Las vidas de Jorgito Martínez

Jorge Martínez nació en La Habana en 1962. Foto: Regino Sosa.

Jorge Martínez nació en La Habana en 1962. Foto: Regino Sosa.

El padre de Jorgito Martínez nunca aprendió a tocar guitarra. Por eso le compró una a su hijo de 7 años y se lo llevó a rastras a la Casa de Cultura de Guanabacoa, para que aprendiera y se hiciera músico. Al final estudió violonchelo en el conservatorio “Guillermo Tomás”. Pero lo que Jorgito quería era jugar pelota en el barrio.

“Mi padre no tenía nada que ver con el mundo del arte pero le encantaba la música. Era de origen campesino y le gustaba mucho la décima. Todo ese deseo lo volcó en mí y me obligó a tocar, pero se lo agradezco toda la vida”. Su madre tampoco tenía que ver con ninguna manifestación artística, “aunque le gustaba mucho la lectura y me inculcó eso. Así que yo vivía entre la escuela de música y la biblioteca municipal”.

En definitiva, a Jorgito la fama no le llegaría ni por músico ni por escritor.

Hoy, los cubanos más viejos lo conocen por el Gato de Día y noche o El Expreso, y los de ahora por Sonando en Cuba o Últimos días en La Habana. Nació en la avenida Acosta pero es de Guanabacoa, no solo porque se haya mudado con 3 años sino porque es mejor tener ashé y como ancestros al Bola, Rita Montaner, Lecuona y Juan Arrondo. Quizás por eso se le escapó a la sin nombre, porque tiene estrella. Quizás por sobreviviente es consciente de sí mismo, y de su historia como parte de un país que le importa.

Jorgito Martínez es del ’62, la generación de los igualitos. La gente de una sola muda de ropa para todo, los que fueron ricos en los ’80 con 300 pesos cubanos y claro, se quedaron con esa verdad brutal de que “antes con poco se tenía mucho y ahora hace falta mucho para tener poco”. Y no es que sus hijos tengan que ser como él, pues las épocas cambian, “pero tampoco pueden deformarse por descuido del arte, de la televisión, de las escuelas”. Mientras, él hace su parte desde el televisor, desde su profesión, desde ser un actor cubano en Cuba.

¿Es verdad que pudiste haber sido marino mercante?

Cuando terminé la Amadeo sabía que no iba a ser un chelista. Aunque la música me ha servido toda la vida, era regularcito tocando, y siempre he tenido claro que las cosas las hago bien o no las hago. No puedo vivir haciendo algo con lo que no aporto nada a los demás ni a mí mismo. Quería ser algo en la vida que me hiciera sentir bien y tenía dos opciones: me iba para la calle a inventar algo o me iba de marinero mercante. Me encanta la Historia, el origen de las culturas y el mundo, y en aquella época pensaba que como único se podía viajar en este país era siendo dirigente o marinero, y como no iba a ser dirigente nunca en mi vida porque no me gusta, pues escogería el mar. Y dije “esta es la mía, voy a viajar el mundo”. No sé si los marineros conocerán algo en el poquito tiempo que están en los lugares pero bueno… También me gustaba la idea de una novia en cada puerto, como decía la canción.

 

Foto: Regino Sosa.

¿Por qué no fuiste marinero?

Porque casualmente ese curso, después de tres años sin abrir matrículas, la Escuela Nacional de Arte (ENA) estaba haciendo pruebas para ingresar. El grupo anterior que había entrado era el de Albertico Pujol, Carlos Otero, Luisa María y Néstor Jiménez… un grupazo. Entonces junto a Javier González, el guajirito de El Brigadista y el guayabito de Guardafronteras, que estudiaba conmigo en la Amadeo, decidí probar a ver qué pasaba.

Fuimos casi cuando me iban a pelar para ser marinero, nos hizo las pruebas el maestro de maestros, Raul Eguren, y por suerte hacían falta varones porque habían muchas mujeres. Entramos, y mi grupo fue el de Isabel Santos, Jorge Luis Treto, Carlos Masola, Jorge Luis Espinosa, y Omar Alí.

¿Qué dijo tu padre cuando dejaste la música definitivamente?

