Alberta Durán, la mitad de la vida

Alberta Durán y Juan Padrón.

Alberta Durán y Juan Padrón.

Alberta Durán es el nombre de la esposa de Juan, lo ha sido por más de cuarenta años. Tienen dos hijos, Ian y Silvia, y cuatro nietos. Es comprensible que llamar a Alberta esposa, mujer, pareja, incluso madre de sus hijos, es reducir considerablemente lo que ha significado esta mujer, psicóloga de profesión, en su vida.

Ambos se conocieron en 1973, exactamente en un concierto de Joan Manuel Serrat. Cuando Alberta me habla de Juan descubro en ella a una mujer enamorada, que recuerda los inicios de su relación tal como si hubiese sido ayer.

-Nos presentó una señora que trabajaba conmigo, y yo quise conocerlo, porque conocía su obra, las cosas de humor negro que publicaba en aquella época. Me pareció fabuloso conocer a un tipo que era tan cómico. Después de conocerlo me frustré un poco porque yo pensé que la gente que hacía humor es simpática todo el tiempo, y Padrón era muy tímido, se hacían silencios y yo era la única que los llenaba hablando, pero casi al terminar el encuentro, que yo pensaba había sido un fracaso, me dijo de salir una próxima vez. Después me he dado cuenta de que estos humoristas, cuya forma de expresión es lo gráfico, son por lo general tímidos, lo verbal no es su fuerte. Empezamos a conocernos y desde mayo del 73 estamos juntos.

Alberta siente que Juan es un hombre muy noble, que no tiene ningún tipo de maldad, que es incapaz de pensar mal de alguien, por lo que las personas a veces se aprovechan de él. Yo, tras conversar con ambos, comprendo perfectamente sus más de cuarenta años de relación. Se complementan a la perfección.

-Padrón es en primer lugar una persona muy noble. Él es incapaz de hacer daño a alguien, ni de hablar mal de nadie intencionalmente. Entonces yo creo que lo han maltratado, que se han aprovechado de él, de su trabajo. A mí que estoy desde fuera me da mucha pena que eso pase, porque él es esencialmente una buena persona.

Mientras Alberta me habla. Juan prepara café y nos lo sirve, pero absortos en la conversación no reparamos en él, por lo que lo tiene que volver a calentar.

-No lo hiervas –le dice ella y él se marcha riendo.

Juan Padrón, un pillo manigüero

-Para mí lo más importante para unir nuestras vidas es que él es una magnífica persona, muy inteligente, además tiene una enorme capacidad de trabajo. Él trabaja todavía ahora, que está luchando con su enfermedad, aun así se levanta y trabaja todo el día, siempre tiene algún proyecto, o algo que hacer. Genera ideas constantemente, eso a mí me fascinó. También está su capacidad de superarse, o sea, él nunca estudió dibujo, nunca estudió cine, todo es por esfuerzo propio. Además, tiene un sentido del humor que yo he visto en muy pocas personas, que es que las cosas más serias poder convertirlas en cómicas. Para mí, que vengo de una familia de gallegos, muy austeros, rígidos en todas las cosas, descubrir en la cotidianidad el sentido del humor de Padrón es importantísimo.

En la relación cada cual aporta cosas diferentes. Alberta es más terrenal, Padrón pone el humor. A pesar de ser de una generación marcadamente sexista han logrado distribuir las tareas domésticas y las responsabilidades con los hijos de forma equilibrada. “Por ejemplo, Padrón no podía repasarles matemáticas, porque era muy malo, pero cuando yo iba de viaje por mi trabajo, que sucedía a menudo, él solo era quien se encargaba de la casa y los niños”.

Cuando ellos se conocieron, y durante varios años, lo único que tenían para vivir era un cuarto en una casa de huéspedes de poco más de 3 metros cuadrados. “No teníamos siquiera inodoro propio, teníamos que bajar a un baño colectivo”. Allí nació Ian, y vivió sus primeros años, hasta que lograron mudarse a un sótano en El Vedado, no mucho más grande, “pero al menos tenía una cocinita de un metro cuadrado, donde podíamos jugar a las casitas”.

Ser hija de Juan

-Padrón siempre fue un padre muy delicado, con unas habilidades enormes para convertir los deberes en juegos. Él tenía muchos recursos que a mí como psicóloga no se me habrían ocurrido. Los hijos lo adoran y lo respetan mucho. Nuestros problemas como pareja en estos 43 años han sido mínimos, nunca nos hemos separado, tenemos una comunicación muy buena”.

Cuando comenzaron su relación, Alberta tenía apenas 23 años, y Juan 26.

-Ahora, desgraciadamente, nuestros hijos están en el extranjero. Nuestros dos nietos mayores si están aquí en Cuba, y el mayor es como una especie de clon de Juan, están muy ligados el uno al otro. La abuelidad nos desborda, es una experiencia totalmente diferente a los hijos y se disfruta mucho.

Con Alberta se puede hablar horas sin apenas notarlo, es una mujer que responde las preguntas al vuelo, no hace rodeos, es directa, además tiene una excelente memoria. Antes de despedirnos, me da un consejo.

-De Juan como ser humano se ha hablado muy poco. El por modestia, y porque realmente no… él no se valora, no se da cuenta.

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