Cartas de crédito para el cine cubano del siglo XXI

Dentro y fuera de Cuba, a lo largo de varios sitios web ajenos y propios, de publicaciones amigas y enemigas del ICAIC, he leído el criterio nostálgico-depresivo respecto a que el cine cubano terminó con Suite Habana, y los últimos diez años parecen despoblados de grandes obras, y ningún título nuevo propicia los estremecimientos a lo Memorias del subdesarrollo, Lucía o Clandestinos. A solicitud de OnCuba me atrevo a sugerir un panorama menos realista y desolador, aunque sepa, desde antes de poner la primera letra, de la incapacidad del cinismo nihilista para polemizar, o para escuchar argumentos contrarios a los suyos, porque vive aferrado a la retórica de la «crisis» y a la ciega negación de lo mucho que desconoce.

Antes de comenzar a enumerar filmes, claridades, estéticas regidoras y conmociones vinculadas a ciertos estrenos, en el periodo precisamente posterior a Suite Habana, es decir desde 2003 hasta el presente, adelanto que algunos de estos nuevos paradigmas han sido vistos por una minoría, apenas han disfrutado de estrenos masivos y mucho menos de espacios de divulgación televisiva. Otros tantos, la mayoría, apenas disfrutan de consensos aprobatorios mayoritarios entre la prensa, los públicos y las instituciones culturales. Tampoco puedo relacionar películas nominadas al Oscar ni a la Palma de Oro en Cannes. Voy a hablar de filmes cubanos imperfectos, singulares, medio desconocidos, diferentes, a veces clandestinos, pero indiscutiblemente ligados, desde la inconformidad y la hondura, con las mejores tradiciones de la cinematografía cubana.

Sin poner a competir, como si fueran caballos de carrera, a la primera película de Fernando Pérez (Clandestinos, 1988) con la más reciente (José Martí, el ojo del canario, 2009) porque carezco de la habilidad para puntuar las diferencias como si fuera aritméticamente demostrable una relación de superioridad o inferioridad, supongo que los muchos valores de la arriesgada biografía están a la vista para todos sus espectadores. El director vincula melodrama neorrealista y documental de encuesta con Suite Habana (2003) y se arriesga luego con un drama biográfico-histórico, que no épico, distanciado por completo del didactismo, la afectación y los excesos librescos o teatrales que suelen permear numerosas películas cubanas y latinoamericanas de época. El Apóstol de la Independencia, el mayor poeta y escritor con que haya contado la Isla, “el misterio que nos acompaña”, según lo nombró su seguidor José Lezama Lima, es mostrado en el proceso iniciático de entender el mundo, con todos los miedos, incertidumbres, inseguridades y pequeñeces que enriquecieran el genuino perfil de un ser humano cuyo martirologio, y trascendencia histórica, se inicia justo en el momento en que concluye la película.

El rostro adolorido, elocuente, del Martí de los grilletes y el presidio, acompañado por los acordes de “La Bayamesa rota”, como la llaman Fernando Pérez y Edesio Alejandro, comporta uno de los epílogos más emotivos del cine cubano contemporáneo. El director y sus colaboradores vencieron los escollos que se alzaban ante un proyecto por encargo, de matriz eminentemente televisiva e historicista, y redondearon un digno sucesor de una creación autoral indiscutiblemente distinguida, que debe continuar este año con el estreno nacional e internacional de La pared de las palabras, que al decir de Fernando trata sobre “seres humanos clasificados como normales y que son incapaces de entender palabras, señales, ondas, miradas que se pierden en la oscuridad de lo cotidiano.”