No le gustó la idea de que cambiara de carrera casi al final, me quedaba un año para graduarme de música. Pero le dije que no podía, era algo que no me salía. Estaba en un punto en el que dejaba el chelo escondido y cuando lo abría a los quince días estaba lleno de telarañas. Fíjate que lo único que recuerdo de ruso es lo que me decía el profesor mío cuando veía mi chelo: “что это такое”!, “Esto qué es?”. Hasta mi mamá, que murió hace cuatro meses, todavía me decía: “¿Cuándo tú vas a volver a estudiar chelo?” Tú sabes que para los padres uno no crece, y a ella nunca se le olvidó el sonido del violonchelo. Hubiera querido por lo menos al final de su vida seguirlo, pero no lo hice.

¿Cómo sentiste el cambio de música a teatro? 

Era otra manera de educar que a mí me convenció. La ENA se convirtió en ese lugar donde el maestro decía “vamos a la playa a dar una clase” y en efecto allá íbamos. Incluso hacíamos de figurantes en Teatro Político Bertolt Brecht, que era un teatrazo junto con Teatro Estudio. Nosotros terminábamos la escuela e íbamos por las noches a aprender de los otros grandes actores: René de la Cruz, Mario Balmaseda, Roly Núñez… Había un grupazo tremendo, y eso nos obligó a dejar la bobería.

Además, de profesor tuvimos a Raúl Eguren, uno de los más grandes actores que ha tenido este país. Aunque no empecé con él sino con otros. Eguren se había ido a su casa y estaba haciendo otras cosas, pero al final tuvieron que llamarlo porque todos los profesores venían con un invento diferente: que si una teoría de Brecht, que si otra de Grotowsky y al final éramos un grupo de alumnos confundidos. No estuvo mal que se aprendiera un poco de cada técnica de actuación, pero al final Stanislavski es Stanislavski, y la persona que mejor sabía, que mejor podía enseñarnos ese método, era Eguren. Y cuando estábamos en tercer año pues lo tuvimos. Fue un etapa muy importante y muy bonita.

¿Después vinieron los tanques de guerra?

Sí. Fui sargento y jefe de un tanque de guerra. Estaba recién graduado e iba a un grupo de teatro infantil que necesitaba actores para montar obras para niños. De pronto nos sacaron a los dos jóvenes que habíamos llegado allí,  y nos llevaron para el servicio militar allá en Jejenes, Pinar del Río. Yo pensaba que hacía algo mejor para la sociedad estando en un lugar donde podía enseñarle a los niños algo importante a través del arte. Total, el servicio podía haberlo hecho cualquiera. Pero bueno, ya era la edad y era obligatorio.

Hay quien dice que esa etapa le sirvió para hacerse más responsable. A mí no me sirvió absolutamente de nada. Soy antiguerrerista, no me interesa saber disparar bien porque no tengo a quien dispararle. Las batallas que deba ganar las gano con la capacidad de pensar y no matando a un semejante. Fueron tres años perdidos de mi vida. Por suerte no hubo guerra.

¿Por qué fuiste a Angola?

Mi hermano estuvo en Etíopia con 17 años. Verlo partir a una guerra siendo un niño me dolió mucho. Pero bueno, así somos los cubanos: internacionalistas. Por suerte regresó sano y salvo, aunque con los traumas que le quedan a quien está dos años en un desierto. Yo quise ir a Angola para conocer cómo vivían los soldados e hicimos un grupito para llevarles un poco de alegría a las trincheras. Recorrimos parte de ese país en medio de la guerra en el año 86 u 87. Hacíamos sketches y nos aprendimos cancioncitas que le gustaban a los cubanos allá y las tocábamos. Estuvimos casi un mes. Fue muy bonito trabajar para esos muchachos que llevaban uno o dos años metidos ahí en la guerra. Es una de las experiencias más lindas que he tenido en mi vida en cuanto a dar algo a quien lo necesita.

Foto: Regino Sosa.

¿Quién fue Julito Martínez?

Un gran amigo. El actor que todos pensaron era mi padre y yo nunca lo desmentía, la verdad. Un día me confesó que yo me parecía más a él que sus propios hijos. Mi padre en vida estaba muy celoso por eso y me decía que aclarara aquello. Incluso yo hacía un programa con Julito y Rebeca Martínez, y todo el mundo en Cuba pensaba que éramos la familia feliz trabajando juntos. Pero la verdad es que él fue quien me asumió y me apadrinó cuando entré a trabajar en televisión.

