Solás: el artista que me regaló una tarde

Humberto Solás en "Humberto", documental de Carlos Barba.

Humberto Solás en "Humberto", documental de Carlos Barba.

Pasando las mansiones de Avenida Manduley, después de la rotonda y la estatua de Heredia, de las casas gemelas art noveau, al final. Allí me esperaba. En una pequeña mesa, disfruté una tarde sobre el mundo fascinante, el mundo subjetivo, el mundo difícil del cine.

Conversar con él fue un develamiento. Dueño de cada frase. Sereno, sin apuros. Trazaba las palabras en el aire, mientras sostenía el cigarro con el estilo de un gentleman. Era un hombre culto, sin empalagar.

Cuando reparé en la estética de sus filmes, en su capacidad para el detalle, la escenografía, el ambiente, Humberto Solás detuvo cortésmente mi entusiasmo. Me confesó que la arquitectura y la pintura eran otras de sus pasiones.

Su obra fue gran fresco de la cultura cubana. El lente se deleitaba en el cuerpo desnudo del esclavo, en el brocado de la madera, en el mercado de la plaza, el rostro en primerísimo plano…

Solás era barroco. Era más. Logró dar una segunda oportunidad a las épocas idas, a los encajes, a la sutileza de los ventanales y los arcos. Los ambientes cerrados le eran tan propicios como la luz.

Mientras apurábamos una cerveza  (en realidad más de una), nos detuvimos en el suceso de Cecilia, “la película escándalo” de 1981. Una novela de Villaverde en la que el director se permitió su propia lectura. Algunos no se lo perdonaron. Ni eso, ni los gastos.

Inevitablemente sobrevino al diálogo, una de sus actrices fetiches. “Por Raquel Revuelta siento una eterna  perplejidad. Trabajar con ella te coloca ante el suplicio, la sugestión”. No sé si lo habrá dicho a otros. Comparto las palabras sobre aquella mesa.

¿Quién puede olvidar a Raquel, como la madre de Leonardo Gamboa, avanzando por el largo pasillo, imponente y hierática? El sonido de sus tacones. Su encuentro con el Capitán General. El rostro demudado, las manos sarmentosas, el abolengo Y el final: como una aparición que se esfuma por el largo pasillo.

¿Y Raquel-Lucía?  Una gardenia. Por Dios, dale una gardenia a esta mujer que ha perdido su nombre en un susurro. Una gardenia antes que arda por la calle empedrada, antes de la locura.

¿Y Lucía-Adela?  Con ganas de escapar, de volverse una ola. Con ganas de morder debajo del sombrero.

Era un experto en la selección de actores, particularmente de actrices. Las removía. Las exprimía. Vivía dentro de ellas.

Aquella tarde me contó de una película en génesis. Una cinta coral sobre el país, una vuelta profunda, un desgarrón. Barrio Cuba, estrenada en 2005, fue su despedida. ¡Qué despedida!

Solo tengo unas líneas, una impresión. La entrevista completa anda extraviada, desgajada, esperando un milagro que la encuentre, que la saque de ese hueco negro por donde se me escapan tantas cosas.

El cineasta tenía esa mirada inconfundible. Esa mirada que sobrevuela el tiempo. Siempre he pensado que quería decirme más, que no tuve la calma, la habilidad para escucharle. A Humberto, a Solás, el artista que me regaló una tarde.

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