En similar cuerda, de abierta reflexión sobre las angustias contemporáneas de los cubanos, clasifica también Barrio Cuba (2005), filme postrero de Humberto Solás, que comparte y redimensiona, sin remordimientos ni complejos, algunos motivos acendradamente románticos como el amor imposible o el desamor sin paliativos; la muerte que cae como un rayo y lo reduce todo a cenizas; la mujer fatal que ama a quien no debe, desdeña a quien la adora, y es capaz de los más tremendos sacrificios por ayudar a los merecedores de su ternura… Porque se trata de un complejo melodrama que no solo deifica, relee y cuestiona las actuales ideas sobre la familia y la figura paterna, mientras toca de soslayo temas medulares como la emigración al exterior y la inmigración a la capital desde otras provincias; las actividades llamadas ilícitas; la religiosidad popular (a la que se le echa mano «cuando truena» y puede ser lo mismo católica, protestante o de origen afrocubano); las diferencias entre la ciudad y el campo; los problemas laborales y de vivienda; la prostitución femenina y masculina; el alcoholismo; las diferencias generacionales que conllevan conflictos de todo tipo; el homosexualismo y la homofobia; la marginación y automarginación…

En la antípoda estilística de Solás se encuentra Juan Carlos Tabío, consagrado desde los años ochenta por clásicos que adoró el público y la crítica como Se permuta y Plaff o Demasiado miedo a la vida. Tabío retomó la comedia costumbrista, desencantada, polifónica y con elementos de absurdo en El cuerno de la abundancia (2008) que parecía, a primera vista, otra farsa populista, de choteo, relajo y cubaneo, cuando en realidad se trataba de una suerte de antología de arquetipos, situaciones y significados dispersos por la tradición del humor criollo originado en el teatro, la plástica, la canción y el propio cine. Gracias a la sabrosa apropiación de los arquetipos (el padre intransigente y tiránico, la madre posesiva y melodramática, la coqueta interesada y adúltera, el tonto del pueblo…) es que el filme alcanza la categoría de catálogo satírico, caricaturesco, de los últimos cuatro o cinco años de vida rural en Cuba.

Daniel Díaz Torres optaba por lo retro con matices absurdos en Lisanka (2009) que apuntalaba el plano referencial o histórico en el contexto de la Crisis de Octubre, cuando los personajes, y el país atraviesan una situación límite. A través del relajo desacralizador director y guionista se burlan de la solemnidad y los extremismos, mientras ironiza sobre el choque cultural entre rusos y cubanos, o pone en solfa las actitudes esquemáticas y autoritarias en aquella etapa de iniciales radicalismos. La próxima, y última, película de Díaz Torres devendría pase de revista cáustico a los estereotipos que pueblan el imaginario de los extranjeros respecto a los cubanos. Porque La película de Ana (2012) no solo cuestiona cambalaches y meretricios, sino que también ridiculiza la desidia, la chambonada y la escasa creatividad, el esquematismo y la indolencia. Porque esta comedia/pastiche/melodrama parece decirnos que alimentar la autenticidad y la honestidad requiere un enorme esfuerzo, y que existen mil tentaciones para derivar a la prostitución y el «jineteo».

En el mismo año 2003 Gerardo Chijona retomó la tragicomedia de enredos, sobre el fingimiento y la doble moral en Perfecto amor equivocado (2003) y luego le imprime un sesgo inesperado a su obra con la road movie protagonizada por intérpretes muy jóvenes y el tema del VIH Sida que es Boleto al paraíso (2010) desencantada revisión sobre el pasado reciente y los años del Periodo Especial. La última década del siglo XX fue también motivo de angustiosas y revisionistas cavilaciones como Páginas del diario de Mauricio (2006, Manuel Pérez) yPenumbras (2011, Charlie Medina) ampliamente elogiadas por la mayoría de los críticos. Y hablando de cine histórico y retro, deben mencionarse El Benny (2005, Jorge Luis Sánchez), Mata que Dios perdona (2006, Ismael Perdomo), y La edad de la peseta (2006, Pavel Giroud), sendas reconstrucciones epocales que anulan el anterior cine cubano, dedicado a demonizar los años cincuenta. Ambos filmes evocan positivamente el gusto decorativo, la música y las costumbres de aquellos años.

