La ley y el deseo

Filmación en 23 y L. Foto: Kaloian.

Filmación en 23 y L. Foto: Kaloian.

Hace unos días en el marco del Festival de Cine de La Habana, alguien me preguntaba por la Ley de cine, aquella justa demanda impulsada desde 2008 por más de cien creadores y artistas del mundo audiovisual cubano.
En aquel entonces, se pedía conformar una nueva legislación que se pusiera a tono con la realidad de la Isla y las tendencias universales en el campo de las imágenes. Teníamos nuevas formas de producción audiovisual y una notable insatisfacción del gremio por el estado de cosas en la industria oficial. Cuestiones como la manera de administrar u otorgar los fondos para el desarrollo del sector, o preocupaciones relacionadas con el patrimonio fílmico, el derecho intelectual, las salas de cine o la censura, fueron objeto de intensas discusiones durante varios años.
Pero, ¿qué pasó finalmente con ella? Pues nada. Murió y se enterró hacia fines de 2015. Así que, salvo que reaparezca como los zombis, no volverá a hablarse del asunto en un buen tiempo.
Después de tantos debates, reuniones, documentos, expectativas y declaraciones honestas, los cineastas se fueron agotando y dispersando. En un país que se mueve de arriba hacia abajo, fue muy osado tomar la iniciativa desde la base, mucho más si se trataba de derogar o cambiar la primera ley cultural de la Revolución. El poder fue empujando a los cineastas al pantano y allí, entre promesas y justificaciones, dejó que fueran perdiendo sus energías. Del llamado G-20 (grupo integrado por 20 cineastas en representación de todos) se pasó al G-12, luego al G-6 y ahora solo queda el G-2, que no está formado precisamente por cineastas. Eso sí, escuchamos hablar de un escueto lineamiento en el pasado Congreso del Partido que orientaba la restructuración del ICAIC, pero eso y nada es lo mismo, habida cuenta de que la mayoría de tales dictámenes no se cumplen, se aplazan y deben esperar por… el momento adecuado.

Reforma del cine en Cuba: hay ruido, ¿habrá nueces?


Así que, por ahora, en Cuba solo rige la Ley 169 que creó una institución, el ICAIC, en 1959. ¡Nuestra Ley de Cine –que en realidad no es tal– tiene casi 60 años! Y aunque desde esa fecha hasta acá el mundo audiovisual, el arte, y las formas de consumo hayan cambiado varias veces, nosotros seguimos ahí.
Como la mejor manera de decir es hacer, los cineastas volvieron a lo suyo, o sea, a rodar películas. En estos últimos dos años se filmaron una veintena de largometrajes, cientos de cortos y un número considerable de documentales. El ICAIC aparece detrás de algunos y la pujante RTV Comercial de otros (no debe olvidarse que son solo unas pocas instituciones las autorizadas para otorgar licencias de rodaje en el territorio nacional). Pero, la mayor parte de esos proyectos han sido gestados desde entornos independientes, con fondos internacionales o privados y siguiendo dinámicas de producción alternativas a las tradicionales. Es ya un hecho que existen diversas formas de acercarse a la realización de una película en Cuba, sea por vías oficiales o, independientes, pero todas marchan paralelas, aunque no necesariamente en cuadro apretado. No se trata de ir contra la corriente (algo, por cierto, consustancial al arte), sino sencillamente de quehaceres y miradas diferentes.
Una nueva generación formada en los albores de este siglo XXI ya está aquí, obteniendo premios en todo el mundo y dando de que hablar, aunque sus películas rara vez se pongan en Cuba y a la prensa oficial se le prohíba hablar de ellas.