Julito era el típico cubano ese que uno se encuentra por ahí. Vivía del arte, por el arte. Un actorazo, el de Juan Quinquín…, y un improvisador tremendo. ¡Se le ocurría cada cosa! Estuvo en Teatro Estudio y creo que hasta lo botaron por las cosas que hacía, tenía loca a Raquel Revuelta. Podía estar haciendo un Tartufo en el teatro y de pronto ver a alguien en el público durmiendo, y seguir la obra mientras bajaba del escenario y le decía al tipo “amigo mío, si va a dormir vaya al diván…” y continuaba metido en el personaje. Cosas así todo el tiempo. Fue muy querido por el público cubano. Tristemente murió solo, en Miami, para que veas cómo es la vida.

La bella del Alhambra

Trabajar en una película como esa, con un director como Enrique Pineda Barnet y una actriz como Beatriz Valdés, que además el filme ganara un premio Goya y fuera una de las cintas más vistas en Cuba y el extranjero, para mí es incomparable. Hay quien hace diez películas y nadie se entera. Creo que, aunque con un personaje pequeño, entré al cine por la puerta grande.

Es una filme al cual el público, los artistas y el ICAIC le tienen mucho cariño por lo que significó. Recuerdo que a Beatriz no le dieron el premio de actuación en el Festival de Cine de La Habana y el público en la ceremonia se paró a aplaudirla.

Así comienzo yo en el cine, esa fue mi presentación, y Enriquito tuvo la cortesía de ponerlo en los créditos. Él fue mi primer director en la gran pantalla y recuerdo la experiencia con cariño, porque aprendí mucho y para mí fue la magia. Verla después en el cine, que te come vivo, fue una enseñanza. Creo que entonces fue cuando me convencí de que trabajar y actuar así era lo que yo quería hacer.

¿Cuál fue el fenómeno de Alicia en el pueblo de Maravillas?

Con Alicia… a mí me pasó una cosa muy parecida a lo de mi boda. Nunca me cruzó por la cabeza que eso podía suceder. Como ya había hecho La bella…, Danielito [Díaz Torres] me llamó. Entonces yo era como el galancito, porque no había más nadie, no porque fuera lindo. Había hecho algunas cosas de comedia muy incipientes en mi carrera y parece que él decidió que yo era el tipo. Mi personaje fue aquel periodista novio de Alicia que se desaparece y de pronto cae en un paracaídas en aquel pueblo, sin poder irse, convirtiéndose luego en uno de los dirigentes… Era un periodista de esos que todavía andan por ahí. ¡Pero cómo me iba a imaginar yo que se iba a formar toda aquella rebambaramba!

Hace unos días le dije a Amaury Pérez que yo había pecado de ingenuo con Alicia… Caballero el arte es el arte, ¡por Dios! Hay una manera de hacer y una manera de decir. Y de pronto aquellas cabezas malas empezaron a elucubrar y yo pensaba “qué mal está todo entonces si esto es así”. Veía la película y decía “está bien, es una película irreverente, que dice cosas, pero si duele es porque están pasando, y lo que hay que hacer es tomarlas en cuenta”.

Sinceramente, todavía no sé bien qué fue lo que pasó con esa película o por qué se trató de esa manera. Los primeros cuatro días que se puso se hablaba de ella en la calle como una comedia cubana normal, y de pronto empezó a crearse una situación rara. La gente quería linchar al director y a los actores, y llevaban a los comités de base a gritar. Recuerdo a Thais Valdés escondida en su casa y yo sin entender nada. Era otra época, pero a mí aún me sorprende, por suerte, porque cuando pierda esa capacidad, es que no me importa.

¿Qué hiciste durante el Período Especial?

Después de ese momento de La bella… y Alicia… el cine en mi carrera tuvo un impase. Hice mucha televisión porque tenía que trabajar en lo que fuera. Quizás por eso algunas cosas no tenían la calidad que se esperaba de mí, pero había que comer. Para ganar dinero no iba ni a robar ni a bisnear por ahí, que era como se le decía. Y fíjate, a lo mejor no fue así, pero siento que todo lo que hice en aquella época por necesidad, me desgastó a la vista de los directores de cine cubano, que me llamaron poco y aún me llaman poco.

