El estreno

A Grettel Morejón Grueiro, bailarina principal del BNC

Los dedos te sangraban. El satín descubría la mancha roja y el dolor, pero el peso de tu cuerpo caía una y otra vez sobre tus dedos imponiéndose al lamento, porque te habían dicho que debías ser fuerte, que con el tiempo dejarías de sangrar. Y luego caías rendida sobre el tabloncillo incapaz de mover un músculo, alejando temerosa las zapatillas de tus pies, como si te asustara ver lo que habías hecho contigo misma. Como si la sangre fría te diera miedo, porque sabías que el dolor desgarrador comenzaba justo cuando te detenías y cubrías tus pies con otro calzado.

Pero solo tenías diez años, desconocías el mundo y no debías quejarte. Permanecías con ellas la mayor parte del día, porque desterrabas el sufrimiento a la noche. Esa que te llegaba aun ejercitando tu cuerpo e imaginándote Odette-Odile, Swanilda, Aurora, Kitri, tú querías ser todas. Y lo has sido. Hace apenas unos días en la fría Europa has sido una muchacha feliz y un cisne blanco y uno negro. Has hecho, como cuentan los balletómanos, 32 fouettes perfectos y recorrido el escenario sin fallar de una punta a la otra haciendo baquitas. De esa forma, casi siempre, resumen el ballet quienes saben muy bien censurar el fallo. Quienes dictan que más allá de tu gracilidad, la manera en que colocas tu danza, la suavidad de tus brazos, tu precisión técnica, más allá de eso, tus baquitas y fouettes no pueden fallar. De lo contrario dirían que aún no estás preparada para estrenar El lago de los cisnes en ninguna parte del mundo.

Porque Grettel, en la vida hay momentos que te definen para siempre. La primera vez, el primer hijo, el primer libro, la primera pérdida, o el estreno de un personaje. Así le sucedió a Alicia, el 2 de noviembre de 1943, cuando debuto como Giselle. Pero yo no quiero hablar de Alicia. Sino de ti y cómo reíamos al verte frente al espejo ensayando el momento de la locura de Giselle. Lo hacías a menudo. Demostrabas una obsesión enfermiza, como los locos cuando repiten incesantemente la misma frase, pero debía ser así, porque la danza necesita de la locura. Y eso lo sabes.

Hay que estar un poco loco o desear algo sobremanera para aguantar tanto dolor desde tan temprana edad, o dejar de ir a la playa porque tus músculos se relajan, o perderte las celebraciones porque al otro día tienes ensayo, o acostumbrarte a comer en pozuelos tirada en el primer rincón que aparezca o a no comer porque no te dio tiempo entre ensayo y ensayo, o llegar a los 24 años sin haber dado un beso porque posponías esa otra forma de vivir, o no tener fines de semana, o a decir que no tuviste infancia porque la tuya transcurrió en un salón rodeada de barras y espejos, en lugar de niños y juegos, o a llegar a la casa tarde y madrugar cada mañana, o a asimilar las incansables exigencias de las profesoras de ballet cuando una cree que no das más. Definitivamente debes querer con cierta locura para hacer tantas concesiones desde los 9 años.

Pero o has estado loca por 20 años o, como lo creo, nada te define mejor que el ballet. Y a pesar de las penurias, de las mallas repletas de suturas, los leotares casi transparentes de tanto lavarse, o las miles de zapatillas reconstruidas, hoy eres bailarina principal del Ballet Nacional de Cuba (BNC) y te estrenas en España. Hasta hoy sigues bajo las alas de Alicia Alonso, cuando casi todos tus amigos se cansaron del BNC y viven regados por el mundo. Y hasta hoy, creo yo, a pesar de que ya fuiste Odette-Odile, deseas ser esa campesina romántica que enferma y muere muy joven.

Porque como te escribí antes, en la vida hay momentos que nos definen. Y no dudo que el tuyo sea al convertirte en Giselle.

Foto: Gabriel Dávalos

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