Tamara Rojo y la multiplicación épica en el arte

Tamara Rojo sobrepasa su propia existencia. La extraordinaria bailarina española hace años dejó de ser una persona para multiplicarse en muchas, valiosas por sí mismas, y para entrar en la historia de la danza como una grande.

La madrileña, de 39 años de edad, ha vuelto a bailar en La Habana. Todo amante local del ballet pensará: ojalá en los teatros, pero estos ni siquiera han podido acoger las funciones de fin de verano de la compañía nacional, por roturas inexplicables. La Rojo tanteó pasos durante una semana en los salones del Ballet Nacional de Cuba, en un país donde el público la ha adorado muchas veces y donde disfrutó de unas vacaciones a su manera, entre familiares, amigos y bastante trabajo.

Hace apenas un año la joven profesional, en plenitud artística, aceptó el reto de dirigir la segunda compañía de mayor relevancia en Gran Bretaña, el English National Ballet (ENB), y a los múltiples roles de su repertorio incorporó el de directora.

Cuando el Royal Ballet de Londres todavía no superaba la pérdida de una danzante suprema, otro de sus puntales, la rumana Alina Cojocaru, abandonó la compañía y aceptó unirse a Rojo en el elenco del English. Los periódicos británicos, autores durante años de graciosas fábulas de rivalidades entre ellas, reaccionaron sorprendidos.

Sin embargo, no me extrañaría que Tamara llegase a padecer envidia algún día, seguramente por algún superhéroe dotado de fuerzas inagotables para hacer mucho por otros sin necesidad de descanso; pues padece de un amor al trabajo que bordea el peligro. Olvida horarios de comida y reposo, recibe clases y ensayos, asume ella como maestra y ensayadora de otros, participa en un montón de reuniones, funciones, galas, y planea disímiles proyectos que distingan a su compañía e incentiven a los miembros a crecerse.

La Rojo bailarina arroja luz sobre múltiples vidas de la literatura como la Margarita de Alejandro Dumas, la Julieta de William Shakespeare, la Manon del Abate Prévost y la Kitry de Miguel de Cervantes en Don Quijote.

“Esa es la razón fundamental por la que yo quiero bailar y el día que me retire es lo que más echaré de menos: poder desaparecer en otras vidas. En un principio es lo que nos gusta a todos los artistas, olvidarnos de nuestros problemas y utilizar el arte para ser otra persona. Mejor o peor; pero otra. Para mí es lo más satisfactorio”, exclama la chica de cuerpo menudo y risa fácil.

Como intérprete de los más codiciados roles dramáticos, Tamara ayuda a comprender las razones y los desenlaces de las historias. Cualquier encarnación suya puede ser a la vez deslumbrante y reveladora. Y para más brillo, la técnica de Rojo merece los calificativos de mayor jerarquía, y los tiene. Numerosos críticos la sitúan en el Olimpo de su tiempo.

La imagen de Tamara en Manon asentó paradigma en Cuba allá por el verano de 2009. Cuando en brazos de Carlos Acosta el alma de la artista huyó del suelo para refugiarse en el infinito, atronadores aplausos quebraron la música y sobraron gritos. Desde entonces cualquier bailarina que intenta adentrarse en el personaje en algún Festival Internacional de La Habana debe luchar contra ese fantasma, divino para las olas de admiradores del ballet en esta isla.

Insólitamente, las autoridades culturales en España no le han concedido aún el Premio Nacional de Danza a la bailarina clásica más exitosa de esa nación ibérica, galardonada con el Laurence Olivier y el Benois de la Danza, un lauro equivalente al Oscar del cine. Mientras Gran Bretaña aprovecha su talento e indudable inteligencia. El nombramiento de directora de la compañía nacional le tomó por sorpresa.

“Eso no hubiese pasado tal vez en mi país ni en otras partes del mundo, pero al mismo tiempo no me sorprendió tanto porque los ingleses llevan sus organizaciones culturales de una forma democrática y transparente. Propician procesos abiertos en los cuales todo el mundo puede presentar su visión y plan de futuro, luego un panel se reúne y elige al mejor, sea de dónde sea y quién sea, hombre o mujer, nacional o extranjero”, dice sin ser consciente de que solo un genio y bailarines estrellas han conseguido antes una proeza similar. Frente a compañías de máxima relevancia sobresalieron en el siglo XX los rusos Rudolf Nureyev en Francia y Mijaíl Baryshnikov en Estados Unidos. Una centuria antes, el marsellés Marius Petipa en Rusia además de dirigir revolucionó la concepción, la técnica y la estética del ballet.

