Poca tela para vestir de novia

Numerosas polémicas se desatan por estos días alrededor de la película Vestido de novia, de Marylin Solaya, la cual obtuvo el premio de la popularidad en la última edición del Festival de Cine de La Habana. Cuestiones relacionadas con la piratería y el derecho de autor han sido temas de debate en el blog Cine Cubano, la pupila insomne. Sin embargo, no se ha producido una discusión alrededor de la cinta en sí, ni se han señalado defectos que lastran la calidad de esta.

La historia puede ser genuina  y realizada con las mejores intenciones, con todas las ganas de denunciar una homofobia latente aún hoy en el país, pero si al terminar el metraje usted no lo hizo de forma verosímil, la película no tiene ningún valor, es un caso más de parecía pero no fue. Ese es el primer defecto de Vestido…, que no logra convencer.

Uno de sus mayores problemas es el escaso aprovechamiento de los momentos clímax de la cinta, debido sobre todo a que la cámara no está ubicada en la mejor posición. Por poner tres ejemplos: Rosa Elena (Laura de la Uz) descubre que su padre ha fingido la invalidez; Sissi (Isabel Santos) se quita el maquillaje ante el espejo; Rosa Elena junto a dos secundarios miran el mar en busca de Sissi. Son escenas fuertes, con una intencionalidad dramática, pero se desmoronan por falta de oficio.

La violencia es otro de los tópicos que no se trata de la mejor forma durante el metraje. A Sissi la golpean en la estación de policía por travesti, lo cual se da entender a través de moretones en su cuerpo, pero no se muestra de manera explícita. Cuando los protagonistas se mueven por La Habana durante el llamado maleconazo, las fuerzas policiales no dan un golpe, no se muestra una gota de violencia en uno de los momentos más críticos de la Historia del país; todo se resuelve con un grupo de activistas revolucionarios lanzados a las calles y las pacíficas fuerzas del orden. Sin embargo, cuando Ernesto (Luis Alberto García) descubre la verdadera identidad de su mujer le da un puñetazo en el rostro, el cual sí está justificado. Y para acompañarlo está la(s) violación(es), que se muestra(n) bien clara(s). ¿Cómo es posible que los únicos actos de violencia mostrados en la cinta son aquellos donde la víctima es Rosa Elena?

El ambiente hostil y la acumulación de elementos adversos a la protagonista, a veces exagerados e innecesarios, terminan por anular escenas con una supuesta carga sentimental o de denuncia. Cuando Sissi le está dando la comida al anciano inválido, le echa en cara todos los abusos que cometió con su hija debido a su orientación sexual, y a su vez se regocija porque ahora él depende de los homosexuales que tanto desprecia. Pero todo es una ilusión, no existe tal momento dramático. El padre de Rosa Elena es quien se burla del travesti porque él no tiene ninguna enfermedad, puede valerse por sí mismo, pero decide engañarlos a todos.

Este anciano, por cierto, es de los personajes más negativos de la cinta. Tan degenerado es que no intenta evitar la violación sufrida por su hija (o hijo) cuando él está en la habitación de al lado. Uno podría creer que con este padre homofóbico se cumple con la cuota de maldad necesaria, pero no; la película goza de una galería de villanos comparable con la de un culebrón mexicano.

Ahí está Roberto (Mario Guerra): ladrón, traidor y en sus ratos libres, violador de transexuales. Su presencia es otra muestra de la necesidad que tienen los directores de cine cubano de realizar la gran denuncia social, con todos los estereotipos posibles. Luego Lázaro (Jorge Perugorría) interpretando al gerente corrupto, lleno de gratuita maldad y apenas con matices. Y Sandra, la enfermera jefa (Alina Rodríguez), amargada y resentida, que entrega el archivo de Rosa Elena para delatar su identidad. Por si no bastara aparece Pedro (Manuel Porto), el comunista intransigente que en un atisbo de humanidad, después de expulsar de su cargo a Ernesto, se opone al choteo y a la jarana con el esposo engañado. Interesante, el cuadro del Partido tiene un gesto humano en la cinta. No así el padre homófobo, el directivo corrupto o el capataz sin escrúpulos.

Y tenemos el caso de “el rubio”, un personaje en la cinta sin una sola línea de diálogo que con miradas y gestos faciales pretende mostrar cierto apoyo a Ernesto, pero la “presión social” no le permite siquiera darle unas palabras de condolencias. Patético, sobre todo porque en algún momento uno espera algo de ese compañero de trabajo.

Es tan opresivo y deprimente el ambiente de la película, que Rosa Elena no cuenta ni con una amiga heterosexual, todas sus amistades son homosexuales segregados (incluso su amigo el director del coro no parece tener una identidad sexual clara). Ni una compañera de trabajo con quien conversar, ni una vecina que acuda en su ayuda al escuchar sus gritos durante la violación. Nada. Todo es horrible. Y al cierre de la cinta cuando la felicidad decide sonreírle, ella escoge el camino más difícil, como si estuviese purgando sus pecados. Sissi se asquea de todo y se larga del país. Ella no. En el colmo del martirio y la autoflagelación, decide continuar en la casa donde fue violada, vivir con el padre que siempre le ha despreciado y renegar del hombre que la ama. ¿Por qué? Porque prefiere el patetismo y el sufrimiento. Porque mientras más impactante sea el final, más efecto tendrá sobre el público. Y eso tiene un solo nombre: burda manipulación.

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