La película lugareña del Cine Móvil

"En aquellos años Lugareño, en Minas, tenía cine y mis padres me llevaban a disfrutar la maravilla de la pantalla grande" / Foto: Cortesía del autor.

"En aquellos años Lugareño, en Minas, tenía cine y mis padres me llevaban a disfrutar la maravilla de la pantalla grande" / Foto: Cortesía del autor.

Hace unos días lo descubrí cargado de trastes en plena arteria Ignacio Agramonte. Esa es una de las vías más céntricas de Camagüey, y hoy se acometen en ella numerosas labores de restauración para devolverle el calificativo popular de calle de los cines. Topármelo allí fue una gran sorpresa.

Soy demasiado obsesivo y quizás por eso me impresionó tanto. Aunque no sé por qué me mortifico. A estas alturas ya debería estar adaptado a convivir con las decisiones demenciales. Pero no me resigno. Mis padres, mi hermana, yo, todos crecimos viendo cómo se tambaleaba sobre sus ruedas por el pavimento, y cómo Alberto Sedeño lo mantenía impecable.

Con razón la imagen estaba descontextualizada: era el camión de mi amigo Sedeño, convertido ahora en un contenedor de carga. En un santiamén recorrí 60 kilómetros. Regresé a las raíces, porque  Lugareño me angustia.

Sedeño vive para su camión y este vive por su chofer / Foto: Cortesía del autor.
Sedeño vive para su camión y este vive por su chofer / Foto: Cortesía del autor.

A todos los guajiros del batey nos gustaba observarlo andar. De niño estuve varios años arreglándomelas para saber cuál era su misión. Un día  alguien me habló de cine y de cintas. Entonces el problema parecía resuelto: el camión transportaba películas, en unas cajas redondas de color verde, desde la capital provincial hasta el cine Otelo en mi pueblo natal. En aquellos años Lugareño, en Minas, tenía cine y mis padres me llevaban a disfrutar la maravilla de la pantalla grande. Privilegio el mío, que no tendrán ya otros niños.

Tal labor era en realidad un valor agregado del camión. La verdadera función del vehículo, durante medio siglo, fue mostrar películas en zonas rurales y de difícil acceso. Alberto Sedeño parqueaba su carro en cualquier punto de la geografía. Encendía la planta y sobre el trípode deslizaba la pantalla. Colocaba las cintas en el proyector. La luz atravesaba el lente y luego la ventanilla trasera del camión para golpear la tela. Nacía así, con cada puesta, el milagro  que enmudece a multitudes con la exposición de sonidos y movimientos.

La penúltima vez que lo vi, hace tres años, estaba intacto. En su interior se sentía la historia del cine móvil en Cuba. Su mueble original atesoraba todo el equipamiento técnico necesario y varias cintas de 16 milímetros, probablemente extintas en el planeta. Gracias a la pericia de su chofer se conservaba uno de los dos “espécimen” vivos de un proyecto que por años animó las fabulaciones  de cinéfilos, en disímiles rincones de la Isla.

Dialogar sobre sus inicios le producía a Sedeño una satisfacción inigualable. Te hablaba de filmes buenos, de actores famosos, de la alegría de la gente cuando le veían llegar, de la labor en las escuelas rurales, de los debates generados, de cómo el ICAI preparaba la programación para brindar al menos una función en cada pueblo.

Así fue hasta la década del 90, cuando los recursos comenzaron a escasear. Pero gracias a la capacidad de Alberto para eludir los obstáculos el camión pudo superar la crisis. Hace tres años me dijo: “mi carro está entero, el proyector funciona como el primer día y la planta eléctrica es la original.” Sedeño vive para su camión y este vive por su chofer.

Las formas de distribución y consumo del cine han evolucionado a ritmo extraordinario, pero a quién no le gustaría ver una película vieja en una plaza pública, proyectada desde un camión. Por fortuna el paso de los años no ha podido arrancarle la magia de su interior. El olor a madera vieja y hierro oxidado absorbe a cuantos pueden sentirlo en sus narices. El ir y venir entre la gente le ofrece un sello original, creador.

Yo espero -por el bien de nuestra historia- encontrarlo un día en la nueva calle de los cines, no cargado de tarecos, sino desempolvando cintas. Es una buena oportunidad, ahora que se intenta rescatar el patrimonio.

Las formas de distribución y consumo del cine han evolucionado a ritmo extraordinario, pero a quién no le gustaría ver una película vieja en una plaza pública, proyectada desde un camión / Foto:  Cortesía del autor.
Las formas de distribución y consumo del cine han evolucionado a ritmo extraordinario, pero a quién no le gustaría ver una película vieja en una plaza pública, proyectada desde un camión / Foto: Cortesía del autor.
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