Además de todo lo apuntado, el cine cubano se ha vuelto borde y sombrío. Los últimos diez años vieron prosperar las recreaciones de lo criminal y delictivo, marginal y anti ético a través de filmes de mayor y regular prestigio como Los dioses rotos (2008, Ernesto Daranas), La noche de los inocentes (2007, Arturo Sotto), Chamaco (2009, Juan Carlos Cremata) y Verde verde (2011, Enrique Pineda Barnet). Esta última narra un acercamiento sexual entre dos hombres, en un ambiente de bares sicalípticos y decadentes, y el posterior “borrado” por parte de uno de ellos, homosexual inconfeso, a través de la sangre y el crimen. Con su agresiva recreación de iconos gays que van de la cubana Avenida del Puerto aQuerelle de Brest según Jean Genet y Rainier W. Fassbinder, Verde, verde tiene la osadía de constituir el primer largometraje de ficción cubano creado ex profeso para mostrar una relación homosexual “culpable”, “pecaminosa”, puesto que los temas dominantes de Fresa y chocolate (1993) resultaban ser la intolerancia, la amistad y la emigración forzosa más que la inclinación sexual diferente, y la memorableVideo de familia (2001) se refería a este tems desde la tangente y el carácter secundario del conflicto gay en medio de la tragicomedia filial que parecía interesarle a Humberto Padrón.

Dentro de la nueva generación de cineastas, destaca el antes mencionado Juan Carlos Cremata, quien se atrevió a vehicular el tema de la emigración a través de una road movie en Viva Cuba (2006), criolla fábula que apuesta por la sencillez y el entretenimiento en torno a dos críos cuya amistad pudiera romperse por la voluntad de emigrar de la familia de la niña. Viva Cuba consiguió el mayor auditorio posible para una película cubana, y el éxito se repitió en 2011 con Habanastation, ópera prima de Ian Padrón (quien había dirigido un polémico y excelente documental titulado Fuera de liga) también protagonizada por niños y colmada de peripecias y persecuciones, pero muy atenta a la denuncia de las diferencias en estatus económico entre los dos niños protagonistas. Niños casi adolescentes protagonizan también La piscina(2012, Carlos M. Quintela) que renuncia a las peripecias y la puerilidad en un largometraje contemplativo de muy tenue narración, y que por tanto rechaza casi todas las etiquetas genéricas. La piscina se desmarca de casi todas las convenciones representacionales del cine cubano en cuanto a tono, personajes, y estilo expositivo y discursa sobre la espera y la inercia, el nada que hacer y el poco que alcanzar mientras nos entregamos a pasatiempos inocuos y fastidiosos. Si la dinámica de ruptura con las convenciones narrativas, estilísticas y genéricas es la que garantiza la evolución de las cinematografías nacionales, La piscina es una de las películas más notables de los últimos años, a pesar de que su tempo pausado y la carencia de acción física, exterior, haya molestado a un sector del público y de la crítica.

Sobre la espera y la supervivencia trata también Melaza (2012, Carlos Lechuga) que se distancia de propósitos expeditos como provocar la risa a ultranza, o de recargar el impotente pesimismo de un espectador atribulado. La principal línea narrativa del filme cuenta las pruebas, o retos, que enfrenta una pareja de jóvenes industriosos, agraciados, inconformes y muy tensos con la abulia y el estancamiento que domina el batey cañero donde viven. Melaza examina los modos de supervivencia de los miles, tal vez millones de cubanos, que asistieron a la pasmosa suspensión de la industria azucarera, divisa económica, política y cultural de la nación a lo largo de, por lo menos, un par de siglos. La desorientación y penuria consiguiente, la carencia de caminos por donde avanzar, y la inexistencia de estrategias para entrenar las piernas en otros senderos que permitieran avizorar la clásica luz al final del túnel, constituyen temas que enriquecen el universo dramático del filme.

