“Madres paralelas”, Almodóvar y la cuestión de la identidad

Historias entrelazadas en un largometraje.

Cartel de Madres Paralelas, del director Pedro Almodóvar. Foto: Tomada de La Libre.

Llevo 24 años viendo las películas que Pedro Almodóvar estrena en cines. Mi mamá me llevó a ver “Carne trémula” (1997) con apenas 13 años y de ahí en más nunca paramos. Las películas más viejas las tuve que alquilar y ver en VHS para completar la filmografía, pero el resto lo pude ir siguiendo en salas a medida que se fueron estrenando. Por eso, escribir acerca de “Madres paralelas” (2021) es una tarea hermosa y difícil. Desde hace casi un año tenía tanta ilusión de verla cuando supe de su rodaje y, luego, aún más, cuando conocí el afiche. Una viene acumulando mucha expectativa. Pero, bueno, acá van algunas ideas e impresiones sobre el largometraje, más allá de su estética. 

El cine de Almodóvar me cautivó desde muy pequeña. Teje historias donde las mujeres somos protagonistas (casi siempre); donde la solidaridad entre nosotras, las compañías y las formas de encarar la vida entre amigas, madres, tías, hermanas, vecinas, —formando toda una red, una comunidad—, me parecieron siempre muy hermosas y fascinantes. Se trata de un tipo de cine, como dijo Lucrecia Martel cuando le entregó al director manchego el León de Oro honorífico en el Festival de Venecia (2019), que tuvo en cuenta a las disidencias desde temprano: a lesbianas, trans, travestis, trabajadoras sexuales: las volvió personajes preciosos y dignos, valiosos, fuertes y profundos.

En “Madres paralelas” (2021) nos sumergimos en el terreno de la maternidad, o de las maternidades, nuevamente; tópico muy explorado por el director manchego a lo largo de su filmografía. Ahora, además, se mete con la memoria histórica, esa que les cuesta tanto a los/las españoles y españolas poner en palabras; y hacerse cargo de hablar/recordar/nombrar a esas 100.000 personas que aún no se sabe dónde están, que desaparecieron durante el franquismo y cuyos cuerpos nos aparecen hace más de 70 años.

Todavía “la herida” sigue abierta, no ha habido grandes investigaciones o, cuando se realizaron, fueron truncadas o se avanzó de modo muy lento. Muchas de las fosas comunes que han sido abiertas están relacionadas con pedidos internacionales realizados desde Argentina o Uruguay. Son los/las nietos/nietas, hijos/hijas, familiares latinoamericanos/nas los/las que pedimos que abran alguna fosa particular porque ahí podría haber un pariente que en su momento pudo haber sido militante internacionalista y viajara a España durante la Guerra Civil a darlo todo, a luchar, pero su cuerpo quedó allí.

En “Madres paralelas”, la película, Almodóvar logra entramar historias personales/sociales/históricas. Logra tejer la historia de estas madres paralelas, los problemas de las identidades tanto de sus niñas como la identidad social de un país, pero también le cuesta. No es sencillo. Al ser la primera vez que representa ese pasado doloroso, por momentos hay pocas sutilezas en el tratamiento del tema y algunos diálogos son resueltos de manera un poco tosca. Falta experiencia, pero ya vale enormemente la intención de empezar a hacerlo.

Almodóvar reivindica la memoria histórica española en Nueva York

En el largometraje hay mucho de drama y poco de melodrama; algo parecido a lo que sucede con “Dolor y gloria” (2019). Son pocas las escenas en que podemos “respirar”, relajarnos y reír, porque se plantean situaciones o escenas opresivas, muy complejas, que se van enrevesando poco a poco, fieles al estilo de Almodóvar. Ahí sí aparece la impronta más almodovariana, a mi modo de ver: en esa relación entre dos mujeres, entre Ana y Janis, esas madres —amantes— que lo dan todo por sus hijas, que con padres ausentes pero con amigas presentes y madres semi-presentes salen adelante. Y por supuesto, teniéndose/ sosteniéndose la una a la otra. Esa solidaridad/sororidad vuelve a ser un tema central en la filmografía del director, como en “Volver” (2006), como en “Todo sobre mi madre” (1999) y como en tantas otras películas dirigidas por él.

