Trinidad: negocios entre agujas

Foto: Carlos Luis Sotolongo

Foto: Carlos Luis Sotolongo

Con más de medio siglo en las costillas y cerca de dos décadas tejiendo día y noche, Eva Bárbara Hernández puede dar vida a sus piezas artesanales con los ojos cerrados. “A mí no hay quien me haga un cuento”, afirma con la seguridad de quien conoce de sobra el entramado invisible que subyace en la artesanía de Trinidad: ese donde manos anónimas tejen y bordan sin descanso para luego vender sus piezas a bajísimos precios a los comerciantes y garantizar el pan de cada día.

“Esto siempre ha sido un negocio, para hablarte claro. Yo empecé en el ´90, cuando La Candonga (el espacio de los artesanos en la villa) estaba en la calle Colón (otrora arteria comercial en tiempos republicanos). Habían acabado de despenalizar el dólar. Los turistas compraban cualquier cosa. Una blusa se vendía en 10 ó 20, eso era casi una fortuna. Ahora todo ha cambiado. Hace unos días escuché que Trinidad estaba nominada a convertirse en Ciudad Artesanal, pero no te engañes: el negocio sigue. Te lo digo yo”.

En efecto, recientemente los medios locales anunciaban la candidatura del terruño a solicitud del proyecto Ciudades, asociado al Consejo Mundial de Artesanías por la salvaguarda de las tradiciones, en especial las asociadas a las labores de aguja; requisitos que la convierten en referente de conservación del patrimonio inmaterial en la región iberoamericana. Según refiere el número 58 de El buen artesano, suplemento informativo de la Asociación Cubana de Artesanos Artistas (ACAA): (…) “Los bordados y los tejidos de aguja se presentan allí [en Trinidad] en una diversidad inabarcable, siguen siendo parte de la vida y constituyen una fuente de ingresos apreciable para los moradores en los ámbitos rural y urbano (…)”. Sin embargo, todavía persisten algunos cabos sueltos.

El gremio artesanal en Trinidad está dividido en dos: los pertenecientes a la ACAA comercializan a través del Fondo Cubano de Bienes Culturales en el llamado callejón de Peña, a pocos metros de la Plaza Mayor; el resto, se afilia al trabajo por cuenta propia y exhiben las piezas en el Área Comercial, conocida popularmente como La Candonga, una suerte de mare mágnum de armazones de metal con carpas de lona que a diario arman y desarman los cerca de 200 trabajadores del lugar.

Foto: Carlos Luis Sotolongo
Foto: Carlos Luis Sotolongo

Según precisa Zaida Carrazana, presidenta de la ACAA en la villa, la cifra de afiliados sobrepasa los 120. Pero las licencias de artesanos y bordadoras/tejedoras figuran entre las actividades de mayor asiduidad en el municipio, con más de 300 licencias vigentes. A tal punto llega el incremento que de enero de este año hasta la fecha se han otorgado más 190 patentes, al decir de María Escobar Brunet, directora municipal de Trabajo.

En teoría, las creaciones de mejor factura deberían localizarse en el callejón. La práctica, sin embargo, demuestra que del proyecto Feria de artesanos en vivo, concebido para una expo-venta de artesanía genuina, solo queda una banderola confinada a un rincón, porque  ninguno de los sitios está inmune a la fiebre de los fotingos y cámaras fotográficas hechas de latas de cerveza, las burdas reproducciones de la Gitana Tropical y el ‘bussiness‘ detrás de la urdimbre; epidemia que también padece Manaca Iznaga, en pleno corazón del cercano Valle de los Ingenios.

Regla Torres Sánchez, vive en el batey donde los sacarócratas trinitarios erigieron su imperio económico, y es una artesana que siempre ha comercializado a través de intermediarios. “Si dejas la pieza en la mesa puedes pedir cuánto quieres «limpio» pa´ ti, la vendedora le pone su ganancia por encima, pero corres el riesgo de pasarte meses y la pieza «no sale». De lo contrario tienes que venderlo al momento a mitad de precio y ellos después le ganan el doble. Por ejemplo: por una blusa de mangas cortas, en mesa, te dan entre 10 y 15 CUC; al momento, 5 CUC a todo reventar”.

Otros, en cambio, prefieren “especializarse” en un solo objeto. “Abastecer a la misma persona te garantiza estabilidad porque abasteces a un punto fijo de venta y pasas menos trabajo en conseguir la materia prima. Mira, yo nada más me dedico a las bolsitas tejidas, y tengo cuatro compradores fijos. Hago 20 o 30, las vendo a 0.50 centavos. De acuerdo a lo que necesite en la casa saco la cuenta y calculo cuántas bolsitas tengo que hacer”, explica Maritza González Cabrera, quien puede fabricar hasta cinco en un mismo día.

También están quienes trabajan por encargo, como Nérida Puertas, una cuarentona capaz de “dibujar” con hilos. “El dueño de la mesa en La Candonga me da todo. Yo solo le cobro la mano de obra. El pago siempre es poco, a veces puedes regatear, pero tampoco puedes exigir mucho porque se buscan a otra que haga el trabajo por el precio que ellos quieren. Lo tomas o lo dejas”.

Foto: Carlos Luis Sotolongo
Foto: Carlos Luis Sotolongo

Como señalara Cristina González Béquer, especialista en Artes Visuales de la dirección nacional de la ACAA: “La manera de vender no determina la calidad, es decir, la calidad puede estar en la tela, el oficio, el cuidado. El mercado, en general, atenta contra la factura y autenticidad  porque apresura la confección y la gente hace concesiones de todo tipo para complacer el gusto de los compradores y vender a toda costa.”.

En el espacio donde transitan a diario centenares de turistas por esta ciudad «Patrimonio cultural dela Humanidad», decoran la vista cientos de souvenirs elaborados con hilo, que construyen una imagen estética de la Ciudad Museo que a veces se aleja de la insistencia por mantener una herencia de siglos.

Ajenas a definiciones conceptuales y trámites burocráticos, Eva, Regla, Maritza, Nérida y tantas otras trinitarias anónimas continúan deshilando telas y “construyendo” estolas, blusas y carteras con una aguja de tejer y un cono de hilo en esos puntos de la villa que no figuran en guías turísticas. “El dinero diario nunca me falta, —insisten— ¿y quién me dice a mí que yo no estoy preservando una tradición de mi ciudad?”.

 

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