Omega 3: Desconcierto ante el porvenir que nos aguarda

Carlos Gonzalvo en Omega 3

La actuación de Carlos Gonzalvo se distinguió por la variedad de recursos y el dominio escénico.

El filme cubano Omega 3 ha sido el centro por estos días de una polémica capaz de rizar al menos nuestro alaciado contexto cultural. Puesta fuera de cartelera a todo correr, y denostada por críticos y público en inusual coincidencia, la película pretende saltar, en un solo intento, el inmenso valladar que significa la ausencia de tradición y precedentes con una anécdota futurista, que vaticina enconadas guerras entre diversos grupos fundamentalistas, los unos partidarios de comer solo carne, los otros huevos y leche, los de más acá adictos a los vegetales, a la macrobiótica, a las frutas…

Desde la misma anécdota, que se anuncia original, inusitada, en nuestro panorama audiovisual, se aprecia una de las contradicciones que le fue imposible resolver a su guionista y director Eduardo del Llano: la oposición de tono, forma y esencia requerida por un tema tan trascendental como la reflexión sobre la intolerancia que provoca guerras y violencia, y la cierta ligereza requerida por una farsa que juega con el absurdo y el humor negro en tanto burla de las diferencias, incluso en cuanto a modos de alimentarse, que empujan a los seres humanos a matarse entre ellos. La anterior paradoja, entre la solemnidad y la humorada, entre la trascendencia y el desatino que provoca risa, le impide al espectador identificarse con personajes que al principio enfrentan una misión a cumplir, un recorrido del héroe propio de cualquier filme de acción y aventuras, mientras que unos cuantos minutos después la acción se reduce al mínimo, y todo se concentra en el diálogo informativo, que describe conflictos elementales de gustos y preferencias. Al menos yo carezco de prejuicios contra las películas verbalistas, pero es que en este caso los diálogos tampoco cumplen aquel alto contenido filosófico, o metafórico, asignado a los parlamentos en el Stalker tarkovskiano, o en el Blade Runner de Ridley Scott.

Entonces, creo yo, porque me ocurrió también a mí, el público pasa de la decepción al aburrimiento. Porque aparece una nave espacial en las primeras escenas y nadie en el mundo puede explicar su presencia en la película al nivel de la historia y de los personajes; hay soldados armados con tecnología de punta y detectores computadorizados estilo Terminator y Minority Report, pero al igual que la nave espacial, la parafernalia visual cumple con un solo propósito, bastante pueril: asegurar que en Cuba también podemos hacer ciencia ficción. Por supuesto que podemos hacerlo, y Eduardo del Llano sigue siendo uno de los más seguros postulantes para proyectos de este corte, pero ojalá que la próxima vez consiga aunar voluntad temática, tono discursivo y códigos genéricos que provean lo que principalmente se extraña en Omega 3: coherencia, energía unificadora, capacidad para decidir si la esencia argumental se asume desde la gravedad culminante o desde el chiste de sobremesa.

Tampoco funcionan, y se atraviesan entre la historia y sus posibilidades de cautivar al público, el modo en que está contada la historia y la duración de ciertas escenas. En cuanto al primer factor de los mencionados, me parece errado iniciar el filme con una escena, injustificadamente larga, cuya comprensión deberá aguardar a que el espectador llegue al final, y entienda que se trata de una de esas películas de estructura circular, es decir que al principio y al final ocurre más o menos lo mismo, como para sugerir la eternización de los conflictos presentados. Pero ocurre que un niño aficionado a los crucigramas, inapetente y aburrido, a quienes los padres requieren para que se alimente, jamás puede ser alegoría de la intolerancia con la opinión o los gustos ajenos. También puede ser que mi percepción sea corta, y no alcanzara a comprender lo que me sugería esta y otras escenas de una película que, en mi opinión, pierde el colimador desde el principio y luego empieza a disparar a cualquier parte, como si ninguno de los implicados supiera cuál es la diana.

En el segundo segmento del filme aparece el protagonista, el héroe, a quien muy rápidamente se le otorga la misión y él la asume resignado, a través de tres o cuatro escenas filmadas y ambientadas con una grandilocuencia e imaginería impactantes, muy en la línea de El quinto elemento, o de Total Recall. Y ahí mismo comienzan a remontarse las expectativas de un espectador acostumbrado a la asociación entre los géneros de ciencia ficción y el cine de acción y aventuras, con abundancia de incidentes que cambien el curso de la trama y un héroe más o menos redentor. Aproximadamente a los veinte minutos de comenzadas las supuestas hazañas, este acontecer se interrumpe, el protagonista es atrapado, y hecho prisionero, y el restante decurso del filme se verifica a través de un prolongado ciclo de conversatorios y discusiones en el interior de la cárcel.

