Todo x uno o Aquí se respiran ganas de vivir

Obra de teatro Todo x uno

Cremata estrena nuevamente en la sala Adolfo Llauradó/Foto tomada del blog Enfoque Cubano

Si hay algo que le gusta al teatro es arrancar de cuajo la vida. Tomar las pequeñas miserias que colman nuestra existencia y darles rostros maquillados y voces fuertes. Allí donde la vida sea más cruel, nacen textos cómplices del dolor, la resignación, la ridiculez y el miedo.

Juan Carlos Cremata sabe esto y sabe, entre otras cosas, que a la gente le gusta escucharse en las voces de los actores porque los hace sentirse menos solos, y luego de El Malentendido y Sleep (duerme) y Nuestro Pueblito, Cremata aterrizó sobre el escenario La hijastra, del dramaturgo cubano Rogelio Orizondo, para que la gente se escuchara de verdad, pero ya sabemos lo que sucede cuando la vida se queja a gritos: la gente se ofende por la rudeza con que le espetan en la cara las realidades, y La hijastra no duró mucho en cartelera.

Ahora El Ingenio trae a la Sala Adolfo LLauradó Todo x uno, cuatro monólogos de Elio Fidel López Veláz, en versión del propio Cremata y donde la vida, una vez más, es la protagonista de la puesta. «El mundo sin ellos», «El tiempo lo puede todo», «Ha muerto un héroe» y «Homenaje» son las pequeñas historias en las que, desde sus individualidades, “se despliega un universo infinito o entero que clama urgencia de amor, comprensión y un poquito de más entendimiento para con seres venidos a menos”. Las cuatro historias se entremezclan a ratos y luego se tocan apenas y todas están de alguna manera relacionadas: Pupi es el nieto retrasado mental de Cristina, que es vecina de El Rata, cuñado de La China.

A Cristina (Maridelmis Marín), le han entrado unas ganas inmensas por la vida. Por el alcohol, el hielo, los hombres y la vida. Sobre todo después de que su esposo la abandonara por Helena, la Troyana y luego regresara acabado a terminar sus días junto a ella. Que no con ella, pero en su casa. Cristina debe aceptarlo por sus hijos y se echa la casa a cuestas, soportando las condiciones de los hijos y la estúpida teoría de que ya ella vivió su vida y ahora les toca a ellos. No fue por eso que Cristina comenzó a cuidar a Pupi. Fue porque se cansó de ver a Pupi en una esquina de la cuna, sucio y solo y que ya sabía decir su nombre.

Los dos primeros monólogos preparan la escena. Las actuaciones convencen, pero no llegan a fascinar. Presentan a unos personajes que gritan a todo pulmón que no son felices. Lo gritan desde la hediondez de una habitación que contiene toda la inocencia de Pupi y su visión del mundo. O desde la ansiedad con que observan derretirse el hielo de los tragos. El tercer monólogo, «Ha muerto un héroe», interpretado por Carlos Estévez (El Rata), ni fascina, ni convence ni trasciende en lo más mínimo. Es una mera transición entre Cristina y la que será quizás, la historia más interesante de la puesta.

La China lava los blúmers en la azotea del edificio como le enseñara su abuela, y narra su historia mientras restriega duro para quitar el viso de los tirantes de los ajustadores. La China odia a la madre y odia enseñar las tetas en la carretera para comer. Se acuesta con todos, sobre todo con el Tata, en el tanque de agua de la beca, lo único lindo que recuerda La China. Antes de Alberto, claro. Alberto es el hombre más bueno y más limpio que La China ha conocido. Aún así no quiere darle hijos. Suficiente con el que abandonó, harta de no tener con qué alimentarlo y se fue lejos, en un tren que iba a cualquier parte y que la condujo hacia Alberto y a su hermano El Rata, que los espía constantemente y a La China le gusta, o al menos no le disgusta, que viene siendo casi la misma cosa. Y hay que decir que Sheila Roche, en La China, es más que unos parlamentos donde le falla involuntariamente la voz. Es la viva imagen de la degradación, aún con la belleza, que todavía respira entre tanto dolor y ante el pasado, que amenaza con tragársela viva.

Las historias, que han dejado ya de ser cuatro para convertirse en una mezcla indisoluble de la infelicidad de los personajes, llenan la Sala Llauradó hasta la saciedad. Cremata, desde la voz en off, invita a la reflexión, o a la interpretación libre pero mesurada del texto, no vaya a desatarse “otra campaña mediática contra el grupo”, dice y su voz se apaga justo a tiempo para dar paso a la vida, que viene a ajustar cuentas, una vez más, sobre las tablas. 

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