Danza Contemporánea de Cuba y el síndrome de “Nothing happen today”

Foto: Cortesía de Danza Contemporánea de Cuba

Foto: Cortesía de Danza Contemporánea de Cuba

El 4 de julio de 1776, el rey Jorge III de Inglaterra, anotó en su diario: “Nothing happen today”. Ese día, del otro lado del océano, las colonias americanas declararon su independencia de la Corona británica y desde entonces, cada 4 de julio, Estados Unidos celebra su Día de la Independencia. Si las tecnologías de la comunicación en aquel momento hubieran sido otras, habría que ver si el rey hubiera tenido tiempo y cabeza para sostener una pluma. Por eso también en pleno siglo XXI resulta imperdonable que un suceso anunciado, como el aniversario de la fundación de Danza Contemporánea de Cuba (DCC), celebrado con un estreno mundial y la reposición de tres obras espectaculares, pase casi inadvertido. Como si al día siguiente de concluida la temporada los medios periodísticos del país se hubieran puesto de acuerdo para escribir entre líneas aquella frase que vista fuera de contexto parece una pura ironía, o idiotez: “Nothing happen today”.

Si el personal de DCC hubiera permitido que el “puñetazo” le afectara, el director Miguel Iglesias hubiese tenido que cerrar la compañía hasta año nuevo, debido a la epidemia de lesiones por estrés, ahora de moda en el universo de la danza. En lugar de eso, el conjunto de sólidos artistas retornó a sus salones de siempre para trabajar más duro, y en una pieza diferente a las que acababan de bailar en la temporada del Teatro Mella.

El esplendor musical de Carmina Burana puede tragarse cualquier complemento artístico, porque se basta por sí solo para elevar al espectador a un paraíso. El propio autor de la música, el alemán Carl Orff, era consciente de haber logrado una pieza abrumadora, en tal medida, que le ordenó a su editor destruir todos sus trabajos previos. Por fortuna, aquel señor incumplió el encargo pero el compositor consideraba esta obra como el inicio real de su carrera. El gran mérito del coreógrafo Georges Céspedes radica en haber concebido una pieza digna para tal partitura, una creación que congela los relojes y le muestra al espectador una versión de la vida de principio a fin.

Cuando DCC estrenó su Carmina Burana en México, recibió el más alto galardón de las artes escénicas de ese país, el Premio Luna, en 2009, mientras en otras categorías ganaban el lauro Plácido Domingo, Madonna, Manu Chao, Miguel Bosé, Joan Manuel Serrat, la banda de rock Café Tacuba y el bailarín Joaquín Cortés.

Desde entonces regresa a menudo como invitada al Auditorio Nacional, a reponer la coreografía que según Céspedes, lo convirtió a él en hipertenso, pues la hizo por encargo en solo 22 días, invirtió sus horarios de sueño y la tensión no le permitió disfrutarlo como hasta la quinta puesta.

La comunión entre los planos físico y espiritual parece ineludible en una pieza que apunta a desgarrar el alma de cualquiera, y los bailarines lo asumen con fuerza y convencimiento.

George Céspedes. Foto: Gil Garcetti
George Céspedes. Foto: Gil Garcetti

Carmina Burana es una oda a la vida del hombre en este mundo. Habla un poco de la guerra, del amor. A mí a la hora de crear me atrae el mundo intelectual, porque todo parte de imágenes y a partir de ellas yo voy a la herramienta que necesito, espiritual o física, pero generalmente hay un intelecto que se conecta con una parte emocional y nos lleva a lo físico. El instrumento final es el cuerpo”, dilucidó el coreógrafo.

George, cuyo padre es de profesión físico y su madre química, aunque dice que en su casa apenas se mencionaban esas materias habla con cierta familiaridad de matemáticos como el griego Pitágoras, el italiano Fibonacci, y no puede ocultar su atracción por la filosofía griega, en especial le llama la atención Anaximandros, quien veía lo infinito en el origen de todas las cosas.

“La matemática es una gran herramienta, siempre y cuando la sepas utilizar, incluso para la vida puede ayudar mucho. No todo es matemático pero todo se puede calcular, y de ese modo es más fácil para cantidad de gente, porque hay que pensar menos”, afirma este joven autodefinido como “el tipo más antisocial de la galaxia”.

Céspedes asegura tranquilamente que no siente apego por nada, ni por sus propias obras. Ese punto de vista puede que le ayude a sentir menos dolor que los demás, como él dice, pero ¿cómo entender entonces su hipertensión y el insomnio, y su constante preocupación en los ensayos por las cualidades de los movimientos y el impulso de encaramarse sobre una silla para guiar a todos los bailarines como un director de orquesta?

“La coreografía no es mi vida, ni yo muero por la coreografía, ella es simplemente un lenguaje. La gente escribe libros, yo hago coreografías. Algunos dicen con palabras te quiero mucho, yo hago tres movimientos para decir lo mismo”, explicó este joven cuyos proyectos futuros son no irse de Cuba y morirse después de sus padres.