La identidad social, la búsqueda de los cuerpos de desaparecidos/desaparecidas de un pueblo de España, así como el trabajo de los antropólogos forenses es muy interesante en cuanto a cómo se representan. A pesar de la rapidez con la que se muestran, los relatos de las nietas, sobrinas, así como conocer un poquito el trabajo que van haciendo esos equipos profesionales para reconocer luego los cuerpos, están bien sintetizados y expuestos en la trama. Claro que en esas fosas costaría mucho encontrar cuerpos tan bien conservados, porque ha pasado mucho tiempo y sería quizás más cercano a lo real que se encontraran apenas algunas piezas óseas, pero el hecho de que, en su lugar, puedan estar los cuerpos completos creo que forma parte de un gran deseo social/personal de verlos enteramente como se los/las llevaron, sin que ninguna pieza falte. Reconstituirlos/as enteramente.

En ese momento, mientras transcurrían esas escenas recordé a las mujeres del documental “Nostalgia de la luz” (2010), que rastrilllaban en el norte chileno buscando algún fragmento de sus personas amadas, recordé la cantidad de imágenes que, en reiteradas ocasiones, han documentado el trabajo de nuestro Equipo Argentino de Antropología Forense. Recordé la clase de arqueología que tuve cuando estudiaba Antropología en la facultad, cuando uno de los docentes y miembros del Equipo Argentino nos enseñó, a través de diapositivas, cómo todavía en Argentina, —en donde ha pasado la mitad de tiempo que en España en lo que concierne a la búsqueda de desaparecidos/desaparecidas—, se pueden encontrar cuerpos con remeras, retazos de telas de sus prendas, zapatillas que tenían puestas el día que se los/las llevaron, billeteras y lo que guardaban dentro: dinero, fotografías trozos de papel, etc. Objetos que están enterrados y que forman parte de aquello que llamamos “la memoria de las cosas”.

En el largometraje, resonaron en esa caminata de mujeres del pueblo con las fotos de sus desaparecidos/desaparecidas sobre el pecho, las caminatas de nuestras “Madres de la plaza de Mayo”. Esa escena en donde se las toma a todas juntas, enfrentando a la muerte, al horror, viendo cómo aparecen los cuerpos de sus desaparecidos/desaparecidas, intentando encontrar allí algo de lo perdido, siento que se concreta cierta “reparación”. Como dice uno de los personajes; una anciana ya muy mayor y enferma, que no pudo estar junto a su padre en vida porque se lo llevaron cuando era sólo una beba: lo que desea es encontrar su cuerpo para, cuando ella muera, estar en la tierra al lado de su padre. Esa necesidad de saber dónde están los familiares perdidos, cómo murieron, ese deseo por volver a estar juntos aunque sea en muerte, son realmente muy fuertes y conmovedores.

La película terminó y con “la Cucha” (una querida amiga de mi madre y ahora también de mi hermana y mía) llorábamos sin parar. Nos agarramos la mano y las lágrimas brotaban pensando en nuestros/nuestras desaparecidos/desaparecidas y aparecidos/aparecidas, en las historias latinoamericanas: argentinas, chilenas, uruguayas. Una amiga de “la Cucha”, cuando salimos del cine y pudimos conversar, también recordó la historia de los pibes de Ayotzinapa, en México. Nuestras historias se entrelazan y están marcadas por esos terribles/siniestros actos de asesinatos por parte de los Estados, así como por la desaparición y búsqueda posterior sostenida por años.

Pienso/siento que “Madres paralelas” es una muy buena película, con un trabajo sobre la identidad, o las identidades, sobre la historia política y social de un pueblo que podrían ser las de todos los pueblos de España, y tantos otros del mundo, que siguen sangrando, cuyas heridas no sanan, y a los que todavía les falta muchísimo para sanar del todo. La de Almodóvar es una película que sin duda pone en primer plano también la irrenunciable búsqueda por la memoria, la verdad y la justicia.

Los colores, la mirada de la protagonista, que por su trabajo como fotógrafa sabe observar y descubre a partir de esa capacidad parte de su propia historia, resultan hermosos, terribles y fascinantes a la vez. Porque cuando una aprende a ver, mirar se vuelve un oficio y hay descubrimientos que muchas veces son increíbles, sorprendentes, pero muchas veces, también, dolorosos. En cuanto a las dimensiones estéticas, la puesta en escena, la música, los paisajes madrileños y provincianos forman una obra preciosa, muy emotiva y reflexiva.

Almodóvar, a mi juicio, sigue siendo un artista vital, comprometido y sobre todo amoroso en la forma de abordar las historias de mujeres y en este caso también la historia social-política de su país. Ojalá la disfruten mucho y/o la lloren toda. Ambas cosas pueden pasar al mismo tiempo ¿no?. 

 

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