Programa sobre danza de la TVC que no discrimina a los artistas que trabajan fuera de Cuba

La presencia en la televisión cubana del programa La danza eterna alimenta una pasión en esta isla del Caribe conocida en el mundo casi tanto como las compañías nacionales de mejor factura. La visita a Cuba de The Royal Ballet en 2009 y del American Ballet Theatre en 2010 permitió a cadenas de gran teleaudiencia como BBC transmitir hacia distintos puntos geográficos el fervor de un pueblo que sabe degustar danza y añora mayor variedad de obras, estilos y compañías.

El espacio del Canal Educativo conmueve porque sus propuestas presentan valores imperecederos para neófitos y conocedores del arte. Desde obras históricas que el espectador quisiera revivir una y otra vez hasta coreografías poco vistas o nunca estrenadas en los teatros cubanos. Además de las puestas que por su antigüedad no hubiesen llegado a las nuevas generaciones de otro modo, la mayoría protagonizada por profesionales de excelencia.

Como valor añadido, el programa muestra criterios de bailarines, maestros y coreógrafos nacionales y foráneos mediante entrevistas realizadas por el conductor del espacio, Ahmed Piñeiro Fernández, filólogo y especialista del Museo de la danza.

El mérito de conmover con artes danzarias no es desdeñable en un pueblo con un nivel de escolaridad promedio de noveno grado. En esta isla de sol y palmeras, muchos dedican al ballet el mismo entusiasmo que al beisbol, deporte nacional. El impulso proviene de un cultivo abonado durante décadas por los forjadores de la escuela cubana de ballet cuyo prestigio comenzó a crecer en el planeta en la década de los 60, del siglo XX, dentro de una Revolución en el país que alcanzó todos los ámbitos.

La voluntad de los fundadores del Ballet Nacional de Cuba (BNC) entonces multiplicó vías de enseñanza. Alberto Alonso moldeó coreografías con temas de la identidad cubana, sobre mujeres y hombres de la calle con virtudes y defectos comunes en la isla. Mientras el entonces director del BNC, Fernando Alonso, y la gran primera bailarina que fue Alicia, involucraron a sus compañeros de institución en la labor de cultivar la apreciación del ballet dentro de clases sociales como la obrera y la campesina, relegadas en gran número de países. Las presentaciones en fábricas, asentamientos campesinos y otros espacios humildes, sembraron semillas que todavía ofrecen frutos dentro de las escuelas de arte y los auditorios de los teatros.

Piñeiro, profesor del Instituto Superior de Arte y la Universidad de La Habana, siente un alto grado de compromiso con ese proyecto y lo materializa desde hace 10 años con La danza eterna, un programa con el cual desea acercar a todos a la danza, espantar miedos e incitar al disfrute, según refirió. “Quiero mantener la tradición iniciada por Alicia y Fernando Alonso de que el ballet lo puede disfrutar desde un campesino hasta un catedrático”, certificó el creador, guionista, conductor y realizador del espacio próximo a su emisión número 500.

La colaboración de amigos de adentro y fuera de Cuba y la generosidad de muchos colegas avivaron la realización del espacio. Aunque  ninguna satisfacción para Ahmed supera a la del reconocimiento de la gente en la calle, el grito del hombre que desde un camión de la basura le alagó con un simple “Danza eterna!” y las numerosas personas de la tercera edad que le agradecen el programa por la oportunidad de regresar a los teatros, de superar barreras como la falta de salud, la escasez de transporte, iluminación pública y otros contratiempos que dificultan la asistencia a espectáculos en vivo.

El espacio dirigido en la actualidad por Noemí Cartaya multiplica sus valores en un país donde las dificultades comienzan por la condición de isla y continúan por el peso de las decisiones políticas en favor de la soberanía de la nación. Este conjunto de circunstancias y disposiciones le llevaron a enfrentar durante más de 50 años hasta hoy un bloqueo económico y cultural.

Los amantes de la danza dentro de Cuba sufren también las trabas internas que convierten actividades como el turismo en una práctica de pocos privilegiados. Los salarios estatales equivalentes a 20 cuc mensuales (promedio expresado en pesos convertibles cubanos) borran de los planes de vida oportunidades de ocio como las de desplazarse a algún sitio distinto al de residencia con la finalidad de disfrutar de un espectáculo o conocer una compañía o artista.

A la par, los costos y la burocracia levantan vallas para los conjuntos cuando intentan plantearse giras interprovinciales. En este contexto, La danza eterna devino ventana para el público y espacio de difusión para compañías nacionales como Danza Contemporánea de Cuba, Codanza, Danza del alma y Endedans, por solo citar algunas cuyas obras se muestran en televisión menos que las de ballet.

De manera implícita, el programa ha defendido la cubanía y a los cubanos como una unidad, sin discriminaciones por lugares de residencia o institución de trabajo. Gracias a esta voluntad, el pueblo ha podido disfrutar de su historia tal cual, sin omisiones, y al margen de lenguajes tecnicistas, pues Piñeiro no se propone enseñar léxicos como los del ballet o la música, que requieren años de estudio y entrenamiento, sino nutrir almas con auténtico arte. En consecuencia, dentro de su espacio televisivo ha resaltado la danza como arte y como punto de renacimiento para bailarines y espectadores.

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