Deloris Perlmutter: cuando la rumba nace en Washington, D.C.

En realidad soy cubana; no lo soy…pero lo soy.

Los Watussi. Foto: Cortesía de Dolores Perlmutter.

Ella asegura que es capaz de recorrer su ruta habanera con los ojos cerrados, como si siempre hubiera estado allí. Solo que La Habana de Deloris Perlmutter es sensorial, está hecha de historias ajenas como escenario verídico de un yambú, una columbia o un guaguancó, de las que ella se apropió por derecho de conquista. La Habana soñada, su Habana, ya no existe más. Pero Deloris Perlmutter se la aprendió de memoria a golpe de tambor y claves desde el momento mismo en que una rumba estremeció su cuerpo y desató la espontánea expresión de su baile. En la epifanía de ese instante, se inició, para siempre y por fortuna, su vínculo con la irrepetible Isla del Caribe.

Su modo de bailar lo afrocubano era considerado inigualable en los escenarios de muchos países de Europa y Asia, hacia donde llevó con orgullo la música y los ritmos de su Isla amada. Los elogios de una bailarina de leyenda, la gran Marta Castillo —su amiga— la desveló a mi curiosidad. En Deloris, los movimientos sensuales y audaces, el sentido de libertad de su baile, la manera de llevar el ritmo, de marcar, de desafiar la guapería de la percusión, son hoy legendarios entre quienes fueron sus colegas en los escenarios y en la vida. Quienes la veían bailar estaban convencidos de era una cubana auténtica, pero Deloris Perlmutter —Dolores para cubanos y españoles— nació en Washington, D.C.

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“Nací en 1940, el 29 de febrero. ¡Yo solo cumplo cada cuatros años! Es decir, no he cumplido 81, sino 21 años”, bromeaba enfática Deloris en la primera de las dos largas conversaciones telefónicas que tuvimos desde nuestros respectivos confinamientos.

“Siempre me gustó bailar, mis padres eran de origen humilde: mi padre camionero y mi madre ama de casa, pero aun así pude asistir a una escuela de ballet clásico. Vieron que yo tenía talento y se esforzaron por encauzar mi vocación. Llegué a Nueva York en 1957, pues gané una beca para el New York City Ballet. En esa época habían muy pocas negras, muy pocas, en esa formación. Simultáneamente comencé a asistir a la escuela de la gran coreógrafa y bailarina afroamericana Katherine Dunham —donde gané otra beca— y me encantó su forma de enseñar y de usar el cuerpo en función de la música y la danza; y el aprendizaje de todo el universo folklórico antillano. En esa época era la mejor escuela que había en Nueva York para aprender la danza afrocubana y haitiana. Y es a la compañía de Katherine Dunham a la que ingreso cuando decido dejar el mundo de la danza clásica y entrar en el universo afrocubano. Llegué a lo afrocubano a través de la Dunham, yo soy un producto de la Dunham”, subraya Deloris con emoción.

“La percusión era vital en lo que hacíamos y la Dunham supo atraer a los mejores percusionistas hacia su escuela, y también a muchos otros músicos que se involucraban, les interesaba lo folklórico y colaboraban con la escuela y sus espectáculos. Allí conocí a muchos músicos importantes, pero recuerdo especialmente a Candito [el gran percusionista cubano Cándido Camero], a Miles Davis, a Tito Puente…esas eran mis clases, un mundo de aprendizaje”. 

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Corría el año 1959 y tres jóvenes afrocubanos salían de La Habana hacia Nueva York. Eran Mario García Sánchez, Jorge Pérez Prado —que no era familia del famoso “Rey del Mambo”— y una chica llamada Gloria, el trío Watussi. Faltaban aún varios años para que Ray Barretto y su charanga hicieran famoso su tema casi homónimo: “El Watussi”. Les iba bien en Nueva York, pero pronto Gloria decidió casarse y tuvieron que hacer un casting para elegir a otra bailarina.