Ley de cine o muerte


Mirando rápido la lista de producciones recientes, terminadas o próximas a hacerlo encontramos detrás los nombres de: Esteban Insausti, Armando Capó, Ricardo Figueredo, Carlos Quintela, Ernesto Daranas, Pavel Giroud, Carlos Lechuga, Patricia Ramos, Alejandro Alonso, Arturo Infante, Jonal Coscuyuela, Fernando Pérez, Gerardo Chijona, Arturo Soto, Lester Hamlet, Alejandro Gil, Magda Gonzáles, Enrique Álvarez y Sisi Gómez, con largos de ficción. Otros, como Eduardo del Llano, Jorge Molina, Claudia Muñiz, Alán González, Jessica Franca, Rafael Ramírez, Miguel Coyula, Maryulis Alfonso, Deymi de Atri, Ana Alpízar, Damián Sainz, Yaima Pardo, Carla Valdés, Zoé García, Víctor Alfonso Cedeño, Juan Carlos Travieso, Camila Carballo, Lázaro González, Lisette Vila, Gustavo Pérez, Oneida González, y Ariagna Fajardo sobresalen, en una extensa relación que ha filmado documentales y cortos.
Como puede apreciarse, confluyen diferentes generaciones y saberes artísticos, incluso, no todos viven en la Isla, pero por igual tienen los mismos derechos, porque les inquieta Cuba y su futuro, y todos, sin exclusión, forman ese tejido audiovisual que mantiene vivo el cine nacional.
El fenómeno no solo ocupa a directores o guionistas, sino que junto a ellos han surgido diversas entidades, grupos o asociaciones que ofrecen servicios técnicos o artísticos a la industria. Todo puede rentarse o alquilarse, desde cámaras, equipos de sonido, luces, vestuarios, escenografías, diseñadores gráficos, transportes, servicios de catering, hasta contratación de actores, modelos y extras, grupos de danza o dobles de acción. No hay más que observar los créditos de un filme para encontrar a varias de ellas detrás de una obra.

“Qué dios detrás de Dios…”


Tenemos una empresa encargada de facilitar drones y cámaras de última generación para las gustadas escenas aéreas y lo mismo trabajan para el ICAIC, la Televisión Nacional, el Ministerio del Turismo que para los independientes. Otra está conformada por jóvenes egresadas de las escuelas de cine y se especializan en el apartado sonoro de los filmes. Ellas están detrás de prácticamente todo lo que se rueda en Cuba y lo mismo ofrecen su experticia grabando sonido directo, doblando, que mezclando y diseñando la banda de una película. Al igual que los anteriores, su espectro de acción es amplio, según lo requiera el cliente o la obra. Casi todos los fotógrafos, editores, diseñadores de efectos y animadores ofrecen sus servicios bajo contratos, firmados con entidades estatales o independientes, enclavadas en Cuba o fuera de ella. Detrás de la producción de video clips, hay todo un mundo de creadores y técnicos que generan cada año cientos de videos musicales, entre los que sobresalen los nombres de Alejandro Pérez y Joseph Ross.
La escena audiovisual cubana está en expansión, sin ley, pero con orden. Muchas de estas entidades pagan impuestos, o merodean alrededor de instituciones oficiales que le brindan cierta protección legal, pero otras han tenido que registrase fuera del país o simplemente existir en una suerte de a-legalidad. Curiosamente el propio Estado y sus instituciones han tenido que recurrir a ellas una y otra vez para realizar sus producciones, ya que los independientes cuentan con mejores tecnologías y profesionalidad. Sí, el mismo Estado que se muestra moroso o dubitativo a la hora de sentarse a discutir una ley de medios o de cine, el mismo poder cultural que luego no exhibe las obras sin explicar por qué, las mismas instancias que más adelante, después de utilizar por años tus servicios (mirando para otro lado) te aplican… ¿la ley? y cierran la empresa.
Hemos tenido un gran año para filmes como Santa y Andrés (Carlos Lechuga), El acompañante (Pavel Giroud), Esteban (Jonal Coscuyuela), El techo (Patricia Ramos), La obra del siglo (Carlos Quintela), Últimos días en La Habana (Fernando Pérez) y Nadie (Miguel Coyula). Obras disímiles en su aproximación a la realidad cubana, en el manejo del lenguaje, en los temas y las formas de producción. Han ganado premios, han recorrido universidades, festivales o muestras. Han sido impulsadas por la industria o a contrapelo de ella. Generaron debates, aplausos, histerias y críticas. Han sido prohibidas o exhibidas en el país. Son solo la punta del iceberg de toda una amplia producción que les ofrece trabajo, experiencias, dolor y felicidad a muchos de nuestros artistas, estén donde estén.

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