A los 19 años de edad, George quiso experimentar con la gestualidad y la Escuela Nacional de Ballet le abrió sus puertas, le sirvió de laboratorio para probar ideas. Allí surgió Como las hormigas, la primera pieza reconocida, que incluso llegó a presentarse en Venezuela.

Después daría forma a otras obras como El Periódico y Por favor, no me limites, una creación con la que en 2002 recibió el Premio Iberoamericano de Coreografía. Curiosamente, dos años después obtuvo una mención en el mismo certamen con una pieza superior, La ecuación.

Sin embargo, no podrá obviar nunca en su carrera dos creaciones por encargo: la trilogía que conforman Mambo 3XXI, Identidad a la -1 y Matria Etnocentra, así como Carmina Burana, ese colosal espectáculo al que no le falta nada. Contiene solos, dúos, tríos, cuartetos, quintetos, sextetos, septetos, un cuerpo de baile arrollador, un vestuario sobrio con motivos medievales y un diseño de luces en función de catapultar la intensidad.

Para completar el elenco, la producción incluye 68 músicos, un coro de 100 voces, 35 niños cantores y tres cantantes de tesituras específicas: un barítono, una soprano y un contratenor. Este año, como invitado de la compañía regresó el bailarín estadounidense Rasta Thomas, alguien cuya afabilidad le permite integrarse como uno más.

La más reciente puesta de Carmina Burana ocurrió el 8 y 9 de octubre en el Auditorio Nacional de México, la principal plaza de espectáculos en ese país, con capacidad para 12 mil espectadores. La puesta involucró un telón de fondo de pantallas LED, y una más pequeña circular en el centro, donde proyectaron un video de contenidos diversos, desde el origen del universo y parte del acontecer actual en una calle cualquiera hasta la posible destrucción de todo lo que conocemos.

En Carmina, al compás de la desgarradora música de Carl Orff, los bailarines disimulan el dramatismo interior para integrarse a la coralidad como un deber, un inevitable para todo habitante de un templo. Y en realidad, de templos está lleno el planeta, bajo múltiples denominaciones y estilos, pero a George Céspedes le interesan los seres humanos, lo que tienen dentro, así que con sumo placer incursiona en ansiedades internas y plantea escenas con una sensualidad hermosísima. Una vez más, la compañía derrocha virtuosismo y las ejecuciones técnicas de las mujeres incluyen idénticas secuencias a las de los hombres, más cargadas de muy diversos tipos, realizadas con naturalidad por ellas, con la férrea voluntad de eclipsar cualquier distinción por género.

Foto: Cortesía de Danza Contemporánea de Cuba
Foto: Cortesía de Danza Contemporánea de Cuba

Otra decisión merecedora de realce en esta coreografía es el diseño en el espacio, porque influye en la dinámica, sufraga el énfasis emocional. Esta puesta no lograría el mismo efecto sin ese trazado.

Por último, no puedo dejar de notar que diversas agrupaciones danzarias y musicales cubanas van a cualquier lugar del mundo, a escenarios de segunda a sexta categoría, y a su regreso a la isla arman un aspaviento de Olimpiada. DCC por su parte, tiene un espectáculo colosal como Carmina Burana que se acaba de presentar ante 12 mil espectadores en el Auditorio Nacional de México y cultiva un repertorio in crecendo de obras contundentes, mantiene un nivel técnico incuestionable, ha sido la única compañía danzaria cubana invitada a bailar en el Teatro Real de Madrid, pues en España relegan al resto a escenarios de inferior categoría. Pese a tantos méritos, Danza Contemporánea de Cuba nunca recibe vítores, ninguna cámara los va a esperar al aeropuerto, ni la prensa se hace eco de sus logros en grandes escenarios de verdad.

En una época tan materialista cuesta creer que alguien -persona o entidad- pueda concentrarse solo en la satisfacción espiritual íntima para salir adelante, aquí no queda más remedio. Y claro que el trabajo constante solidifica la técnica pero el alma de DCC es su actitud, esa mirada felina que intimida cuando se tiene de frente a los artistas, y que según el director Miguel Iglesias para él deviene esencial en un bailarín.

Para tener una idea más completa de la compañía, a esa actitud escénica el espectador debe adicionar lo que una tarde del presente mes esta reportera pudo comprobar tras bambalinas durante un ensayo en la sede de la institución. Carmina Burana se bailaba “a full”, como suelen decir los bailarines cuando algo se ejecuta con la intensidad correspondiente, incluso con el vestuario. El ensayo concluyó y con la mayor naturalidad del mundo; los bailarines se secaron el sudor y se cambiaron de ropa. Nadie aguardó para comentar, mucho menos alardear de ninguna de las tantas frases espectaculares que acababan de articular con los cuerpos. Para ellos mismos fue “Nothing happen today”. Esa actitud adicional, sin dudas, salva al conjunto pues lo abstrae de ignorancias y le permite volar siempre más lejos.

Foto: Cortesía de Danza Contemporánea de Cuba
Foto: Cortesía de Danza Contemporánea de Cuba
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