“Fueron a la escuela de la Dunham —cuenta Deloris— y colocaron el anuncio del casting en una especie de mural donde la directora ponía diferentes avisos e informaciones que siempre seguíamos con interés al llegar a la escuela. Me presenté, como otro montón de muchachas negras, a la audición. Fueron muchas, pero Mario y Jorge me eligieron a mí. Así pasé a formar parte del trío Los Watussi. Yo tenía 19 años. Noemí Rivera era una de las más famosas personal managers cubanas de entonces, pues manejaba a importantes artistas como Juan Bruno Tarraza, Felo Bergaza, el cuarteto Los Riveros y otros, y comenzó también a cuidar de la carrera de Los Watussi. Conocía a todo el mundo y, en especial, a Rodney”.

 

Deloris Perlmutter “Dolores”. Foto: cortesía.

Roderico Neyra, Rodney, era a esas alturas el mago del cabaret cubano, el hacedor de los más fastuosos y singulares espectáculos, y había sido contratado para relanzar un famoso cabaret en México. “Y ocurre que Rodney, antes de viajar a México con el espectáculo, va a Nueva York un poco en plan de actualización, para saber si había alguna novedad que pudiera introducir en la producción que estrenaría en México. En Nueva York, el mejor lugar nocturno de espectáculos cubanos y latinos era el “Chateau Madrid” y allí estábamos actuando nosotros. Noemí lo llevó a vernos y ahí decidió que Los Watussi irían contratados a México para su espectáculo”. —cuenta Deloris.

“Cuando empezamos a presentarnos en Nueva York, ya tenía éxito allí un coreógrafo negro llamado Walter Nicks, que era también producto de la escuela de Katherine Dunham, y es él quien monta el cuadro de mi debut, al que le llamamos en el grupo “el nuevo acto”. Y era muy curioso: Mario y Jorge hacían una cosa con la cabeza, la movían de manera muy precisa cubriendo muy poco espacio, nosotros siempre parecíamos animales que pican muy rápido y no te enteras de que te han picado hasta que te empiezas a rascar. Mario y Jorge eran bailarines cubanos autóctonos, pero empíricos, con escasos estudios de danza. Yo no. Yo tenía una formación académica y eso era lo que ellos buscaban, precisamente: el contrapunteo de lo empírico, con la finura de la danza aprendida: ellos eran dos guerreros muy enérgicos, con un sentido muy autóctono, pues tomaban muchos pasos de la liturgia afrocubana, y en la escena se peleaban por la reina, una figura femenina algo hierática, de gestos y pasos refinados, diferente, ese contraste resultaba muy interesante”.

México con Rodney y Tropicana

El impacto que le produjo Rodney como creador de maravillas, el modo en que sabía tocar las fibras más íntimas de aquellas bailarinas, artistas modelos, hasta motivarlas a ser conscientes de que formaban parte de un engranaje que debía funcionar a la perfección; la influencia de Rodney en su carrera…de todo esto habla Deloris con pasión:

“Nunca había visto el espectáculo de Tropicana y me impresionó mucho todo lo que vi cuando llegué al “Señorial”, el mejor cabaret que tenía México en aquel momento: Rodney había trasladado hasta allí el encanto y la ensoñación que había hecho famoso al Tropicana de La Habana. Me impresionó la utilización que hacía del espacio, los diferentes planos que había hecho construir en el escenario, creando pasarelas y niveles para integrarlos al show… la integración de los diseños de vestuario… todo eso que hoy se hace en televisión, en el cine musical, ya Rodney lo estaba haciendo en la década de los 50. Rodney hacía una producción que duraba tres meses en escena, y después cambiaba todo y estrenaba otra nueva, es decir, eran 4 nuevas producciones en el año, con una creatividad impresionante”.

“El adorno que tengo en la cabeza lo hizo Luis Cruz, el artífice sombrerero de Tropicana. Cuando Rodney salió hacia México lo incluyó a él y a la vestuarista en el grupo del espectáculo”, Deloris Perlmutter. Foto: cortesía.

