¿Corte o disolvencia?

Muchos jóvenes realizadores cubanos están hoy, con razón, llenos de ira. No son, como aquellos que en la Inglaterra de los años 50 iniciaron el movimiento free cinema, pero se parecen. Molestos con el estado de cosas, inquietos, angustiados, o cansados de escuchar siempre lo mismo, quieren que sus ideas y sueños se hagan realidad hoy, porque el futuro no existe.
Tocados en su orgullo, han visto cómo el espacio (La Muestra) que pensaban era suyo, está cada vez más invadido y se han lanzado a defenderlo con todo tipo de acciones y gestos. Pero más allá de su actitud, noble y firme, deberían también preguntarse: ¿Qué es realmente lo que están defendiendo, el sitio donde nacen y confluyen sus sueños, o un espejismo? Cuando ellos respondan esa pregunta, surgirán otras, pero al menos sabrán por dónde comenzar.
Alguien ha hablado de responsabilidades, de ética, de valores que no se pueden traicionar. El ambiente se ha crispado. Un diálogo de un filme (Quiero hacer una película) que casi nadie ha visto y que además no está terminado, ha generado una tormenta y muchos se han ahogado en ella, creyendo que el arte es solo propaganda o una copia de lo real.
Un personaje de ese filme inconcluso menciona a José Martí de forma despectiva (“Martí es un mojón”; “Martí es maricón”) y esto desata las pasiones.
De un lado, los que ven al Héroe Nacional como figura sagrada, el símbolo intocable, del que solo se pude hablar en positivo. Del otro, los que defienden la libertad del artista y su derecho a interpretar y leer las figuras de nuestra Historia desde otras perspectivas, tan críticas, que puedan rozar, se ha dicho, la desvergüenza.
Es un enfrentamiento vano porque nace desde la polarización y el fanatismo que niega la opinión del contrario.
El que ve a Martí como un fetiche, no le hace honor al hombre extraordinario que fue. El que trae una y otra vez a colación sus ideas o palabras, solo demuestra su incapacidad para pensar o generar ideas propias. Preso de sus miedos e inseguridades solo puede hablar desde el otro.
Una película es solo eso: una obra dramática, una ficción, una invención, un terreno libre donde caben todas las obsesiones, sueños y pesadillas del hombre.
El ICAIC se rasga las vestiduras porque un diálogo resulta “irrespetuoso con los símbolos patrios”. ¡Vaya lectura reduccionista ha hecho la institución de lo que es un símbolo! Más preocupante aún es su idea de lo que es la Patria. Por eso en el fondo, todo este revuelo alrededor de una frase es solo una cortina de humo, generada por los funcionarios y la burocracia cultural para contaminar y desviar la atención pública sobre las verdaderas angustias que acompañan hoy toda la creación artística en el país.
El argumento para limitar o prohibir muchos de los filmes actuales es el mismo de hace décadas y el incidente con la película del infausto diálogo, no es nuevo, no es casual ni puntal. Por eso, la respuesta irritada de tantos no es por un diálogo dentro de una película, es por un patrón, un gesto vil que se repite.
En los últimos tiempos los comisarios de la cultura se han mostrado soberbios. Desprecian a los cineastas, prohíben sus obras, no escuchan sus demandas (los sucesos con la Ley de Cine son un ejemplo) y, como acaba de ocurrir, amenazan a los más jóvenes recordándoles que la Muestra es de la institución y que por tanto tienen todos los derechos de hacer y deshacer sobre ella.
Esa certeza hace evidente el conflicto entre una generación que quiere escribir e interpretar desde el cine su propia Historia con aquella que ya pasó a la Historia.
Las autoridades se apropian de la verdad, se dicen custodios de los valores patrios y responsables del destino de la nación. Y siempre hablan en nombre de todos, o sea, del pueblo.
Como en el famoso mito de la caverna de Platón, parece que a los jóvenes solo les queda percibir del mundo real, las sombras que éste proyecta sobre una pared. Una generación que solo debe acatar orientaciones, aplaudir y cumplir “con el mandato de la Patria”.
Los sucesos alrededor de la Muestra hicieron patentes las diferentes percepciones que tienen unos y otros en materia de comunicación y discurso. El criterio oficial fue reproducido casi al calco en los medios masivos tradicionales mientras que las ideas de los jóvenes, sus cartas o declaraciones, encontraron en las redes sociales y medios alternativos espacio ideal.
Dos mundos, dos maneras de entender las dinámicas de la información contemporánea. Los directivos (como mismo hicieron durante los debates por la ley de cine) se mostraron irritados por la forma en que los jóvenes recurrieron a los blogs y las nuevas plataformas interactivas ubicadas en la red.
Siento mucho que piensen así, pero mientras los espacios oficiales no se abran al criterio y los puntos de vista de los otros, seguirán siendo las redes sociales el sitio ideal para manifestarse. Si para ellos, lo que allí se apunta, carece de legitimidad y los que en ellas participan son y cito: personas que solo se ocupan de nosotros cuando algo les sirve para atacar a la institución, no hay nada que hacer.
Como siempre, la descalificación del otro es el patrón, el modelo marcado para estigmatizar y silenciar al que piensa diferente. ¡Por favor señores, no maten más al mensajero y atiendan el mensaje!

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