Personal Belongings (2007), la ópera prima de Alejandro Brugués se concentraba también en una historia de amor entre dos jóvenes, y en la esfera de lo privado sentimental, para discursar sobre similar conflicto que Viva Cuba: hay de nuevo una pareja de seres humanos separados por la realidad de la emigración. La mirada de Brugués se asemeja a la del español Benito Zambrano, en la muy popular Habana Blues (2005) melodrama musical con fuertes tintes documentales filmado y producido en Cuba y con tema absolutamente criollo. La eficacia del filme con el público mayoritario tuvo que ver tal vez con el panorama sobre los géneros más actuales de la música cubana y el enfoque respecto a la emigración como el impedimento para la continuación del afecto amistoso. Esa misma barrera se interpone entre el protagonista que regresa del extranjero para ver morir a su padre, y su familia, que se quedó en el mismo lugar, haciendo siempre lo mismo, en Casa vieja (2010), el primer largo de Lester Hamlet y tal vez uno de los filmes más agudos a la hora de poner en claro las relaciones de los cubanos de la Isla y los radicados en el extranjero.

Tres veces dos (2003) significó el primer paso hacia la consagración de Pavel Giroud, Lester Hamlet y Esteban Insausti, quienes se inclinaron por recrear la tristeza como estado de ánimo, y la desesperanza, la muerte o la resignación a la soledad como desenlace. Particularmente el tercer cuento, dirigido por Insausti, muestra dos personajes solitarios que intentan suplir la inexistencia de amor real, físico, concreto, con ensoñaciones o recuerdos, una problemática que se reitera en la compleja narrativa de la siguiente película de Insausti titulada Larga distancia(2010). Pero la sublimación del cine fantástico hecho en Cuba llegó con Juan de los Muertos (2012) el segundo largometraje de Alejandro Brugués y el primer intento por ambientar en Cuba a los llamados zombis, quienes destruyen la capital de todos los cubanos en una masacre caníbal saturada de humor negro. En un tono de comedia satírica, cercano al de Plaff o demasiado miedo a la vida, Alicia en el pueblo de maravillas y Vampiros en La Habana, el filme se burla de los códigos típicos de las películas de terror, suspenso y misterio al tiempo que constituye el mayor distanciamiento con los géneros habituales del cine cubano porque nuestro audiovisual apenas ha rozado hasta ahora las tinieblas, los terrores y los crímenes y tampoco ha intentado la parodia de tales horrores.

 Brugués, Cremata, Sotto, Quintela son todos egresados de la Escuela Internacional de Cine y Televisión en San Antonio de los Baños. También lo son Jorge Molina y Miguel Coyula, dos cineastas que han mantenido con toda dignidad y coherencia, de muy diverso modo, su estatus de outsiders. Jorge Molina se graduó en la especialidad de dirección y logró sostener una carrera como actor (El plano, de Julio García Espinosa; Madagascar y La vida es silbar, de Fernando Pérez; Quiéreme y verás y Lisanka, de Daniel Díaz Torres) mientras realizaba cortometrajes, que fueron creciendo hasta el largo, completamente al margen del ICAIC. Su película de tesis en la Escuela, Molina’s Culpa, rendía homenaje al cine de terror gótico, otro género apenas practicado en nuestro entorno, y potenciaba el erotismo, el desnudo femenino y la visión sicodélico-delirante de los personajes, todos ellos elementos bastante ausentes de nuestras pantallas.  Luego realiza sucesivas elucubraciones sobre la sexualidad, la crueldad y la condición humana, haciendo cine siempre a contrapelo de múltiples sospechas y reticencias, un cine bizarro y “sicotrónico”, como a él mismo le gusta clasificarlo: Molina´s Solarix (2006),  Molina´s Mofo (2008), Molina´s El hombre que hablaba con Marte (2009), Molina´s Fantasy (2009) y finalmente el largometraje Molina´s Ferozz (2010), seguido por el muy reciente Molina’s Borealis.