La elección de Tamara fue una apuesta total a la capacidad intelectual de la Máster en Artes Escénicas y licenciada en Danza en la Universidad Rey Juan Carlos (Madrid). Sobre la nueva directora late ahora un peso. Tras un período de revisión en Gran Bretaña, el Consejo de las Artes Inglesas decidirá en dos años cuáles organizaciones continuará financiando y cuáles no.

“La única forma en la que puedo garantizar la supervivencia de ENB es hacerla una compañía distinta al Royal, con características propias y coreografías creadas para ella. Mis prioridades incluyen subir el nivel en términos artísticos, en lo que respecta a la forma de bailar, de presentar los espectáculos y promocionarlos. Elevar la imagen de la compañía desde todos los ángulos ante el público, la prensa y las autoridades del país. Además de propiciar aportes coreográficos al repertorio del conjunto y piezas que ninguna otra compañía en Inglaterra tenga como nuestro próximo estreno: El corsario”.

La versión de Anne-Marie Holmes sobre la coreografía original de Joseph Mazilier, Marius Petipa y Konstantin Sergeyev, en base al poema homónimo de Lord Byron, tendrá entre sus intérpretes principales en octubre venidero a Alina Cojocaru, Erina Takahashi, Daria Klimentova, la propia Rojo, Vadim Muntagirov, Yonah Acosta, Fernando Búfala -reciente adquisición-, y el invitado, Matthew Golding, principal del Ballet Nacional de Holanda.

Las siguientes propuestas serán Cascanueces y un programa titulado Lest We Forget (Para que no olvidemos), en conmemoración del centenario de la I Guerra Mundial, compuesto por cuatro piezas de cuatro coreógrafos ingleses: George Williamson, Liam Scarlett, Akram Khan y Russell Maliphant.

Tales iniciativas le permitirán promover una colaboración entre artes a esta creativa artista con incursiones en la moda, la publicidad, la fotografía y cientos de inquietudes pendientes en la cabeza.

“El año próximo, para Romeo y Julieta, he pedido al director asociado del Teatro Nacional Inglés que nos ayude con la estructura del ballet para que la narrativa sea más clara. A partir de ahora, cuando comience a crear comisiones, quiero utilizar gente de teatro para trabajar en la narrativa porque me parece que se ha perdido esa tradición del creador del libreto, como ocurría con cada obra en la época de Diaghilev y en las anteriores. Ahora se espera que el coreógrafo lo haga todo, y no está bien, existen especialistas en materias no por gusto”, afirma Rojo, quien bailará esa temporada junto a un partenaire invitado muy recurrente en su carrera, el cubano Carlos Acosta, principal del Royal Ballet.

“También contaremos con una comisión de música para el programa Lest We Forget, trabajaremos con compositores. A mí me parece esta la mejor forma de que nuestro arte se alimente de las demás y esa es una característica del ballet: el poder representar otras artes, incorporar lo mejor de los diseños, la escenografía, la narrativa, la música, y unirlo todo en un espectáculo”, plantea Rojo con una certeza de Diaghilev, el hacedor de una maravillosa compañía a principios de siglo XX que aglutinó a grandes artistas de diversas manifestaciones.

Con su promoción a directora recibió además la máxima responsabilidad sobre la academia del ENB y para Tamara hablar de escuela es casi como aludir un ente sagrado; porque el estilo de cada una proviene y debe respetar la identidad del país al cual pertenece.

“La cultura de una nación define la identidad de su escuela, determina cómo son los port de bras, las cabezas, la musicalidad, entre varios aspectos que deberían preservarse. La parte técnica sí puede desarrollarse y, de hecho, los bailarines de hoy no se parecen a los de hace 100 años. Otras bases científicas se han incorporado para ayudar a relacionar pasos, hacer más equilibrios, piruettas, y no creo que haya un límite. Tampoco me parece que lleguemos a un momento donde ya no hacemos ballet, siempre y cuando se conserve la parte culta de nuestro arte”.

Sin embargo, la escuela inglesa no ha sido capaz de formar en muchos años bailarines que lideren sus compañías, pese a contar con todas las estructuras necesarias, según Tamara.

“El Royal Ballet tiene una de las mejores instalaciones del mundo para alumnos. ENB también, Gran Bretaña posee además el Central School of Ballet y la Escuela del Birgmingan Royal Ballet, entre otras instituciones con todas las facilidades: salones, gimnasios, sitios para que los estudiantes vivan allí desde los nueve años de edad, y se les da todo. Pero carecen de una metodología realmente buena como sucedió en Cuba con Fernando Alonso, que analizara las características específicas de la nación y comprendiera cómo debe ser un bailarín británico. Eso lo empezó Ninette de Valois pero se ha ido diluyendo con los años”, lamenta la bailarina, directora y maestra.

