Isabel Santos, una actriz en cuatro capítulos

Con un amplísimo registro, que le permite moverse de la comedia a la tragedia, e interpretar mujeres elegantes o vulgares, y expresar a cabalidad miseria, egoísmo, entrega y desinterés, Isabel Santos es considerada una de las mejores actrices del cine y la televisión nacionales, sobre todo ahora que acaba de estrenarse Vestido de novia, de Marilyn Solaya, y está a las puertas La pared de las palabras, donde regresa al cine de Fernando Pérez luego de sus estelares o polémicas intervenciones en Clandestinos (1988) y La vida es silbar (1998).

Isabel Santos opina como el gran actor ruso Viacheslav Tijonov, aquel que protagonizó algunos clásicos del cine soviético y también la serie Diecisiete instantes de una primavera, que los actores tienen arrugas en la frente y muchas heridas en el corazón, a fuerza de los desgarramientos exigidos por sus personajes. Isabel nació actriz, y en cine o en televisión se enfrentó a las cámaras, y a la mayoría de sus personajes, como si le fuera la vida en ello. Se consagró primero en televisión, donde se convirtió en una especie de mito desde sus primeros papeles en series como Pasos hacia la montaña y Algo más soñar. Estos tres personajes diversos, trágicos, los tres provenientes de una época dorada de la televisión cubana, sellaron los comienzos de una carrera marcada por los grandes retos y el riesgo.

Luego de graduarse de la Escuela Nacional de Arte (ENA) en 1982, junto a condiscípulos como los hermanos Néstor y Luisa María Jiménez, Omar y Jorge Félix Alí, Lily Rentería, Jorge Martínez y Alberto Pujols, recibió el primer llamado del cine mediante el papel de la joven Yolanda, junto a Rosa Fornés por un lado, y Mario Balmaseda, por el otro, en la comedia de enredos Se permuta, de Juan Carlos Tabío. Isabel representaba, de algún modo, a la juventud cubana toda, que oscilaba entre el artificio y la hipocresía, o la autenticidad y la franqueza, una polaridad encarnada, respectivamente por los personajes de Rosa Fornés y Mario Balmaseda en tanto madre y futura pareja de Yolanda.

En esta primera etapa de su carrera Isabel también interpretó un importantísimo personaje en Lejanía (1985, Jesús Díaz) pues tuvo la suerte de representar, por primera vez en el cine cubano de ficción, los valores y el desarraigo de Ana, una cubana llevada al exilio sin tener ninguna responsabilidad en la decisión de vivir en otro país. Memorable resultó la escena en la azotea, donde la muchacha se reconoce (cito de memoria) demasiado habanera para ser neoyorquina, y demasiado neoyorquina para ser, sin más, habanera.

La segunda etapa de la carrera de la actriz se abre con su muy natural y espontánea interpretación de Nereida, en Clandestinos, el papel que le permitió ganar el premio de actuación en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, un lauro al cual muy pronto se sumaron similares reconocimientos en los festivales de Río de Janeiro y Cartagena. Acompañada por Luis Alberto García, Isabel Santos le suministró una veracidad inusual no solo a la recordada escena final de la película (escena elegida por muchos espectadores como la mejor del cine cubano) sino a todo el recorrido del personaje, devenido nuevamente símbolo de la juventud cubana en una época de inmensos sacrificios por la libertad y contra la dictadura.

Según ha dicho Fernando Pérez en la entrevista titulada Fernando Pérez: “El cine que yo quiero”, de Mayli Estévez, “Clandestinos me permitió asomarme, descubrir y sentir de cerca la complejidad del trabajo de un actor, cosas que hasta ese momento ni imaginaba. Y fue una fortuna, algo que agradeceré siempre, poder contar en esa película con Luis Alberto García e Isabel Santos, con los cuales siempre quiero trabajar; pero a veces no está el papel. A ellos les debo mi descubrimiento de la importancia del trabajo actoral. (…) Toda esa secuencia final que el público asimila como una de las más emotivas, también lo fue para nosotros. Y el éxito radica fundamentalmente en los sentimientos, en la veracidad interpretativa que le otorgaron Luis Alberto e Isabel durante nueve días de incendio creador”.

Antes y después de su encuentro con el cine cubano y con la consagración internacional que significó Clandestinos, Isabel Santos devino figura principal en series y telenovelas que demostraron la posibilidad de realizar programas televisivos con rigor artístico y capacidad creativa como La Botija (1990) cuyo personaje de La Mascavidrio hizo época, o Pasión y Prejuicio (1993) donde interpretó por primera vez a una malvada típica de telenovela, y luego Entre mamparas (1996) con un personaje cuya complejidad excedía la media televisiva en esa y en cualquier época. A este momento de finales de los años ochenta y principios de los noventa se asocian también los pequeños sketchs que tanto hicieron reír a los cubanos en el humorístico Conflictos, en el cual la actriz cambiaba constantemente de papel pero solía interpretar a una secretaria igual de coqueta que de zafia, en un registro a lo Marilyn Monroe cubanizada.

En el cine Isabel nunca se conformó con interpretar la jovencita simpática o neurótica, y al parecer se impone marcar nuevas pautas con cada nuevo trabajo. En Adorables mentiras (1991, Gerardo Chijona) la actriz quiso probar suerte en la farsa y la parodia a través del personaje de Sissy, una mentirosa que tiene una imagen de sí misma totalmente divorciada de su vida real. Isabel interpreta, junto con Luis Alberto García, el negativo de los personajes con los cuales se consagraron ambos en Clandestinos, porque Adorables mentiras presentaba a dos hipócritas acomodaticios, una actriz y un guionista trepadores y deshonestos.

