Un artesano de papel

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig

Viaja con sus creaciones a cuesta, resguardadas en una caja de zapatos para protegerlas. Nadie sabe que en la mochila lleva un cisne, un manojo de flores, una rana, un gato, un dragón, una familia de búhos. Solo cuando llega al destino y verifica que nada atenta contra las criaturas, abre el morral como si fuera un mago, solo que no tiene conejos o palomas… o sí, pero de papel.

Marcel Gómez Soria solo necesita un retazo de hoja para crear un universo. Con apenas 13 años, este niño trinitario está atrapado en el universo del origami, práctica que por estos parajes del centro sur de Cuba no había tenido gran arraigo.

“Esto me gusta más que jugar pelota, trompo o bolas”, comenta en voz baja, mientras toma una hoja en blanco para crear una nueva figura. Marcel no es muchacho de palabras, prefiere trabajar para lidiar con los nervios y la grabadora encendida.

Desde aquella tarde en que enseñó el ventilador de mano que creara con dos cables, una pila, el motor del barco de juguete y el aspa hecha de un pote de helado (hecho todo para resistir el calor del aula) la familia estuvo consciente de las habilidades e inventiva del niño, pero nadie pudo predecir que todas las aptitudes desembocarían en el papel.

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig
Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig

“Todo empezó cuando estuve enfermo, hace tres años, en una silla de ruedas —recuerda—. Mi mamá me buscó videos que enseñaban cómo hacer origami para que me entretuviera. Empecé a moldear las piezas, después a unirlas: así hice mi primer cisne. Demoré dos o tres horas. Me gustó. Hice otra figura, y otra, y otra…”.

El ejercicio constante transformó el hobby en oficio incipiente.  “Aprendí que existen dos tipos de origami: el clásico y el modular. El primero se hace a partir de una hoja de papel, el segundo consiste en empalmar piezas iguales. Parece fácil, pero, en el caso del modular, todas las piececitas deben ser iguales, tienes que saber cómo empalmarlas y combinar los colores para los detalles. Además, algunos animales u objetos son muy complicados. Lo más difícil que he hecho fue otro cisne, de dos colas. Lo terminé de madrugada, tenía alrededor de 2 000 piezas”.

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig
Un cisne de papel decora la sala de la casa. Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig

Meses después de su descubrimiento, origami y bonsáis se unieron por vez primera en Trinidad. Mery Viciedo, miembro de la Asociación Cubana de Artesanos Artistas (ACAA) y experta en la milenaria técnica de los árboles en miniatura, fraguó lo que fue la primera presentación del novel artesano en las lides artísticas del territorio.

De la iniciativa surgieron talleres para niños y adultos, cursos de verano que el pasado agosto tuvieron su tercera convocatoria, muestras expositivas dentro y fuera de la ciudad. Ahora los esfuerzos apuntan a una expo gigante, organizada por el Club Japonés de Sancti Spíritus, el venidero abril.

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig
Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig

Más allá de la fama que empieza a rondar a su hijo, lo que más agradece Maggie Soria Rodríguez al mundo del origami es cómo Marcel ha derrumbado los muros del silencio. “Él era, y todavía es, bastante tímido e introvertido. Un día borró todos los videos porque se sintió impotente por no realizar una figura, pero después lo retomó. Pienso que su mayor mérito consiste en haber aprendido todo solo, y la capacidad de crear piezas que no aparece en ningún video de los que tiene, como es el caso de una jarra. Todo esto se lo debemos también a muchos amigos que nos han enviado papel específico para hacer origami porque en Cuba prácticamente no se encuentra, nos regalan hojas, pliegues, lo que tengan, incluso un señor de la imprenta nos ha facilitado recortería para realizar los cursos de verano”.

De vez en cuando la creatividad lo sorprende con los recursos casi agotados o llega la fatiga por tantas horas de trabajo, pero Marcel no puede romper la tradición de regalar grullas o búhos a sus amigos en los cumpleaños, una flor a su madre o a su abuela.

Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig
Marcel junto a su mamá. Foto: Carlos Luis Sotolongo Puig

Aunque a veces el fatalismo geográfico le juega en contra, Marcel tiene claro que la fábrica de papel que ha erigido a base de perseverancia nunca cerrará y que viajará con sus criaturas hasta donde lo lleve el tiempo.

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