“A pesar de la incertidumbre que estaban viviendo los cubanos de su troupe por la situación en Cuba, Rodney actuó con mucha sabiduría, era muy inteligente: llevó la base de lo que era Tropicana y cuando él abrió en México pudo garantizar que el show fuese el verdadero Tropicana, era como si estuviéramos allí. Recuerdo a July del Río. Ella era más que espectacular, era la mezcla presente en la cubanía, una belleza apabullante. Rodney llevó a las mulatas más guapas que había en Cuba. Todos hemos sentido adoración por Rodney. Era un hombre normal, en el sentido de que ejercía la autoridad que le correspondía como coreógrafo y productor; y el trato con él, una vez que empezaba a hablar en los ensayos, en sus explicaciones, era como si estuvieras hablando con un ídolo, eso era él para nosotros. Dábamos lo máximo de nosotros para darle el placer de ver que habíamos sabido encarnar su trabajo”.

Deloris y Los Watussi compartieron aquellos meses cruciales para muchos artistas cubanos, en los que tuvieron que tomar drásticas decisiones personales. Otros, como Rodney, vivieron allí el final de sus vidas. “Estuvimos en México en los años 60 y 61, y ese último año formamos parte de la gira de Tropicana por Suramérica, tras la repentina muerte de Rodney. El colectivo decidió hacer esa gira por Argentina, que ya estaba pactada, y donar la mitad de nuestro salario para pagar las deudas que Rodney había dejado tras morir en México, y también los gastos del traslado de su cuerpo sin vida a La Habana. Después nos presentamos en Perú con mucho éxito también, lamentablemente ya sin Rodney.”

España

En 1964, el empresario español Julio Bermúdez contrata al trío Los Watussi por dos semanas en Barcelona, dos en Madrid y dos en Bilbao. “Al principio no íbamos a venir, porque solo nos pagaban la ida, lo que no era normal, aunque el dinero era suficiente para vivir en Europa y regresar a Estados Unidos” —cuenta Deloris.

“Incluso estando en México siempre nos pusimos como meta volver a Estados Unidos. Pero Noemí, nuestra personal manager, nos dijo que era importante abrirnos camino en Europa y así fue como llegamos a España. Vinimos por 6 semanas y de la llegada hacen ya 56 años; aunque nuestra idea siempre fue volver a Estados Unidos, se nos fueron sumando los contratos de diversas partes del mundo, y el día a día, la vida, nos hicieron convertir a España en nuestra base, en un país también nuestro. Eran tiempos en que los pasaportes cubanos comenzaron a darles problemas a Mario y a Jorge, y para conseguir los permisos de trabajo necesitaban el pasaporte de Cuba actualizado, lo cual en ese momento les era sumamente difícil, por no decir imposible. Por eso decidieron que comenzarían a obtener los papeles de España. Aún así, nunca pensamos en aquel momento que Europa era nuestra casa: era simplemente un sitio para trabajar. Y soy testigo de cuán difícil fue para Mario y Jorge cambiar de nacionalidad, porque lo estuvieron evitando todo el tiempo, hasta que ya no fue posible dilatarlo más”.

Deloris y Los Watussi fueron muy famosos y reconocidos dondequiera que se presentaban, viajaron el mundo, volviendo siempre a España: “Cuando llegamos a España solo había un canal de televisión” —recuerda Deloris.  “Al día siguiente de nuestra primera presentación en televisión, casi no pudimos salir a la calle, porque como era el único canal, no había competencia, y nos vio todo el que vio la tele aquel día. Así tuvimos la oportunidad de presentarnos en diversos programas”.

El fin de Los Watussi

“Poco tiempo después me casé con un danés, y tuve a mi hija Michelle, que hoy vive en Estados Unidos, una mulata de ojos grises divina, espectacular. Le gustaba la danza, pero no se dedicó a ella. Actualmente vive en San Francisco. Trabajé mucho tiempo llevando a mi hija conmigo, seguí viajando con el trío, pero debía pagarle a una chica para que cuidara de mi niña mientras trabajaba, y yo no ganaba lo suficiente como para tener una vida tranquila con estos gastos. La vida me cambió con la maternidad y todo eso me hizo dejar la danza. Probaron con otra chica, luego con varias, pero no funcionó. El trío se deshizo”. 

