¿Quiénes podrán ir al Gran Teatro de La Habana?

Alicia Alonso / Foto: David Garten

Alicia Alonso / Foto: David Garten

El Gran Teatro de La Habana (GTH) está a punto de reabrir sus puertas luego de una restauración capital. Ha sido renombrado para inmortalizar a una gloria de la cultura cubana y mundial, Alicia Alonso. Muchos se enfocan por estos días en sus valores estéticos, en la apariencia esplendorosa de este edificio ecléctico en su enclave donde todavía persisten muchas ruinas arquitectónicas. Y ojalá dure mucho esta belleza.

Pero en estos días también hay que hacer notar que a partir de su reapertura al público en los próximos días parte del legado de la prima ballerina assoluta de Cuba entrará en peligro de derrumbe.

Lo que Alicia nos ha dejado no termina en los escenarios ni en los salones de enseñanza del ballet. Parte de su legado es también el público que acompaña la danza en este país, celosamente, y que tendrá que reconsiderar o reprimir su afición con el nuevo precio de 30 pesos en moneda nacional para Platea, 25 primer y segundo balcón y 10 para Tertulia y Paraíso.

Sí, es cierto que ese monto, convertido a dólares según el cambio de CADECA resulta casi irrisorio: 30 pesos es equivalente a 1.50 CUC aproximadamente, (cerca de 1.20 dólares). Pero 30 pesos también son casi dos días de trabajo de un empleado estatal cuyo salario promedio es 584.

Foto: Rafael de la Osa
Foto: Rafael de la Osa

Justamente contra esto lucharon Alicia y su primer esposo, Fernando Alonso, desde que fundaron la compañía nacional en 1948. Al principio no tenían recursos, pero en cuanto pudieron concedieron becas de estudio a las niñas con talento y cuando triunfó la Revolución de 1959 y el gobierno le manifestó todo su apoyo para una empresa artística mayor, por supuesto que pensaron en grande. Entre los problemas que debían superar estaban la escasez de bailarines varones y la carencia de público.

¿Para quién se baila? Fernando fue el primer director del hoy Ballet Nacional de Cuba (BNC) hasta su divorcio con Alicia en 1975, cuando sus vidas tomaron caminos relativamente separados, y lo digo así porque pasara lo que pasara ambos se mantuvieron vinculados con pasión y mucha energía al mismo arte y en el mismo país. Algo de lo que siempre se enorgullecieron los dos en cada entrevista, y Alicia todavía lo hace, es de la manera en que forjaron el público amante del ballet.

Con el triunfo de una Revolución popular el factor económico se había resuelto, por voluntad del nuevo Ejecutivo. La cultura sería accesible al pueblo y los precios de entradas a cines, museos, teatros, estadios, fueron simbólicos. Pero la medida no garantizaba que las instalaciones se llenaran y en el caso de la danza conspiraban muchos prejuicios sociales que aún golpean el desarrollo del ballet en América Latina.

Foto: Rafael de la Osa
Foto: Rafael de la Osa

Alicia y Fernando estuvieron de acuerdo: se lanzaron a las fábricas, los talleres, los campos, a las montañas y los poblados intrincados, a captar a niños con aptitudes en la Casa de Beneficencia Nacional (orfanato), a bailar ante obreros, mecánicos, técnicos, campesinos, gente común de pueblo y tuvieron éxito, tremendo éxito.

Los teatros se llenaron y en especial el Lorca, como le llama el pueblo de la capital cubana al Gran Teatro, sede escénica del BNC desde 1960. La sala principal, donde siempre se presenta la compañía, se denomina y continuará llamándose Federico García Lorca. Allí el público superó en número la cantidad de butacas, las colas por entradas llegaron a durar días en algunas temporadas y las buenas bailarinas llegaron, inconscientemente, a generar clanes, hordas de fanáticos que las veían a todas; las comparaban sin piedad muchas veces pero las adoraban.

Ese público que salía de la fábrica directo para una función de teatro está amenazado, sobre todo si tenemos en cuenta que gran parte de aquel auditorio pertenece actualmente a la clase de jubilados y vive de una pensión de 150 pesos al mes, en moneda nacional, como promedio.

Recuerdo al viejo Simón, que sin importar su lugar en la cola, siempre compraba entradas para la Tertulia, porque allí había visto todo lo que le parecía grande e insuperable: a Alicia debutar en Carmen, a Josefina Méndez en El lago de los cisnes, el primer Quijote de Rosario Suárez, Charín, y tantas Giselle de la Alonso.

