El reguetón, que parece ser el último abrevadero de códigos filológicos y sabiduría popular, tiene en vilo a las autoridades de la cultura, a esnobistas, diletantes y pulcros lectores de Alas Clarín o de Sor Juana, quienes apuestan más por erradicarlo que por una salida ingeniosa. Si la situación lo requiere (y este parece ser uno de esos casos), los mandamases terminan una molestia de la noche a la mañana, solo que están enterados de que el reguetón no se borra así de simple. No es como bloquear una página web.
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