Retratos de lo consabido y la excepción de Digna Guerra

Demasiados tal vez han sido los documentales cubanos de los últimos quince o veinte años consagrados a trazar la biografía o rendir homenaje a figuras trascendentales del ámbito artístico y cultural. Y nada impugnable proviene de la intención de rendir honores a quienes lo merecen, pero estas apologías audiovisuales casi siempre se realizaron atendiendo a las apabullantes entrevistas como casi único recurso, y a un empleo bastante convencional de la voz en off, el montaje, o el trabajo de cámara limitado a las llamadas talking heads. Entre los muchos documentales dedicados a exaltar la valía cultural o artística de una personalidad con frecuencia se soslayaban los conflictos inscriptos en tales hojas de vida, y predominan estructuras dramatúrgicas aferradas a la relatoría de anécdotas más o menos trascendentes sin descontar, por supuesto, los méritos y el currículo del entrevistado.

Muchos de los realizadores cubanos parecen desconocer que el hálito diferenciador de los buenos documentales supera la colocación, a punto y seguido, de entrevistas y material de archivo, y el impacto en el público tiene que ver con algo más que la reiterada alternancia de testimonios y performances, en una sucesión aborridora cuando el conjunto carece de crescendos o curvas dramáticas, de problematización, de suspense, de la más elemental distancia crítica, o de respuestas suspendidas respecto a la trayectoria artística descrita. Y no es solo que sobren varios testimonios, o que las imágenes de archivo muchas veces entorpezcan el discurso en lugar de iluminarlo, en tanto insisten en aspectos harto repetidos, ocurre que simplemente el documental no ha sido pensado en tanto obra de creación, sino por su valor de compendio y homenaje.

Otro de los problemas de la mayoría de estos documentales biográficos cubanos estriba en la carencia de asombros, y de revelaciones mayores, en testimonios de todas formas valiosos, pero que resultan a fin de cuentas reiterativas conferencias sobre lo ya sabido, o explicaciones de una obviedad inveterada que consigue saturar la comprensión del espectador con los más rimbombantes elogios. Y no soy yo quien va a negar el derecho a la apología más que justificada cuando se intenta ofrecer un mapa de gigantescos logros, pero muchas veces se olvida que ese mapa, y espejo, debieran recurrir a mecanismos de puesta en escena mucho más elocuentes, y convincentes, que los entrevistadores o la voz en off que cubre de aclamaciones a una figura cuyos méritos resultan de sobra conocidos. Además, resulta contraproducente verbalizar una lista de logros a menos que simplemente se quiera competir con wikipedia o se trate de cumplir el objetivo didáctico-informativo.

Me pregunto qué hacen los editores, o los mismos realizadores de un documental de este corte cuando permiten el acopio de entrevistas acumulativas y cacofónicas, mientras el espectador termina por desconectarse de una información demasiado prolija, y apenas consigue concentrarse en los principios que sostienen la excepcionalidad del personaje biografiado. Porque los mejores documentales, cubanos y extranjeros, consagrados a bailarinas, cantantes, escritores, u otras personalidades del arte y la cultura, trascendieron en tanto señalaron algún tipo de novedad respecto al sujeto, algún aspecto relevante de su personalidad, algún conflicto con el contexto, y por tanto nos permitieron atisbar en realidades, conocimientos o riquezas espirituales de que no disponíamos antes.

Y en cuanto a las obras, más o menos recientes, que no solo confiaron para validarse en los méritos del biografiado, recuerdo, de fechas más o menos recientes, Con todo mi amor, Rita (2000, Rebeca Chávez); Las sombras corrosivas de Fidelio Ponce aún (2000, Jorge Luis Sánchez); No me voy a defender (2000, Ismael Perdomo, sobre el cantautor Pedro Luis Ferrer), Luis Carbonell, después de tanto tiempo (2001, Ian Padrón) o Las manos y el ángel (2002, Esteban Insausti, sobre el pianista Emiliano Salvador). A esta lista de excepciones se añade digna guerra (2013) del joven realizador Marcel Beltrán.