Foto: Rafael de la Osa
Foto: Rafael de la Osa

Simón acudía a la Tertulia del Lorca como un fetiche con la esperanza de que otras funciones le hicieran vivir emociones similares. La señora Juanita que vive en una casa casi desecha en Centro Habana y caminaba hasta el Lorca cada fin de semana, con sus pies casi a rastras pero una voluntad de hierro a presumir de sus conocimientos, de las proezas de tantos artistas que ella había visto con sus propios ojos. Juanita no tiene nada más de lo que presumir que no sea su sencillez y las numerosas funciones de ballet que ha visto.

Los días de los jubilados en el teatro están contados. Los días de esa clase de admiradores que lo veían todo están por acabar y con ellos se pierde una parte del encanto, porque será muy difícil encontrar a alguien en el pasillo que compare el desempeño de una bailarina con el de otra en una misma temporada. No porque no quieran, sino porque por primera vez no podrán. De este modo, no cabe dudas, ahora sí el ballet será para las élites, y el orgullo de haber formado un público quedará en los libros, en las antiguas (archivadas) entrevistas.

El gran Maestro Fernando Alonso falleció el 27 de julio de 2013, pero Alicia Alonso está viva. Ojeo una y otra vez la autobiografía de Alicia, Diálogos con la danza, y leo sobre sus muchos orgullos. De Alicia puede escribirse mucho, a favor y en contra, porque ha tenido virtudes y defectos; el tiempo demostró que no era un extraterreste, como algunos creyeron cuando la vieron instalar tantos retos técnicos y dramáticos.

Foto: Rafael de la Osa
Foto: Rafael de la Osa

¿Consiente Alicia estos precios? Yo quiero creer que no. Compadezco no solo al público del presente y el pasado, sino al del futuro: los estudiantes que ya no podrán contar –como lo hice yo (lo cuento sin vergüenza porque me enorgullezco de mi origen)– con el ballet como una opción cultural de la mejor calidad y al mismo tiempo económicamente accesible.

Nunca creí que yo fuera una especie en extinción. Durante la adolescencia y juventud, mi dinero no me alcanzaba para ir a la discoteca del Comodoro ni a otros centros nocturnos de La Habana, pero por suerte me gustaba el ballet y, por suerte, las entradas costaban 10 pesos, en moneda nacional. El dinero que podían facilitarme mis padres, ambos trabajadores estatales, no me alcanzaba para ver cuatro funciones de una temporada (jueves, viernes, sábado y domingo) en Platea, así que durante mucho tiempo compré asientos en Tertulia y Paraíso, los pisos superiores del teatro, que se vendían a precios menores.

Allí conocí a tantos jubilados cuyas historias me hicieron vivir las glorias del pasado y valorar, con mayor ojo crítico, las del presente. Me ayudaron a ver, me introdujeron en un mundo de mitos y realidades propios del ballet. Luego, yo tuve el placer de convocar a muchos de mis colegas de la universidad al teatro. Algunos nunca habían visto nada de danza en vivo y yo adoraba invitarlos, me enriquecía con sus descubrimientos y multiplicaban las emociones compartidas. Algunos no querían, tuve que llevarlos casi a rastras. Al final más de uno debatía en los pasillos con balletómanos más viejos y me recriminaban si yo me perdía algún buen espectáculo.

Ahora ningún estudiante que deba sobrevivir en una beca podrá planear conocer de verdad el ballet, que no se aprende a apreciar con solo asistir a una función. Nunca se baila igual, aunque se trate de la misma obra. Adiós a las hordas de seguidores y a los especialistas de orígenes sociales humildes.

Los padres de los bailarines tampoco podrán ver todas las funciones de sus hijos, porque a los familiares de los artistas las entradas se les cobran al mismo precio que al público normal. Muchos son trabajadores estatales comunes y hacían de una función un momento de regocijo familiar, porque invitaban a las parejas, a sus padres (los abuelos de los bailarines), a los mejores amigos de la familia o del trabajo, por el orgullo de ver bailar a sus hijos.

El decreto del Consejo de Estado emitido en septiembre de 2015, hace solo tres meses, para rebautizar el edificio con la añadidura del nombre de Alicia Alonso, no refirió ningún cambio en los precios de acceso.

Gracias a una época histórica, evidentemente ya pasada, y a un corazón muy grande, Alicia Alonso es de todo el pueblo de Cuba, aunque el teatro para ver su obra sea, a partir del 1ro de enero de 2016, para unos cuantos con los bolsillos más bien llenos.

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