“Cartas a Mario” de Cintio Vitier, un culto a la amistad

Una joya bibliográfica que nos acerca al ensayista que desde sus primeros años expresaba con lucidez su amor por Cuba y por lo cubano.

Recién concluido el año del centenario de Cintio Vitier (Cayo Hueso, 1921-La Habana, 2009) y llegó a mis manos un breve cuaderno que nos revela facetas de la vida juvenil del intelectual cubano en su amada Matanzas, ciudad donde transcurrió su infancia y en la que, al decir del crítico Enrique Saínz, estaba “la identidad del poeta, su yo perpetuo…”. Es Cartas a Mario (1936-1947), con el sello de Ediciones Matanzas, una joya bibliográfica que nos acerca al estudiante de violín y al poeta en formación que desde sus primeros años expresaba con lucidez su amor por Cuba y lo cubano.

A Caridad Contreras Llorca, encargada de la compilación, prólogo y notas, debemos la existencia de este libro que reúne veinte cartas enviadas por el muy joven Cintio a su amigo, el músico matancero Mario Argenter Sierra (Matanzas, 1911-Matanzas, 2005), fundador de la Orquesta de Cámara de Matanzas y primer director de la Orquesta Sinfónica de esa urbe. Celosamente guardadas durante décadas, el destinatario —ya en su vejez— donó el epistolario al Departamento de Fondos Raros y Valiosos de la Biblioteca Provincial Gener y Del Monte.

Las cartas (la edición respeta ortografía original), testimonios de una amistad que duró por siempre, fueron enviadas por Cintio desde La Habana, donde se mudó junto a la familia en 1935, a propósito del nombramiento de su padre Medardo Vitier como Secretario de Educación. Dice Contreras Llorca en el prólogo del cuaderno: “Lo primero que llama la atención en esta colección de cartas es la extrema juventud del remitente. Vitier comienza a escribirle a su amigo Mario —diez años mayor que él— desde sus primeros tiempos en la capital, con catorce años. En las cartas más antiguas que podemos presentar, de abril a septiembre de 1937, Cintio ya ha cumplido quince. Muchos de los asuntos tratados corresponden a la vida juvenil: estudios, exámenes, salidas, noticias de amigos comunes y familiares…”.

Cubierta del libro. Foto: cortesía de la autora.
Contracubierta del libro. Foto: cortesía de la autora.

De esta etapa llaman también la atención los comentarios de Vitier sobre la música y sus cultores.  Entonces era un estudiante de violín, discípulo de Juan Torroella Bonnín (Matanzas, 1874-La Habana, 1938), de quien escribió en una de las cartas, fechada el 9 de abril de 1937: “…Torroella se ha empeñado en presentarme al Concurso de sexto año en el Conservatorio Falcón. Y lo grave es que me ha dicho con una tranquilidad pasmosa que debo tocar un Concierto de Vivaldi (posiblemente el de La Menor). ¡Pues no es nada¡ eso significa dedicarme al violín con una fruición absorbedora…”. 

Más adelante, en la misma misiva, comenta a su amigo Mario: “En estos días he asistido a dos conciertos deliciosos. Uno el de Regino Sainz de la Maza [legendario guitarrista español, amigo de García Lorca], otro de Emilio Puyans [flautista, profesor y director de la Orquesta Filarmónica de La Habana]. El primero es un guitarrista a la altura de Llobet [Miguel Llovet, guitarrista y compositor español] o Segovia [Andrés Segovia, virtuoso de la guitarra clásica española). Una técnica depuradísima, un ajuste maravilloso y, sobre todo, una sobriedad y una elegancia de dicción extraordinarias. Pensando en todo esto pienso lo poco que sabemos apreciar lo nuestro; lo digo por Rey de la Torre [José Rey de la Torre, guitarrista cubano] que, mucho más joven cronológica y artísticamente que Sainz de la Maza, vale tanto como éste, y a mi entender posee una calidad de sonido superior. Emilio Puyans es otro coloso en la flauta…”.

