Puntas ilusorias de una nueva era para el ballet

Las zapatillas de punta acarician la virtualidad como lógica consecuencia del romance entre sociedad y tecnologías que modulan el planeta en el siglo XXI. Quienes no tienen acceso tampoco pueden ignorarlo, observan, algunos con brazos cruzados de expectación, otros de impotencia. Para nadie es un secreto que la economía, la política, la cultura, el poder, también son virtuales, y esta cualidad se configura como tirana de los antiguos formatos en muchos campos.

Coreografías hechas especialmente para ser vistas en móviles, filmaciones de obras clásicas en 3D y escenografías virtuales, son ya una realidad. Las tecnologías incrementan las opciones de escenarios y reducen esfuerzos y costos como el de almacenamiento de la utilería de las gigantescas producciones, así como los traslados de un sitio a otro del planeta.

Pronto una copiosa escenografía no será excusa para desplazar entre países y continentes manufacturas como las de La bella durmiente, Manon o La bayadera. Bastará con la simple traslación de los artistas. Y tal vez, solo de los principales, pues los cuerpos de baile podrían cubrirse con bailarines virtuales. En breve, llegaremos a una función donde el programa de mano servirá además para informarnos sobre qué bailarines serán de carne y hueso. No pocas personas considerarán esto un atentado al arte, pero de que será posible… Las escenas de Matrix dejaron de ser un delirio hace terabytes de días, ¿cuánto del guión de los hermanos Wachonski se filtra a la contemporaneidad? ¿Alguien puede dar respuesta precisa?

A estas alturas tampoco quedarán dudas de que el ballet es un mercado como cualquier otro y mientras una forma genere dinero la reproducción acontecerá casi como un derivado natural.

Más allá de la complejidad propia de la danza clásica, un arte considerado anti anatómico por sus exigencias, la creación y mantenimiento de una compañía atraviesa no solo por contar con excelentes bailarines; sino con vestuarios y escenografías de calidad, entre otros ingredientes de una puesta en escena. La producción de una obra de ballet puede costar fácilmente más de 10 mil dólares, por mencionar una cifra modesta. Algunas producciones brillan más que los bailarines, y los espectadores asisten a una puesta por el mero placer de recrear la vista.

El traslado de las piezas de una región del mundo a otra cuesta según el espacio, el peso y la distancia geográfica a recorrer. Durante décadas, una gran cantidad de producciones se han perdido por defectos del almacenamiento o imprevistos como ciclones, inundaciones o incendios. Estos contratiempos serán historia antigua con la suplantación de tecnologías analógicas por virtuales.

Sin embargo, los nuevos recursos escenográficos demandan una nueva clase de diseñadores. Y como en la plástica una especie de pintores digitales va sustituyendo a los tradicionales de brocha, con paletas cuya amplitud está limitada solo por la cantidad de variantes ofrecidas por cada software.

Las escenografías digitales introducen otras lógicas también efectivas. A principios del siglo XXI, la tecnología acaricia con mayor poder de seducción cada una de las artes. Una de las grandes compañías del mundo, el Ballet Mariinsky de San Petersburgo ya produjo dos filmaciones en 3D y las obras seleccionadas -Giselle y Don Quijote- constituyen cartas de triunfo que no llevan por gusto el calificativo de clásicos.

El hecho, aún en ciernes, pero nada despreciable cuando se tiene en cuenta que la última filmación en esta clase de formato fue realizada por el célebre director de cine James Cameron junto al mismo equipo que le ayudó a producir Avatar y La vida de Pi; y eligieron experimentar nada más y nada menos que con El lago de los cisnes, arroja algunas perspectivas. La primera de ellas es una realidad desde hace siglos, advertida y narrada por innumerables teóricos de la comunicación: la tecnología cambia modos de apreciar y nuevas recepciones conllevan a nuevas creaciones sobre lo ya conocido. La diferencia entre el pasado y el presente es la agilidad con que las actuales tecnologías transforman todo.

A quienes crean que las élites patrocinadoras de las artes “puras” defenderán la “pureza” les recuerdo que generaciones de infantes hoy crecen en ambientes virtuales o mediados por aparatos cuyas lógicas o funcionamientos conducen a la virtualidad. Lo que hoy es raro para algunos adultos resulta absolutamente normal para esas generaciones amantes y hasta cierto grado dependientes de lo digital.

Claro está, no todos los que quisieran pueden tomar de la mano estas tecnologías por un montón de razones diversas, la mayoría económicas, pero igualmente se verán obligados a cuestionar y estudiar opciones que en poco tiempo serán también económicas y ventajosas desde otros puntos de vista.

Las compañías, entendidas como empresas, deberán comenzar a replantearse qué imagen quieren dar de sí mismas y qué espectáculos proporcionar a los espectadores. Algunas como el Ballet Nacional de Cuba deberían tal vez comenzar a valorar el colectivo y no el culto a una única figura como imagen distintiva de una empresa que fácilmente puede sucumbir cuando la figura –por ley de la vida- no esté, pues a las audiencias no se les ofrece un espectro variado de imágenes sólidas y distintivas de una marca.

Sin lugar a dudas, la buena danza se impondrá en cualquier época, y como advirtió la aguzada crítica de ballet Ismene Brown todavía serán necesarios el uso de objetos tan elementales como tronos para que los reyes de las antiguas historias se sienten, pues todavía la tecnología hay áreas que no reemplaza. Todavía, pero por si acaso, no lo pierda usted de vista o algún día regresará a su casa sin haberse percatado de que el teatro donde disfrutó de una puesta excelente era por entero una creación virtual.

Aquellos que no tenemos acceso a este tipo de realidades podemos tal vez empezar por creer en ellas, como un recurso para que el presente inmediato no nos asalte por sorpresa y podamos ser sujetos activos –hasta donde las condiciones y circunstancias lo permitan- en este mundo virtual que se nos integra.

Foto: Gabriel Dávalos
Imágenes contemporáneas de bailarines impresas en vallas y situadas en una avenida principal de Cuba invitan a reflexionar sobre su tiempo / Foto: Gabriel Dávalos
Imágenes contemporáneas de bailarines impresas en vallas y situadas en una avenida principal de Cuba invitan a reflexionar sobre nuevos tiempos / Foto: Gabriel Dávalos
Foto: Gabriel Dávalos

En la foto de portada: El teatro Mariinski preparándose para trasmitir ballet en directo y en 3D por-primera vez para espectadores de varios países del mundo

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