La segunda etapa en la carrera de Isabel Santos cierra con un regreso a los temas del exilio en la coproducción internacional Cosas que dejé en La Habana (1997), filmada en España por Manuel Gutiérrez Aragón, y que le brindó la oportunidad de actuar junto a las muy admiradas Daisy Granados y Broselianda Hernández. A renglón seguido, ocurre el  reencuentro con Fernando Pérez, quien la insertó en el mundo onírico y filosófico de La vida es silbar en un papel secundario: el de una extranjera que llega a Cuba montada en un globo y muy pronto establece contacto con Elpidio (de nuevo Luis Alberto) quien está tratando de reencontrarse con su madre, Cuba, quien ha decidido abandonarlo. Tal vez este es uno de los papeles más demandantes en lo físico, en lo exterior, pues la muchacha está pelada “al calvo”, como se dice en Cuba, tiene que montar realmente en globo, y hablar con un incómodo acento anglosajón, o alemán.

En reciente entrevista con Cubadebate, Isabel Santos declara como uno de sus problemas el hecho de que no le gusta ensayar, e incluso trata de explicar las razones: “no me gusta quizás porque allá en los noventa se filmaba en 35 mm. Por ejemplo, Fernando Pérez en La vida es silbar te decía: Mira, Luisito e Isabel tienen la toma uno porque las otras la tengo para los actores principiantes. No es que fueran peores ni mejores, sino que necesitaban más tiempo. (…) Yo pienso que el cine es magia y cuando dicen: ¡acción!, ahí sale todo (suspira). La primera toma me jode que me la jodan si pasa algo, porque sé todo lo que estoy soltando en ese momento. Ya la segunda toma requiere otra preparación y también te da la posibilidad de hacerla diferente”.

Luego de La vida es silbar hay una breve pausa cinematográfica hasta que se inicia el tercer gran capítulo en la carrera de la actriz, un trayecto demarcado por su encuentro con Humberto Solás en Miel para Oshún (2001) y Barrio Cuba (2005) que representan el esfuerzo máximo de la actriz por lograr poner en pantalla lo más difícil: la mujer común, de pueblo, auxiliar en ambos filmes del personaje de Jorge Perugorría en la búsqueda de su madre a lo largo de todo el país, o en el empeño por sostener una pareja a través de la descendencia. Isabel fue la musa de Humberto en sus dos películas postreras. Ella había conocido su cine, en particular Manuela, desde que era una niña, a través de los cine-móviles del ICAIC, en el batey Senado, del central camagüeyano Noel Fernández, donde creció la futura actriz.

A mediados de la primera década del siglo XXI, aparece también en dos coproducciones: con Brasil, El cayo de la muerte, y con Bolivia, Di buen día a papá, pero el rodaje en este país le permitió inspirarse en el culto al Che Guevara de los pobladores locales y rueda su primer documental (en codirección con su pareja, el fotógrafo Rafael Solís) San Ernesto nace en La Higuera (2006). Más o menos en esta misma época, la actriz participó en varios cortometrajes, en teleseries como la singular Diana, e hizo personajes secundarios como la cantante de boleros en El Benny (2006) y de ella misma en el documental de homenaje Mujer que espera (2006) de Carlos Barba.

El verdadero punto de inflexión consagratorio, en una actriz sin miedo a los riesgos ni a dejarse ver en un papel negativo, ocurrió entre 2008 y 2010, con la escritora envejecida que contribuye a prostituir al joven protagonista de Los dioses rotos (2008, Ernesto Daranas) y Flora, la barredora de calles en Casa vieja (2010, Lester Hamlet), una mujer rota, erosionada por una historia de desamor y olvidos que apenas se apunta en la película pero que la actriz redimensionó tal y como si fuera la protagonista absoluta.

Ese ser humano lastimado y anhelante, homosexual travesti con aspiraciones de transexual en Vestido de novia (2014, Marilyn Solaya), y la madre destrozada por la duda sobre la inutilidad de su sacrificio en La pared de las palabras (2014, Fernando Pérez) dan testimonio de una actriz en plena madurez, apta para dominar amplísimo registro expresivo, ancha tesitura dramática que le permite moverse de la comedia a la tragedia, desde mujeres elegantes a las más vulgares, y expresar a cabalidad miseria y egoísmo, entrega y desinterés.

El rigor, la inteligencia y el instinto de Isabel Santos contribuyeron a fomentar el respeto de todo un país por una generación de actores que debutaron en los años ochenta, y que le impusieron al audiovisual cubano una marca de calidad inobjetable. Aunque la actriz, en la entrevista citada, asegure con su franqueza característica que “uno nunca marca nada, marca el director. El actor pone o quita, si te dejan. En cada película que hago trato de tener ese mismo discurso del director, de eso no te puedes salir. Yo formo parte de una sociedad, de una generación con muchos sueños y que quiso cambiar muchas cosas. Todavía sigo teniendo sueños, porque si no, como dice uno de los personajes en Regreso a Ítaca: “tomo una soga y me ahorco”.

Por supuesto que la marca de Isabel Santos en el audiovisual cubano es indeleble, y que su generación logró cambiar cosas. Algunos de sus aportes son enumerados arriba, y eso que ni siquiera me detuve en la clásica Luz Marina de Aire frío (1999) ni en su más reciente documental Viaje a un país que ya no existe. Isabel en pantalla es un prodigio de coherencia y ductilidad, una actriz capaz de convertir el asombro y la vehemencia en sus acompañantes más queridos.

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