípticos (10 piezas), tres trípticos (9 piezas), un políptico (4 piezas); si pensáramos en términos matemáticos, veríamos que Tierra oscura ocupa un área total aproximada de 50 metros cuadrados de tela.

En más de medio siglo de ejercicio del “oficio de pintor”, esta es la primera vez que Portela se vuelca hacia formatos tan grandes —hay piezas de más de cuatro metros—, experiencia que califica de “única”, porque le ha obligado “a soltar la mano y no ser tan meticuloso y detallista”, algo que tradicionalmente lo caracteriza.

Con el gran formato, aseguró en entrevista exclusiva concedida a OnCuba, “he obtenido resultados interesantes que pueden ser, incluso, superiores a otros logrados anteriormente”, al tiempo que afirma categórico que Tierra oscura “no es una exposición de ruptura”, pero sí la considera “el paso hacia adelante más grande” que ha dado en los últimos veinte años en el abordaje de su paisajística.

Su paleta ha sido siempre muy reducida, por eso no emplea los colores primarios ni secundarios, sino los tierras, sienas, ocres y, sutilmente, el blanco: “nunca he sido colorista” acota, e inmediatamente revela que desde que conoció el acrílico hace unos veinte años, desechó el óleo.

Egresado de la prestigiosa Academia de Artes de Pinar del Río y discípulo de Tiburcio Lorenzo, Luis Fuentes Quesada, Carlos Hernández Alcocer, Fausto Ramos, Raúl Eguren, entre otros, Mario García Portela con apenas once años comenzó a representar el Valle de Viñales, uno de los accidentes geográficos más hermosos de la geografía insular: “conservo una fotografía en la que aparezco junto a un óleo —de noventa por sesenta centímetros— que acababa de pintar en el que aparece Viñales”, dice orgulloso.

No obstante, a inicio de los años sesenta se acercó a la figura femenina y en los setenta realizó una serie dedicada a llamar la atención sobre la guerra que en ese momento libraba el pueblo vietnamita y, en paralelo, desarrolló otra sobre los mártires “imbuido en el ambiente épico que se respiraba en esos años”.

Llegada la década de los ochenta y estimulado por el Consejo Asesor para el Desarrollo de la Escultura Monumentaria (CODEMA), retoma el paisaje y, en 1992, realiza una importante y vasta exposición con esa temática en la que no aparecía el ser humano porque “en el paisaje me parece más importante la huella que deja el hombre y no el hombre como tal”.

Después sobrevino Pequeños ciudadanos del tiempo en la que incluyó el payaso, ícono que se erigió protagónico y que le dio la posibilidad de, por primera vez, emplear los colores rojo, azul, verde, amarillo y naranja lo cual mantiene en pequeñas figuras u objetos que introduce en ocasiones dentro del paisaje con determinadas intenciones. Sin embargo, reconoce que la serie que “más fuerza ha tenido” es, precisamente, Viñales aunque en los noventa inició Llegó Antonio en la que incluyó juguetes de diversa índole.

Cuenta que en cierta ocasión se encontraba de visita en la casa de su alumno y amigo Pedro Pablo Oliva y “de repente, oigo un grito: ¡llegó Antonio!; resulta que Antonio es un personaje que vivía en Estados Unidos, pero que iba a Pinar del Río con frecuencia y cuando llegaba traía juguetes para los niños y todo el barrio se alborotaba. Cada vez que se oía ¡llegó Antonio!, veías a los muchachos con carriolas, patines, cascos, pelotas. Aquello me gustó, le puse a la serie ese título y, sinceramente, ha sido muy bien acogida”.

Igualmente ha desarrollado las series de Paisajes urbanos y la de Retratos del bosque que trata el tema del monte a partir de ambientes oscuros en los que prevalece la idea de resaltar los árboles, dando la impresión de “ser retratos”: esa es la génesis o el principio de Tierra oscura, exposición basada en la sugerente idea de la unidad y la fragmentación.

“La fragmentación que existe en la familia la veo y la padezco a nivel personal y de nación; es un fenómeno no solo cubano sino planetario. Algunos de sus miembros se han ido definitivamente del país, otros están trabajando en el exterior o cumplen misión internacionalista en otras tierras o, simplemente, se mudan del campo a la ciudad o viceversa: la familia de hoy no es como la de antes”.

Es una certeza que el mundo está lacerado por las divisiones, algo que Portela ha querido conceptualizar en Tierra oscura, muestra en que los cuadros parecen atomizados, al tiempo que conforman una sola pieza y ahí, justamente, está desentrañada la noción de su propuesta: “a pesar de la fragmentación se mantiene la unidad”. Indispensable es sostener esa idea.
 

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