Pero entonces los directores extranjeros que venían, como no me conocían, me hacían los casting, quedaban contentos, y así filmé varios largos en esa época. Siempre me quedaba con aquello de que mi trabajo no le gustaba a los de aquí porque pensaban que no podía dar otra cosa que no fuera lo que estaba haciendo en televisión en aquel momento. Nada, que uno tiene esa añoranza de estar en la historia del cine y la televisión. Por suerte el tiempo me dio a Fernando Pérez.

¿Se tardó mucho el tiempo?

Mira, quien no me usó se lo perdió y me lo perdí. Ahora no voy a llorar lo que no viví. Voy a disfrutar lo que me está dando la vida. Y Últimos días en La Habana, esa sola película, me ha dado todo lo que yo esperé en mi carrera, y lo digo así con toda libertad y falta de modestia porque hemos ganado premios internacionales y he conocido el mundo en un año, ¡con todos los gastos pagos, además! Quizás tenía que llegar ahora un personaje como ese, un director como ese, y me llegó, por eso estoy satisfecho.

https://www.youtube.com/watch?v=V3EfRblNJag

Pero antes de todo eso fue la famosa boda, ¿no?

Para mí fue lo más inocente del mundo. Yo estaba conduciendo un programa de televisión que se llamaba El Expreso. Mi actual esposa era bailarina de ese espacio, vivíamos juntos, y como ella sale embarazada pensamos que era un buen momento para casarnos. Así, llego a una de las reuniones del programa, anuncio el casamiento, y alguien dice: “Coño, ¿y por qué no hacemos la boda en el programa?”. Yo dije “bueno, yo no tengo un kilo para la fiesta, y en definitiva el programa hay que hacerlo”. Si la gente recuerda, todos los meses hacíamos una grabación fuera del estudio. Casualmente, además, ya tocaba hacer la de ese mes, y ahí todo el mundo empezó a embullarse y a planificar la boda para el programa.

Yo estaba preocupado porque eso nada más lo habían hecho en televisión Carlos Otero y Consuelito Vidal cuando se casaron Jacqueline Arenal y Alexis Valdés. Pero en definitiva el programa se grababa y lo revisaban antes de salir al aire. Recuerdo incluso que íbamos a filmar en el Hotel Riviera, y cuando fui a averiguar todo, me dijeron que hacía falta una carta de autorización. Como vi que la cosa se estaba complicando le dije a Gloria [Torres], un día antes, que virara todo para atrás y punto, que yo me casaba en otro lugar.

Todo se había cuadrado para el día 7 de febrero. De pronto me llama Gloria y me dice “Oye, Edith Massola habló con el director del Hotel Capri. El programa se grabará ahí y de paso hacemos tu boda”. Todo eso fue ya en menos de dos horas. Incluso Pablito FG iba a tocar  y también dijo que no había lío con hacer todo aquello. Y ya, hice mi boda en la grabación del programa. Igual le dije a Gloria, por cómo son las cosas aquí, que grabáramos una parte en el estudio como si todo hubiese sido un sueño y una jodedera. Así se hizo.

Eso fue un martes, y el programa salió al aire el domingo, es decir, pasaron cinco días. Lo que significa que todo el que tenía que ver el programa, supervisarlo y aprobarlo, lo hizo. Todo el mundo en la Televisión sabía que me había casado y a nadie le preocupó nada. El mismo día de la boda nos fuimos para Varadero de luna de miel y regresábamos el domingo cuando salía al aire “El Expreso”, pero no tuvimos tiempo de verlo. Cuando llego el lunes me dicen: “ ¡Ay, Jorgito, qué problema! Llamaron de no sé dónde, que si el Comité Central, que si no sé quién”. En la tarde, además, Pedro de la Hoz saca aquel artículo hablando de la frivolidad del programa. Y de pronto, por la noche, paran el noticiero para dar una nota informativa diciendo que sería investigado el caso del programa. Y yo decía ¡pero mi madre, ¿qué cosa es esto?, ¿qué paso aquí?!.

No sé por qué pasó todo aquello. Era como si yo fuera el dueño de la Televisión y tuviera la capacidad de desviar tantos recursos como para grabar una boda y encima televisarla luego. Eso sin pensar el tiempo que estuvo circulando la grabación y nadie puso “peros”. Yo no podía entender. Para colmo, cuando pregunté si habían descubierto algo en la investigación y por supuesto dijeron que no se había podido probar nada, ni siquiera admitieron la equivocación de tratar tan públicamente todo aquel asunto, como si yo fuese un terrorista. Hasta mi hijo, que entonces tenía 8 años, estaba asustado en la escuela porque la gente le preguntaba si su papá estaba preso por lo que habían visto en el noticiero.

