Confesiones de un B-boy cubano

Foto: Ronald Suárez Rivas

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A Carlos Bauta lo han botado de muchos lugares en los que ha intentado practicar, le han dicho en su casa que está perdiendo el tiempo, y hasta se ha lesionado dos veces en uno de sus hombros, pero nada lo ha hecho desistir de bailar.

Bauta es B-boy, o bailador “de piso”, o de breakdance, una danza urbana muy popular en casi todo el mundo, que forma parte de la cultura Hip Hop.

Comenzó hace alrededor de 15 años, dentro de la que estima que sería la tercera generación de B-boys cubanos, en una época en la que todavía no se habían extendido ni las memorias USB, para acceder a los videos, las películas, y poder hurgar en la historia del movimiento.

Sin embargo, asegura que entonces se bailaba mucho más que ahora. “En las discotecas o en las fiestas, empezabas a moverte y enseguida te hacían una rueda. Hoy ya no es así. En la mayoría de los lugares solo se pone reggaetón. Los muchachos nada más que se interesan por el fútbol y por esa música”.

Foto: Ronald Suárez Rivas
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Aunque “el boom” del breakdance en Cuba ya pasó, considera que las competencias patrocinadas por la Red Bull desde hace un par de años, junto a otros eventos como el B-boy es vida, surgido en Artemisa en el 2014, están ayudando a revitalizar el interés hacia el baile.

Él mismo, con su crew (equipo), ha participado en ellas, y aunque no lo dice, es obvio que disfrutaría más ganar el primer lugar en esos torneos, que cualquier otra cosa en el mundo.

Hace poco más de un año trabaja como fotorreportero en el periódico Guerrillero de Pinar del Río, antes fue informático en el Centro Provincial de la Música y asesor de programa en la emisora Radio Guamá, pero su verdadera vocación siempre ha sido bailar.

Foto: Ronald Suárez Rivas
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Fiel a los orígenes del baile, que se trasladan a los barrios neoyorkinos como el Bronx, explica Bauta, el breakdance cubano es una danza de “enfrentamiento”, individual o en equipos, donde vence quien sea capaz de realizar con limpieza los pasos más complejos y originales, y que termina invariablemente con el abrazo de los contrincantes.

Como en la vida misma, en el breakdance, el que imita fracasa.

Foto: Ronald Suárez Rivas
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En los Estados Unidos, donde surgió, y en otras partes del mundo, este baile se ha asociado a los sectores marginales, ¿sucede lo mismo en Cuba?

“Aquí no fue marginado. Nunca se ha visto de esa manera. En Nueva York sí lo era porque lo hacían los negros, los latinos, la gente de los suburbios, no por el baile en sí.

¿Entonces no ha existido rechazo o discriminación hacia quienes practican este tipo de danza?

“Prejuicios como tal no ha habido. Todo lo contrario. “Sin embargo, los padres siempre le tuvieron miedo. En mi caso, y en el de la mayoría de los B-boy que conozco, la familia nunca te apoya, nunca está de acuerdo con lo que estás haciendo. Hay un momento en el que dicen, ‘bueno, que haga lo que quiera’, porque no pueden controlarte, pero lo ven como una pérdida de tiempo, y un peligro de que te vayas a partir un hueso”.

Foto: Ronald Suárez Rivas
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¿Y las instituciones?

“La única que nos ha apoyado es la AHS. Por eso las competencias casi siempre se han hecho en la calle”.

¿Qué condiciones se necesitan para el breakdance?

“Para bailar, lo único que hace falta es música y un buen piso. Lo demás lo ponemos nosotros”.

No es mucho…

“Pero la falta de locales siempre ha sido un problema. Para entrenar tenemos que andar de un lado para otro. Ves un pasillo aquí, empiezas a practicar y te botan, porque piensan que uno está en el ‘invento’, y tienes que irte para otro lado. Afortunadamente, desde el año pasado, la directora de la secundaria básica Carlos Ulloa nos deja hacerlo en su escuela”.

Foto: Ronald Suárez Rivas
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Para los movimientos de poder que realizan, se necesita una preparación rigurosa…

“Cuando hay competencia descansamos los domingos. El resto del tiempo, entrenamos diariamente, de cinco de la tarde hasta las ocho de la noche.

“Todo ese tiempo estamos practicando. A veces uno quiere hacer una mortal de espalda y tiene que probar 100 veces, hasta que salga”.

Si no hay un beneficio monetario, ¿cuál es el objetivo de tanta dedicación?

“En esto no hay recompensa. Uno lo hace porque lo ama. En el momento en que ganas un “enfrentamiento”, te sientes como un atleta cuando le ponen la medalla en el pecho. Supongo que a los B-boy de otros países les suceda lo mismo, pero si además tienes un beneficio material, la satisfacción debe ser doble. Aquí, en Cuba, lo hacemos netamente por amor”.

Foto: Ronald Suárez Rivas
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Con las carencias materiales que suelen matizar la vida del cubano, ¿cómo se las arreglan con el calzado, la ropa, los medios de protección?

“Con mucho sacrificio, porque nadie nos da nada por esto. Pero siempre, al final, se baila. A veces con tenis rotos, con ropa remendada. Entre los B-boy no se critica a nadie por esos detalles”.

Con 29 años cumplidos, Bauta reconoce que ya no es tan joven para este tipo de danza. “Hay movimientos que me encantan, pero que ya no hago porque me he lesionado dos veces en un hombro y tengo miedo de que me vuelva a pasar”, dice.

No obstante, advierte que la relación con esta cultura no termina cuando, por ley de la vida, las fuerzas empiezan a flaquear.

“No solo se trata de bailar. También es estar pendiente de los eventos y continuar vinculado a esta especie de hermandad. Uno practica mientras el cuerpo responda, pero sigue siendo B-boy hasta que se muere”.

Foto: Ronald Suárez Rivas
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