Cercanías de Pablo Milanés

Yo de la ciencia del dominó no sé nada. Absolutamente nada. Tiro fichas con la circunspección de un experto y boto siempre “la gorda”. Eso provocó un grito de Pablo: ¡¡¡Michel!!!, con el casi me expulsa de la mesa un día.

Pablo Milanés y Michel Hernández.

Hace más de 14 años años recibí un correo electrónico que fue un parteaguas en mi incipiente profesión de periodista. “Gracias Michel, fue un artículo sobre el concierto muy valiente y generoso. Te felicito y te reitero mi agradecimiento. Avísame, para darte una entrevista”. Era Pablo Milanés. El concierto había sido en el patio de la Uneac y aquel mensaje fue el inicio de un vínculo de afectos que se extendió hasta su muerte este martes en Madrid.

Desde hace varios meses estaba siempre al tanto sobre su estado de salud. “Hoy se levantó y está muy animado”, alguna vez me dijeron. Y con esas palabras la esperanza tomaba forma. Parecía que otra vez iba a ser el vencedor. Pero luego cada vez, más frecuentemente, vinieron hospitalizaciones, incertidumbres y por último, desenlace. 

En uno de los momentos en que el trovador se sintió mejor comenzó a escribir unos apuntes. Me había enviado un mensaje sobre una entrevista que quería darme para contarme detalles inéditos de su vida. Quizá iba a indicarme otros detalles de cómo Pablo se convirtió en el músico y hombre que era. 

No fue fácil y lo avizoró desde sus primeras canciones. Habló de sí mismo y se adelantó al Pablo que sería décadas después. Quizá de todo eso me hablaría en la charla prometida en su casa en Madrid. No tenía preparada una batería de preguntas. No podía tener nada prefabricado. La idea era conversar a fondo, sin libreto

Pablo ya estaba un poco débil para conversar por teléfono, me explicó Nancy, su esposa, su manager, la mujer que le salvó la vida una vez al donarle un riñón en un momento crítico. Por eso era mejor que nos viéramos.

La primera vez que lo entrevisté fue por teléfono hace más de una década. Pero nunca pude publicarla. Pablo ya comenzaba a ser visto con lupa en los medios periodísticos estatales cubanos por sus declaraciones políticas críticas contra el gobierno. Aquella conversación finalmente inició una serie de charlas con el trovador, algunas formales y otras llenas de chistes en las que el músico hablaba como si estuviera compartiendo un trago en cualquier esquina del barrio.

En la mesa de dominó.
En la mesa de dominó.

Yo de la ciencia del dominó no sé nada. Absolutamente nada. Tiro fichas con la circunspección de un experto y boto siempre “la gorda”. Eso provocó un grito de Pablo: ¡¡¡Michel!!!, con el casi me expulsa de la mesa un día.

Fue una tarde de sábado. Estábamos en su casa donde siempre confluían amigos. Habían llegado su hija Haydée y Alejandro, su esposo. Nancy me avisó sobre el juego y yo, como si supiera de qué se trataba, me atreví a compartir mesa con Pablo, de pareja. Como contrincantes, el pintor Choco (Eduardo Roca) y su esposa. 

Enseguida todos sospecharon que yo estaba en la Luna. Y Pablo con su estruendosa voz terminó sacándome una tarjeta amarilla. Todos se murieron de la risa y yo me llevé la foto. 

Pablo luego me comentó de su vida, de la música y otras historias que apenas se conocían en aquel círculo. Era una enciclopedia. Una historia viva de la música cubana.

La obra de Pablo es un ejemplo de sensibilidad y coherencia. En su conversación, siempre mencionaba con mucho cariño sus primeros discos, el álbum en el que musicalizó e interpretó los poemas de Martí, y la trilogía Años. Cada uno de sus álbumes es un recorrido magistral por su vida y la vida de Cuba.

Pablo hace años decidió residir en Madrid para poder atender su salud. Necesitaba un tratamiento muy específico que solo en España podía tener. Sin embargo, no soportaba estar mucho tiempo fuera de Cuba. En una ocasión me confesó que le costaba cargar con el peso de la nostalgia. Me habló también de los cubanos emigrados y de su esperanza por una Cuba mejor para todos. 

Aquella tarde en su estudio PM Records pasó entre bromas con Carlos Varela, un amigo muy cercano, y los consejos que le daba a Haydée enfrascada en un nuevo disco. Era un ambiente muy familiar. 

Pablo lograba que las personas que lo rodeaban se sintieran arropados por ese espíritu de camaradería, de intimidad.

El trovador en los últimos años ya sentía con mayor fuerza el peso de su enfermedad oncohematológica. Pero seguía luchando, dispuesto a no claudicar. Cada vez que se subía a un escenario en los últimos tiempos significaba el triunfo de la voluntad sobre el pronóstico. El triunfo de la vida. 

No importaba si tan solo unos minutos antes algún síntoma le hubiera indicado que no debía hacerlo. Que si volvía a invertir esa energía descomunal que requieren los conciertos, podía desgastarse demasiado. Lo hacía con el corazón en la mano y un rosario de canciones en la garganta. Así enfrentó la pandemia, componiendo canciones desde su casa. En cuanto pudo retomó su gira Días de Luz. Y luego, regresó a Cuba para respirar.

Carlos Varela, Pablo Milanés y Michel Hernández (autor).
Carlos Varela, Pablo Milanés y Michel Hernández (autor).

A mediados de este año, cuando quiso hacer un concierto La Habana, se desató una polémica sobre la venta de entradas. Él conocía cómo se mueven ciertas situaciones en la isla y estaba preparado para ello. Pablo observó con calma los desenlaces de la organización del concierto; conoció y agradeció los reclamos de sus seguidores en las redes para que le permitieran dar su concierto en un recinto con mayor capacidad de público.

Mientras todo aquello se decidía en las oficinas, Pablo, en su Habana, siguió recibiendo a los amigos que se acercaban para saludarlo en su regreso. 

Pablo tenía fe en que el concierto, como lo tenía pensado, se iba a dar, y que volvería a encontrarse con su público. Es probable que imaginara que esa podía ser su despedida de Cuba y que de ninguna forma se iría sin cantar nuevamente para los cubanos. Ese concierto terminó siendo su testamento en Cuba. 

Le habló a los cubanos, les agradeció por haberlo seguido durante tanto tiempo, por el apoyo, por estar ahí frente a él, frente a sus canciones. Y su público lo llenó de aplausos y lágrimas. 

Tras el concierto Pablo convocó otro de esos encuentros en los que su casa se llenaba de amigos. Me avisó para que no faltara. Ese día no me sentí bien. Tenía un test de COVID-19 en casa y di positivo. Respiré con alivio, por haber tenido la precaución de no asistir. Pablo regresó a su casa en Madrid y a sus conciertos, que por la agudización de su enfermedad debió cancelar algunas veces. 

Desde hace unas pocas semanas me alojo muy cerca de su casa, en Madrid. Había llegado a esta ciudad precisamente para sumarme a su gira y dejar testimonio del Pablo que seguía siendo pese a los años y pese a la enfermedad. 

A pesar de que la esperaba, hoy me removió la noticia de su muerte. Ya sabía que la entrevista pactada ya no iba a ser posible. Pero conservo estas memorias, su amistad y aquel sonoro y jocoso grito con el que me dejó claro que no sé jugar dominó.

Salir de la versión móvil