En estas líneas ya se avizoraba la agudeza y lucidez de Cintio, y también su amor por lo cubano. Finalizando 1937, el 11 de diciembre, otra de las cartas da fe de su tristeza ante la depresión económica y cultural que sufrió entonces Matanzas. “Ya de nuevo y más sustancialmente en esta ciudad, los días que, gracias a tu amistad, pasé en Matanzas, existen en mí —y para siempre— con sabor triste; si te soy del todo franco, sabor de escuetamente triste, sin belleza, de casi repugnante, inconfesable. Si te digo ahora que al fin me decido por La Habana y me pongo entero en ella —sin olvidar buenos recuerdos y algún dulce imán de ahí— es porque siempre se ama el pudor cuando la desnudez da nauseas. Qué desolación, sin un secreto; qué moribundez en en el centro de la vida, minándola, tiene Matanzas”.

Inevitable era para el joven Cintio establecer el contraste entre la «ciudad dormida» y la intensidad de los días en la capital donde ya había vivido dos años. En esta misma carta, deja saber a su amigo las buenas novelas que leerá en sus vacaciones hasta enero de 1938, entre ellas La vorágine, del colombiano José Eustasio Rivera; Don Segundo Sombra, del argentino Ricardo Güiraldes, y Doña Bárbara, del venezolano Rómulo Gallegos. Tres de las grandes obras de la literatura latinoamericana que ya había leído Cintio y recomendaba a Mario como lectura obligada; así como Vendabal en los cañaverales, del matancero Alberto Lamar Schweyer.  

Las inquietudes literarias de Cintio asoman a lo largo del epistolario que ofrece información sobre detalles de concursos y sucesos como la entrega del Premio Nacional de Literatura a su padre Medardo Vitier y el de Poesía a Guillermo Villarronda (seúdonimo del periodista Guillermo González Gómez), referido en la carta, fechada el 12 de abril de 1938. Un año después, el 16 de enero de 1939, confiesa a su amigo que su vida es otra desde que está en la Universidad, “…porque he conocido varios jóvenes de gran calidad y, claro, porque paso en el tiempo”. Además, se lamenta por la muerte de su maestro Torroella y le cuenta que ha continuado el violín con el profesor Joaquín Molina Ramos.

Las últimas cartas publicadas en el libro (9 de diciembre de 1946 y 21 de enero de 1948) dan cuenta de la boda de Cintio y Fina García Marruz, y del nacimiento del primógenito Sergio. Si se leen en orden cronológico, estas misivas van describiendo la evolución de un joven que alcanza, años después, la condición de ser uno de los grandes sabios de la literatura cubana. Y es, precisamente, la revelación de la etapa juvenil de Vitier uno de los mayores atractivos de Cartas a Mario…, un cuaderno que brinda referencias de la vida de ambos amigos y de la cultura matancera y nacional, a la vez que nos adentra en un mundo lleno de descubrimientos para ese intelectual precoz que nos legó una obra extraordinaria.

Pero si las cartas tienen en sí el valor de revelarnos a un Cintio, quizás desconocido para muchos, el cuaderno en su totalidad descubre el rigor investigativo de la compiladora que no se ha ceñido a la publicación de estas epístolas inéditas hasta ahora, sino que ha completado la obra con anotaciones esclarecedoras, fragmentos de poemas y prosas de Cintio, fotos de lugares relacionados con su presencia en la urbe matancera, documentos y manuscritos.

Cartas a Mario... es, sin duda, el testimonio de una amistad que duró toda la vida. Cuenta la autora, bibliotecóloga y profesora con numerosos premios y reconocimientos por su labor investigativa, que siempre que el matrimonio Vitier-García Marruz visitaba Matanzas en los años noventa, había que programar una encuentro en la casa de Mario, ya en ese entonces con dificultades para andar. De él, escribió Cintio en su folleto Memorias y olvidos (2006): “…Nunca olvidaremos Fina y yo las versiones de los Versos sencillos que nos regaló en el piano solitario y concentrado de su casa. Nunca olvidaré a su tía Enedina. Nunca olvidaré el patio largo, estrecho, lateral, recoleto, de su casa silenciosa. Como lo he dicho en otro sitio, él no era matancero. Él era, es Matanzas”.

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