Realizador, guionista, productor, músico, fotógrafo y editor, egresado en la especialidad de dirección, Miguel Coyula se consagró como cineasta adicto a la ruptura con la narración clásica desde  Clase Z Tropical (2000), El tenedor plástico (2001) y Cucarachas rojas (2003) en las cuales baraja naipes tan inusuales en nuestro medio como la ciencia ficción distópica, el cine de vanguardia antinarrativo y el anime. Fuera de Cuba, le dio continuación a su plan de cine experimental y reflexivo mediante Memorias del desarrollo, una de las más conspicuas y polémicas obras del audiovisual cubano reciente, en tanto convence a los degustadores del cine de vanguardia por su afiligranado diseño de producción y esmerada composición fotográfica.

Antes que movilizar los mecanismos reflexivos sobre la identidad cubana trasplantada, el filme intenta trazar los itinerarios de nostalgia e insatisfacción emplazados por el exilio. Casi todo lo que el espectador ve, a la vez lo observa desde su pasividad cuestionadora el protagonista absoluto, aquel mismo cínico, saludablemente inconforme, pero más gastado y taciturno que nos presentaron hace más de cuarenta años Tomás Gutiérrez Alea y Edmundo Desnoes en Memorias del subdesarrollo. Coyula logró tender un sólido puente entre la postmodernidad rampante, en sus acepciones más descreídas y fragmentarias, y el cine cubano del período clásico, con aquella esplendente vocación combinatoria de documental y ficción, y el sortilegio de combinar elementos contextuales y perspicacia introspectiva. Sin renunciar para nada a una poética personal (avanzada desde sus obras anteriores) Miguel Coyula ha destilado su voluntad de comunicación, y emprendió esta película ambiciosa, cargada de referencias transtextuales, concienzuda y meticulosa secuela de un clásico indiscutible cuya majestad ha sido amorosamente retada, y de algún modo trascendida, por medio de las técnicas del collage fotográfico y sonoro que le confieren una voluntad alusiva y una ambición simbólica prácticamente insondables.

Respecto al presente, a la actualidad de ahora mismo solo unas cuantas y últimas líneas: dos largometrajes concursaron en la más reciente edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, uno en clave de comedia (Boccaccerías habaneras, de Arturo Sotto), y otro pensado en tanto crónica intimista, de bajo presupuesto y muy escasas locaciones y personajes (Jirafas, de Enrique Álvarez). En el primer semestre de 2014 deberá estrenarse el primer largometraje de animación en 3d, titulado Meñique; Marilyn Solaya acaba de concluir su ópera prima Vestido de novia (protagonizado por Laura de la Uz y Luis Alberto García) mientras Jessica Rodríguez hizo lo mismo con la esperadaEspejuelos oscuros. Fabián Suárez está en plena postproducción de Caballos, mientras Pavel Giroud termina de organizar El acompañante, protagonizada por el brasileño Lázaro Ramos.  Carlos Quintela concluyó recién el cortometraje Buey y comenzará a rodar su segundo largometraje con la participación de dos actores tan notables como Mario Guerra y Mario Balmaseda. Enrique Álvarez profundiza en los conceptos y estética de Jirafas con la más reciente Venecia, que compitió y ganó premio en la sección Nuestra América primera copia; mientras que el documental acaba de dar señales de viveza con digna guerra, de Marcel Beltrán, y Hay un grupo que dice…, de Lourdes Prieto, sendas reflexiones —en el primer caso sesgada, y en el segundo, directa— sobre los contextos socioculturales que engendraron las obras de la reconocida directora de coros, y del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC.

Los descreídos pueden virar la cara y seguir soñando con la época en que el cine cubano era tal y tal y tal. Dice Fernando Pérez que adora el proverbio chino, creo, en que el idiota señala la luna con el dedo, por un segundo la oculta de su vista, y de inmediato se alarma porque la luna ha desaparecido. Es preciso prestar atención a las cosas que oculta nuestro índice.

 Foto tomadas de Internet

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