Lo que me dolió de todo aquello es que a mí no me pareció nada del otro mundo lo que hicimos, y la manera tan fea en que se trató el tema cuando yo estaba más que probado en este país. Oye, de pronto yo en reuniones y la gente hablando de complot y corrupción, y yo no sabía qué hacía en medio de todo aquello. Por eso dije que no hacía más el programa, y conmigo todos dijeron lo mismo.

Después vinieron a entrevistarme de muchos lugares, y yo nunca dije nada porque me pareció mejor esperar que pasara el tiempo. Ahora es que estoy haciendo la historia, y lo comento así, pero en aquella época fue muy duro. Mucha gente perdió el trabajo. Y a pesar de que no lo consideraba un buen programa, estaba en el primer lugar del rating en la TV, y le hacía falta al público porque era alegre. Además, fue una cosa que podía haberse evitado. Es como si hubiesen dejado que pasara para entonces caernos arriba. Se creó una kamankola muy fea y nosotros caímos en el medio. Pero bueno, ha pasado la vida.

Foto: Regino Sosa.

Y llegó Últimos días en La Habana… 

Hay algo que quiero que la gente sepa: yo sé que suspendí el primer casting. Lo supe por la manera en que Fernando [Pérez] me miró, se quedó medio decepcionado. Yo estaba haciendo un gay muy sobrio para no caer en la caricatura de un gay de carroza, que es tan fácil, pero vi en su cara que algo no estaba bien. Él quería más.

Cuando llegué a la casa me puse a pensar. Leí de nuevo el guion y me di cuenta de que ese era un personaje postrado en una cama, por tanto tiene que demostrarlo todo desde el tronco hacia arriba, sus manos son sus alas, como una extensión de su cuerpo que no se mueve, y dije “caramba, por eso es”. Realmente con toda la vida que tiene Diego [su personaje], que no tiene Miguel, era tan difícil no tener acciones físicas… Entonces recé para que me llamara de nuevo, y cuando me llamaron dije “Ahora sí la voy a partir en dos”.

Recuerdo que ese día íbamos a hacer la escena con la niña. El casting se hizo en una casa particular y estábamos sentados en el comedor con tremendo calor. Había un abanico de cartón de la señora de la casa sobre la mesa y lo cogí para echarme aire. Entonces supe que eso podía funcionar como una extensión de la mano de Diego. Escondí el abanico debajo del colchón en la escena, y cuando empezamos lo saqué y empecé a hacer todos los movimientos que tiene el personaje, y a Fernando le encantó. Ese abanico fue el que me salvó.

Coralia Veloz y Jorge Martínez, Foto: Jaime Prendes.

¿Quién es Diego para ti?

Diego es el tipo que yo quisiera ser y que un poco fui cuando mi enfermedad. Cuando me dijeron que tenía cáncer de pulmón y me quedaban seis meses de vida me desahuciaron. Recuerdo que fui para la casa a pensar cómo se hacía aquello, qué le decía a mi hija de 7 años, cuál era el próximo paso con una noticia como esa, que era el fin de la vida. Tenía muchas metas, muchas cosas por hacer, y no sabía qué tocaba hacer primero. Sin embargo no me acobardé.

En un momento fui a ver a Libia [Batista], la directora de casting, para explicarle que no podía hacer la película de Hemingway que iba a filmarse en La Habana, y me dijo: “No, no. Eso no es así”. Ella conocía a un oncólogo muy bueno, lo llamó y nos vimos al día siguiente. Él revisó todo, me dijo que íbamos a hacer varias cosas y después me operaba. Así lo hicimos y creo que todo salió tan bien, entre otras cosas, un poco por la valentía con que lo asumí, porque todo esto tiene mucho que ver con la mente y la voluntad para enfrentar lo que viene después, que es violento. Y me parece que hice eso como lo hizo Diego.

