El retorno de Alihaydée Carreño a Cuba: una clase de arte

Alihaydée Carreño junto a Yanier Gómez durante el espectáculo Romance Latino en Cuba / Foto: Martha Sánchez

Alihaydée Carreño volvió a actuar en Cuba para reafirmar su clase de primera bailarina. Aunque si le preguntan a ella, bailó para darse un gustazo, mimar a viejas amistades, sentir el calor de su casa.

La presencia de esa diva del ballet en una gala musical, este 20 y 21 de septiembre, atrajo a una pléyade de admiradores al Teatro Mella, pese a no ser un espectáculo promocionado. La multitud gozó su acierto pues la artista se adueñó del escenario durante las cuatro canciones que acompañó. De 32 solo cuatro, mas bastó para retener hasta el final a un pueblo ansioso.

“Ven al Festival”, suplicaban admiradores al término de cada gala, mientras la bailarina respondía con gestos de angustia e impotencia. Ella quisiera.

La otrora primera figura del Ballet Nacional de Cuba (BNC) demostró que no hay papeles pequeños si el talento es grande y un torrente de amor le adorna. Alihaydée asumió dos baladas, un tango y un merengue con la misma presteza de una Giselle, una Diana o una Odile en El lago de los cisnes. Bailó en puntas con el arrojo de su generación, con actitud de loca, esa prestancia y entrega que en la actualidad escasea.

El mínimo espacio de escenario que dejaba la orquesta del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) no le impuso límites. Más de uno temió por su vida cuando se dispuso a ejecutar una ronda de rápidos fouettés (giros sobre una punta con impulso de la pierna contraria), en tanto ella le sonreía al destino. Alihaydée pertenece a la corte de las que salen siempre a comerse el escenario, por eso brilla, enardece, encanta.

Cuesta olvidar la última presentación de la Carreño como parte del BNC. El único pas de deux que le habían programado en el Festival Internacional de Ballet de La Habana de 2004, resultó un milagro. El disco con la música de El corsario se quebró apenas salió la bailarina a escena por primera vez junto al argentino Leonardo Reale, del Ballet del Teatro Colón de Buenos Aires. Por voluntad de la cubana, ajena al proceder internacional de pedir el cierre de las cortinas, los bailarines continuaron como si nada. El sonido se extinguió completamente y ella, que guía los giros por los compases musicales, perdió la noción del tiempo. Sus fouettés superaron ampliamente la cantidad convencional. Los bailarines detrás del telón esquivaron los nervios tarareando la música a cuanto daban las gargantas; y corrieron lágrimas en lugar de cortinas.

La generación de la Carreño tuvo el privilegio y el desafío de sustituir a la fundacional del ballet cubano cuando las Odettes, Kitrys, Swanildas y Giselles dejaron de llamarse Alicia, Josefina, Mirta, Loipa, Aurora, Marta, María Elena, Ofelia, Amparo y Charín. En la década del ’90 del siglo XX, fueron tomando los nombres de Alihaydée Carreño, Lorna Feijóo, Galina Álvarez y Viengsay Valdés, en ese momento la más joven y la única que queda dentro del conjunto nacional. Entonces era un reto bailar, porque el hecho sometía a la presión de las comparaciones con alguna antecesora cuyas zapatillas aún guardan el olor a pez rubia del escenario. Pero la tensión templó la resistencia y el ímpetu en favor de cantidad, calidad y alma. A base de fuerza conquistaron el corazón de un público que aún les responde.

Carreño lleva 7 años en el Ballet de República Dominicana, donde combina el estilo clásico con el neoclásico y el contemporáneo, además protagoniza obras concebidas como espectáculos musicales modernos. Con una mente muy abierta a la variedad en la danza, puede preciarse de poner de pie a la audiencia cada vez que regresa a bailar en Cuba. Lo consiguió el 10 de octubre de 2009 cuando bailó una Giselle junto al Ballet de Camagüey en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana y estas dos noches en el Mella, dentro de la Gala titulada Romance Latino en Cuba, que unió a artistas nacionales con otros de República Dominicana, Venezuela y Puerto Rico.

Para la ocasión, Alihaydée invitó al bailarín clásico Yanier Gómez a compartir el escenario en tres de las piezas. La sólida base de ambos con punto de partida en la escuela cubana de ballet permitió la identificación; pese a la diferencia generacional. Gómez pareció más un príncipe clásico que un bailador común, su porte y limpieza de trabajo lo hacen ideal para los puestos cimeros de una compañía de ballet. Tras graduarse de la Escuela Nacional en 2007 con un Grand Prix en el concurso del año, el joven transitó desde el cuerpo de baile hasta los principales papeles en la compañía que hoy dirige Alicia Alonso.

A fines de 2012, Yanier solicitó la baja legal del conjunto para acumular experiencias en otras instituciones danzarias y ha sufrido consecuencias peores que quienes abandonan el BNC durante giras en el extranjero, algo que bien pudo haber hecho en cualquiera de sus 18 viajes como miembro de la compañía. El joven integró el elenco de Prodanza hasta hace unas semanas pues su directora, Laura Alonso, por petición de la madre, Alicia Alonso, echó a Gómez a la calle sin justificación disciplinaria o laboral. La expulsión le dejó sin opciones dentro de su propia casa, a menos que huya a otra provincia o país.

Carreño, que vivió en carne propia injusticias similares y cierto día se quedó sin bailar El lago de los cisnes con una compañía cubana porque Alicia Alonso lo disponía, además de no estar invitada a ninguno de los Festivales Internacionales que centraliza el BNC, fue valiente otra vez, solidaria y una maestra.

“El ballet ha sido mi vida, se la he dedicado entera, desde niña, y creo que sin él no pudiera existir”, me comentó a los 31 años de edad, días después de pedir la baja del BNC en 2004, tras serios maltratos. Cualquiera que la vea en escena sabrá valorar su honestidad.

Entre las lecciones que ofrece ahora en plena madurez no pueden obviarse dos: las bailarinas que ponen alma en cada gesto alcanzan niveles superiores en la memoria del espectador y la maestría se cultiva desde lo profundo del corazón y durante años de trabajo.  Carreño bailó por encima de la técnica, y bailó con ella, además de con musicalidad y sencillez. Tan solo su apellido enuncia una dinastía en la danza que ha venido a representar orgullo de Cuba ante el mundo. El primo José Manuel Carreño es actual director del Ballet de San José, en San Francisco, Estados Unidos, mientras el hermano de este, Joel, ostenta el rango de primera figura del Ballet Nacional de Noruega. Sin embargo, él y su esposa Yolanda Correa, artista de la misma categoría, a pesar de salir legalmente de la isla por contrato de trabajo, no han podido bailar más en el país natal, a donde vienen de vacaciones todos los años.

El tío Lázaro Carreño terminó su carrera como primer bailarín en el BNC, igual que el padre, Álvaro, y la madre, Haydée Delgado, ambos solistas que decidieron unir los nombre para bautizar a la hija.

Alihaydée, nombrada primera bailarina a los 23 años de edad, fue una Giselle prodigiosa, un Cisne Negro hipnotizante y una Carmen capaz de seducir a un pueblo. Pocas personas tenemos la dicha de alcanzar segundas oportunidades en la vida, ella la tuvo para bailarle a su pueblo, y el público que más la ama en el planeta también, para disfrutarla. Si esa posibilidad llegase a otros bailarines cubanos, cuán dichosos seríamos.

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