Café Miramar

Café Miramar

Café Miramar

Artex tiene el mérito indiscutible de haberle cambiado la cara al panorama del entretenimiento cultural habanero en los últimos años. Si un tiempo atrás las discotecas y su reducido espectro musical eran prácticamente los únicos espacios para salir a pasarla bien –suponiendo que tu bolsillo llegara a los imprescindibles 5 cuc-, a partir de la recuperación de lugares como el Diablo Tun Tun y El Sauce, aquellos interesados en disfrutar de algo más que el reguetón, la salsa y la canción de moda, han encontrado un sitio.

Ahora acaban de saldar una vieja deuda con el propio país. En una de las capitales indiscutibles del jazz, los centros dedicados a ofrecer espectáculos de este género eran apenas dos y sus precios son ciertamente prohibitivos para la inmensa mayoría de los habitantes de la ciudad. Pero con la apertura del Café Miramar se pretende revertir la situación.

A medio camino entre tugurio y local de altura, el Café Miramar ha venido a romper la hegemonía del circuito jazzístico de alto vuelo en la capital. Ubicado casi al final de la 5ta Avenida (5ta esquina 94), en el remozado Cine-Teatro Miramar, pretende conciliar la ambiciosa presentación de una muestra notable y representativa del jazz cubano actual con unos precios, si no asequibles, sí ostensiblemente más bajos que los de su par La Zorra y el Cuervo.

En la entrada, aparte de la programación del mes –en la que es posible encontrar nombres como Carlos Miyares, Rolando Luna y Jorge Reyes-, un gracioso cartel con los deberes y derechos del consumidor aclara que está prohibido fumar dentro del recinto y que está, anoten esto, prohibida la mariguana. Así que si tenía pensado fumar de ese taco al ritmo de la densa atmósfera de un John Coltrane sesentero, tendrá que dejarlo para otro sitio.

Foto: Beatriz Verde Limón
Foto: Beatriz Verde Limón

Una vez traspasada la pesada puerta de madera no queda más que felicitar a los gestores del proyecto. Un pequeño escenario –tal vez con más luces de las necesarias-, unas pocas mesas, un gran sofá y una extensa barra conforman el mobiliario y realmente no hace falta más. El diseño del local consigue atrapar la quieta intimidad necesaria para que el encanto del jazz se enseñoree del lugar. Tal vez unos espejos en las incómodas columnas, y algunas fotografías en las desnudas paredes le darían el toque justo, pero ya esos son gustos del escribidor, que quiere convertir al Café Miramar en su segunda casa.

Es un espacio que comienza, así que no se puede ser demasiado riguroso con la coctelería –igual ese es uno de los puntos débiles de numerosos locales en Cuba-. El barman, que no parece muy ducho en estas cuestiones, es en cambio un tipo más que generoso con las líneas de ron; sugiero aferrarse a esa línea para no sufrir con un mojito demasiado dulce o un cubalibre que no lo es.

Pero estos detalles son pura tontería. El Café Miramar – ¡gracias Artex, gracias Ministerio de Cultura y quién más sea!- ha venido a aniquilar el elitismo al que condenaban al jazz en vivo los precios del Jazz Café y La Zorra y el Cuervo. Sostenerse en el tiempo, ese es el gran reto que enfrenta este sensacional proyecto que nace; sería bueno que, para variar, no estemos ante otro de esos bellos romances que comienzan y que, pasados los meses, la lista de defectos resulta interminable.

Foto: Beatriz Verde Limón

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