Un año después empezamos Últimos días… Cuando leí el guion había muchas cosas que el personaje y yo teníamos en común. Creo que por eso Fernando me llamó también, porque quizás en la primera lectura vio ese vínculo entre nosotros. La escena en que Diego se está ahogando…, eso me pasó a mí. De hecho el tanque de oxígeno que está en la película es el mío, esa máscara es la mía, la que aún tengo en la casa para cuando tengo falta de aire. Yo vivo con un solo pulmón hace cuatro años. Pero esas ganas que tiene Diego de vivir y dejarle a la gente algo de alegría y fuerza, creo que también me pasó un poco.

Foto: Jaime Prendes
El actor cubano Jorge Martínez en el filme "Últimos días en La Habana". Foto: Jaime Prendes / Archivo.

¿Y quién es Fernando Pérez en Últimos días en La Habana?

Fernando es un gran hombre que se mete en la vena de las personas como mismo se mete en la vena de La Habana. Por eso logra sacar esas historias increíbles que él ve, y que muchos de nosotros caminando no vemos nunca. Últimos días… es una película sencilla hecha desde el corazón humano y el corazón de La Habana. Ese solar existe, lo arreglamos para filmar porque está peor. Son diez personas viviendo con un baño y una palangana a unas cuadras del Hotel Manzana Kempinski, y esas diferencias son abismales.

El otro día alguien me preguntaba por qué el cine cubano siempre está hablando de los enfermos, el destrozo, la gente que se va y los solares. Respondí que siempre es mejor hablar de los problemas que no se han solucionado, en lugar de hacer una historia, por ejemplo, en el Manzana, porque esa no es la historia de los cubanos, aunque el hotel esté frente a la estatua de Martí. Sin embargo, hacer estas cosas, aunque puedan verlo como más tremendista y derrotista, es mucho más esperanzador, como lo es Fernando, que muestra las cosas para que uno las piense, porque el arte es eso.

Foto: Jaime Prendes

¿Qué ha sido la televisión para ti?

Para mí lo común es ser reconocido como actor de televisión. Eso fue lo primero que hice y lo que me mantuve haciendo. Es el medio en que más me he desarrollado. La gente me conoce por eso, y ya es usual en mi vida llegar a donde sea y que me hagan cualquier tipo de comentarios y preguntas siempre relacionados con la televisión. Pueden decirme desde que está malísima hasta preguntarme si los besos son de verdad. No importa si estoy comiendo en un restaurante o en el  baño de una habitación en Varadero, no importa, es parte de mi vida, y me gusta porque si no sucediera significaría que soy un pesao. En definitiva la popularidad es inherente a mi trabajo.

También he hecho programas muy populares y aquí se ve mucha televisión. Al final, trabajo para esa gente que me para por la calle, no para una élite. No hago ese cine elevado de autor porque no me llaman para eso, y si me llamaran lo hiciera, pero soy un tipo de la televisión y sentirme querido por el público es lo más grande. Para algunos la TV es un trampolín, para mí no es ningún medio sino el mismo fin, y lo que quiero es seguir trabajando.

¿…en Cuba?

Mira, las posibilidades que yo he tenido de verla de lejos y de añorarla han sido muchas y muy ciertas. Me han puesto la zanahoria como se la ponen a los caballos para que vayan detrás. Y siempre hay algo que me ha dicho que no. Me encanta viajar y conocer el mundo pero estoy sembrado aquí. Yo mismo no sé, pero el hecho es que siempre viro y viro.

Cuba es un país lindo, y aunque la gente en general ha perdido muchos valores sigue siendo bonita en esencia porque ha sufrido y ha pasado mucho. Aquí a lo mejor cualquiera te dice una barbaridad, pero igual te están diciendo algo porque en el fondo les importa. Eso es parte de la identidad de uno. He comprobado que nunca me siento tan relajado y tan cómodo como aquí.

También es que quiero ayudar a resolver las cosas, no para que le pongan mi nombre a una calle, no me interesa trascender de esa manera, pero sí seguir haciendo algo por la gente porque mucha gente ha hecho mucho por mí. Si mi manera de ayudar es darle alegría al público, pues que sea esa. Mi trabajo también es participar en algo que el pueblo pueda disfrutar aunque sea un ratico. Ese es mi aporte como actor. Hay a quien que le toca otro, a mí me toca ese.

Estoy satisfecho porque disfruto lo que hago y además me gano la vida haciéndolo; por desgracia la mayoría de las personas no pueden decir eso. Yo sé que a veces se pasa un poco de trabajo, pero prefiero eso y después dormir tranquilo. Va y soy un conformista, pero tengo paz.

 

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