digna guerra, así con minúsculas —como para resaltar el significado esencial de palabras que se convertirían en imponente designación si iniciaran con letra mayúscula— pretende reconocer, incluso honrar,  pero también explicar y comprender, vida y obra de la directora de coros cuyo laboreo al frente del Coro Nacional y del coro Entrevoces, le han ganado justo reconocimiento dentro y fuera de la Isla. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de los documentales cubanos consagrados a exaltar el trayecto recorrido por ciertas imprescindibles personalidades, en esta glosa de sutiles matices el realizador Marcel Beltrán no solo confió en traducir sonora y visualmente los talentos de su protagonista, sino que también le propone al público la posibilidad de ahondar en el temperamento y observar la intimidad, porque al fin y al cabo temperamento e intimidad devienen puntales y espejos de las  públicas acciones.

El retrato de Beltrán elude el dato acucioso en cuanto a cronología, identificación de los personajes o entrevista directa, porque prefiere estimular las inferencias del auditorio, sorprender a su personaje protagónico en momentos de exaltación y de remanso, mostrar la sincopada reiteración de los ensayos, testimoniar ciertos encuentros de la protagonista con su pasado, rememorar momentos de consagración a partir de deteriorados materiales de archivo, e introducir momentos de reveladora frontalidad con alto y simbólico contraste de blanco y negro. De esta manera, digna guerra, con minúsculas, deviene fino conglomerado de texturas y estilos expositivos, cada uno de los cuales adquiere, paulatinamente, estratos de significación vinculados a temas en apariencia distantes como el papel de la personalidad en la cultura de la nación, o los modos en que este país se concibe y realiza la música.

Personajes extraños, singulares, de alguna manera menguados o disminuidos , pero habitados por incombustible anhelo de contribuir y ayudar al prójimo, protagonizan anteriores documentales de Marcel Beltrán, muchas veces cercanos a la ficción y la puesta en escena, como Parihuela (2009), Cisne cuello negro,  cuello blanco (2010), Cuerda al aire (2011) y Memoria del abuelo (2012). El realizador prefiere orquestar el acercamiento a sus personajes en medio de momentos definitorios, cuando estos seres humanos se consagran como tales a pesar del naufragio, la derrota o la cercanía de alguna catástrofe de las que pueblan la existencia de cualquiera.

Así, independientemente que se trate de un eminente creador o de anónimos campesinos de la Sierra Maestra, la excepcionalidad de los personajes de Beltrán está puesta en evidencia desde la combinación de lo observacional con ciertos recursos de la puesta en escena como la estructura narrativa, el suspense y en cierto sentido, muy singular, el llamado «recorrido del héroe». Los protagonistas de Cisne… y Parihuela son víctimas de la soledad y el desafecto, e incluso del rechazo y la exclusión, pero ambos conservan un resquicio intocado de nobleza que Marcel, como autor comprometido con sus personajes, decide exaltar. De este modo su obra confluye con similares opciones éticas a las que desplegaba  el cineasta iraní Abbas Kiarostami, en tanto sus películas comparten la belleza de lo pequeño y sencillo, el minimalismo narrativo, las iteraciones significativas y la sobriedad estética.

Y si bien Parihuela, Cisne… y Cuerda al aire trabajan personajes anclados en la contingencia y compulsados a crecerse, Memoria del abuelo se movía dentro de un registro formal mucho más experimental, pues apelaba a los recuerdos del músico Harold Gramatges para presentar una de las más hermosas cavilaciones del audiovisual cubano, de fecha reciente, sobre el paso del tiempo, la cercanía de la muerte y el carácter transitorio y fugaz de toda belleza. Y si Memoria del abuelo daba cuenta de la habilidad del director para manejar diversas búsquedas estéticas, con digna guerra, Marcel Beltrán confirma su posición sobresaliente  en la “nueva ola” del documental cubano a partir de su notoria capacidad para develar los resquicios de compleja humanidad en protagonistas sumidos en la paradoja de su cotidiana excepcionalidad.

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