Otro peligro sobre el que alerta incide en la falta de personalidad en escena, producto de una tendencia a formar bailarines técnicamente más capaces pero no siempre intérpretes. “Porque se está perdiendo la parte culta de nuestro arte, a los bailarines no se les está formando con un conocimiento de las tradiciones, los estilos, la manera de hacer port de bras, colocar las cabezas y explicaciones como por qué el cuerpo va hacia adelante en una Giselle y por qué no en Lago, y qué connota Don Quijote, cuáles son los caracteres de cada uno de los personajes y de las obras. En consecuencia, se crean bailarines técnicamente brillantes pero incultos de su propia arte”, aseveró la Premio Príncipe de Asturias, un galardón que compartió en 2005 con la prima ballerina assoluta rusa Maya Plisetskaya.

Una vez, esta célebre bailarina y joven directora también fue una chica ganadora de medalla de oro en el Concurso Internacional de Ballet de París. Casi de inmediato varias compañías reclamaban su arte y hasta hoy no para de trabajar, mas confiesa que gracias a los conocimientos acumulados pierde menos energías.

“Cuando era más joven me encantaba estudiar y ensayarlo todo mil veces porque no confiaba en que podía hacerlo. Pero llega un momento en que ya lo has hecho, sabes que puedes y te planificas con menos esfuerzo, energías y ensayos, gracias a los conocimientos. Desde este punto de vista, actualmente me cuido más porque me gasto menos. Lo sorprendente para mí es que a pesar de mis 39 años, hay cosas que son más fáciles ahora que cuando tenía 20, y eso es por la práctica, por el saber y porque técnicamente uno sigue mejorando aunque el cuerpo se gaste. Cuando comienzo un ballet nuevo, por ejemplo, pronto voy a debutar en Corsario, no es como cuando empezaba uno con 20 años, que no sabía casi nada. Ahora debo asumir pasos diferentes pero los voy a contar dentro de una historia sin tener que quemarlos para conseguirlos”, refiere con la seguridad que otorgan tantos retos vencidos.

Para la Rojo cada Festival, Gala, estreno, proyecto, son oportunidades de vida e intenta vivirlas a plenitud en la mejor forma posible. Por ese impulso, durante el período de vacaciones de su compañía retornó a La Habana en busca de ensayos y de una preparación física que reforzara la solidez de su técnica.

“La preparación física es esencial, sobre todo en la actualidad porque cada vez se les pide más a los bailarines: que salten más alto, que hagan técnicas muy diferentes. Hoy en día no sirve ser un buen bailarín clásico nada más. Tienes que poder hacer clásicos, contemporáneos, creaciones de cualquier tipo, experimentar con tu cuerpo. Y para poder asumir la demanda de una forma segura necesitas una preparación física excelente, necesitas trabajar con fisioterapeutas o con preparadores deportivos que conozcan la danza y sepan cómo preparar a bailarines”, aconseja.

En el caso de Tamara, el fisioterapeuta cubano Miguel Capote ha sido parte de su vida desde 2004. El especialista que fuera durante casi 40 años jefe del departamento de fisioterapia del hospital La Dependiente, colabora con otros artistas conocidos como Viengsay Valdés, Carlos Acosta, José Manuel y Yoel Carreño, entre muchos otros nacionales y extranjeros. El hijo menor, Miguel junior Capote, igualmente comparte un método que podría quedar como sello de trabajo en dos direcciones: preparación física y rehabilitación de danzantes.

“La experiencia con Capote ha cambiado mi forma de preparación para bailar. Yo desde que empecé con él en realidad no he tenido lesiones graves, al menos no he padecido lesiones por una mala práctica. Y yo sé que cuando algo me pasa la rehabilitación con Capote es muy rápida y sin secuelas a largo plazo. Me ha ayudado muchísimo. Siempre pienso que ojalá lo hubiese conocido con 20 años porque mi carrera hubiera sido diferente. Y si tuviera una escuela propia, ahora mismo le estaría pidiendo que formara otras generaciones”, asevera con magnánima humildad.

La energía de esta mujer oculta muy bien su edad y el caudal de ideas que articula en cuestiones de segundos, sobre cualquier tema, inducen un presagio o certeza: vemos todavía el preludio de su gran carrera artística.

Tamara en Cuba con Carlos Acosta / Foto: Gabriel Dávalos
Tamara en Cuba con Carlos Acosta / Foto: Gabriel Dávalos
Tamara en el Festival de Ballet de La Habana / Foto: Nancy Reyes
Tamara en el Festival de Ballet de La Habana / Foto: Nancy Reyes
Tamara en el Festival de Ballet de La Habana / Foto: Nancy Reyes
Tamara en el Festival de Ballet de La Habana / Foto: Nancy Reyes

Tamara en el Festival de Ballet de La Habana / Foto: Nancy Reyes

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