A estas alturas de la trama ya da igual si estamos delante de un héroe o de un antihéroe, el caso es que este pobre hombre, interpretado con variedad de recursos y dominio escénico por Carlos Gonzalvo, se encuentra en cautiverio todo el resto del metraje, y por tanto quedan pocos recursos disponibles más allá de la palabrería y la teatralización, por muchos efectos visuales que intenten aligerar la restricción espacial impuesta por el argumento, y la paliza verbal ordenada por el guión. Ambos excesos resultan doblemente notables cuando los personajes se mantienen todo el tiempo enunciando, describiendo, como si estuviéramos en el primer acto, introductorio, de un filme cuyos principales conflictos se van a dilucidar y resolver luego. Porque una vez que hemos comprendido a cabalidad todo lo que ha ocurrido con cada secta, triunfante o disidente, ocurre que se acaba la película, como si al guión se le hubiera acabado el combustible, y luego de presentar determinadas situaciones faltaran no sé si ideas, recursos, deseos o ánimo para que el filme trascendiera la categoría de esbozo, de esquema avispado, mediometraje que promete mucho y entrega poco.

Memorable, porque contiene la semilla que Omega 3 pudo desarrollar si quería alcanzar mayor entidad y estamento, es el fragmento animado, porque demuestra en una consecución de acciones dramáticas mínimas y grandiosas imágenes, la idea de ese mundo futuro regido por un fundamentalismo conducente a la intolerancia, las fobias, la discriminación y finalmente las guerras. El corto animado vale por sí mismo, y es tan redondo e independiente que se enseñorea sobre la película y todo lo demás parece prólogo o apéndice de este muy valioso núcleo.

Por otra parte, sería injusto olvidar el brillante desempeño, entre autoirónico y festivo, de Héctor Noas, quien fue dirigido, quizás, en un registro distinto a los demás actores, porque al parecer fue el único de los intérpretes que comprendió a cabalidad las posibilidades latentes en el guión para la exageración humorística. La mejor escena en ese sentido, que llega a ser incluso hilarante, es aquella en que el malo de pacotilla que hace Noas, invita a su prisionera a que toque su musculatura para demostrar la superioridad de la dieta macrobiótica. La muchacha palpa bíceps y pectorales, y nuestro canijo héroe, evidentemente celoso, protesta airado alegando que eso es tortura. La muchacha, que un segundo antes intentaba defenderse de todo acercamiento físico esgrimiendo la Convención de Ginebra, evidentemente se ha erotizado con la musculatura del malo, el eros la arrastra, y trata de hacer callar al flacucho que quiere defenderla para poder seguir amasando al fortachón macrobiótico. En una sola escena, Del Llano resumió, ahora desde la comedia, el sentido de un filme cuya totalidad resulta imposible de salvar a pesar del vigor indudable de los pasajes mencionados.

Y no se discuta más: es cierto que los efectos especiales parecen “yumas”. Eso ya lo sabemos y todo el mundo lo concede con ánimo entre optimista y perdonavidas. De modo que si esa era la meta, pueden darla por cumplida a cabalidad. Y ahora más en serio: debe anotarse que el vestuario consigue, con una perfección sorprendente, ese look alienígena y estrafalario, mientras el maquillaje no pudo cumplir a cabalidad con el realismo de unas heridas que evidencian su carácter de prótesis plástica. Si en vez de consagrarse a competir por la validación en las inalcanzables ligas de las superproducciones internacionales, los efectos especiales, el vestuario, el maquillaje y la película toda hubiera optado por la carnavalización, la ironía e incluso el cinismo, Omega 3 tal vez sería esa gran película que solo a ratos se asoma a través de este boceto corto y presuroso.

Cuando casi al final, aparece Yory haciendo una versión cabaretera de La era está pariendo un corazón, con una ropa sacada del armario que le sirvió a Bob Fosse para vestir a los figurantes de All That Jazz, aparece una última ráfaga de ingenio sarcástico, la vena más fuerte de Eduardo del Llano, esa que extravió esta vez entre prosopopeyas efectistas y caricaturas a medio cocinar sobre la infinita frivolidad, y demoledora intransigencia, del porvenir que nos aguarda.

Salir de la versión móvil