Y reflexiona:  “Los Watussi y yo nos separamos por causas de la vida…Pienso que ellos dos palparon el vacío que dejó mi salida del trío, y la imposibilidad de encontrar a alguien que les fuera totalmente empática hizo que el trío dejara de existir cerca de 1972. Luego Mario y Jorge se separaron:  Mario se casó con Masha —una de esas chicas con las que bailaron— con quien formó una familia. Jorge, a quien siempre le gustó imitar a las grandes divas negras como Josephine Baker, empezó a hacer ese tipo de espectáculos que en tiempos de Franco estaban prohibidos, a pesar de que habían comenzado a proliferar los clubs gays, y entonces Jorge se fue a Islas Canarias y comenzó a trabajar en uno de esos clubs haciendo imitaciones”.

Cuba en Deloris

A estas alturas de la conversación, la coherencia de Deloris en el análisis de su propia vida profesional y su vínculo con Cuba impactan por la profusión de datos y sensaciones que su memoria ha sido capaz de retener.

“Siempre he tenido un interés personal por todo lo folklórico, de toda la vida, y es lo que me pasa cuando llego a México con estos cubanos: estaba en un estado de curiosidad permanente, por buscar y aprender, por ejemplo, la religión o santería, los orishas: Ochún, Yemayá, Changó…las ceremonias rituales, la comida, las canciones, el bolero…Olga Guillot, la guaracha, Celia Cruz, lo nuevo y más actual, La Lupe. A todas ellas y todos ellos los conocí allí en México. Viví lo que es el mundo cubano, no en Estados Unidos, sino con y entre los cubanos.”

Para Deloris Perlmutter, el descubrimiento factual de lo cubano vino a enriquecer su formación danzaria y a reordenar sus afectos: Cuba, sus amigos y colegas cubanos serán para siempre parte de su universo personal; su amistad con la exbailarina Marta Castillo es perdurable. Para Marta, “Deloris es una de las mejores bailarinas cubanas que he conocido”.

De sus amigos y colegas de Los Watussi, cuenta que con Mario mantuvo hasta su muerte en 2019 una fiel amistad. “Nos hablábamos cada semana, porque como trío fuimos más que hermanos. Date cuenta: estar ensayando, vivir siempre juntos, jugar, llorar, vivir la vida juntos, ellos fueron tan familia mía como mis propios hermanos, solo que con ellos compartí más tiempo de vida. Ellos eran mi familia y yo, la de ellos; era una relación muy profunda, muy especial, con mucho respeto. Nos conocíamos a la perfección; tan sensibles éramos unos con los otros, que sabíamos lo que el otro necesitaba o quería, cuando ensayábamos, y hasta en la vida cotidiana: eso es lo que hemos sido nosotros en el trío Los Watussi”.

“No obstante, yo nunca he estado en Cuba. Y este año voy a ir, pero te lo aseguro: tú me puedes llevar a Cuba y me puedes soltar allí, yo sé exactamente a dónde quiero ir…es que lo vivo con una pasión como si fuera parte de mi pasado. No me vale que me digas que la mayoría de aquellos lugares ya no existe o no son como eran, no me importa. Ese sueño mío se me va a cumplir finalmente. Mi hija me va a regalar el billete. Es para emocionarse, yo te hablo en serio: es una admiración enorme lo que yo siento por los cubanos. Te imaginas lo que es estar en un camerino, cambiándote la ropa, y las chicas hablando de su niñez, de los barrios, de Sans Souci, de este o aquel lugar…y yo…con los oídos alertas, en guardia, asimilándolo todo, bebiendo todo aquel conocimiento, todas aquellas vivencias ajenas…eso me permitió, sin darme cuenta, volcarlo todo en mi manera de bailar. Nadie puede imaginar que no soy cubana y la gente se queda con la boca abierta cuando se entera de que no lo soy. En realidad soy cubana; no lo soy…pero lo soy. Ha sido una aventura fantástica, increíble para mí, un orgullo poder trabajar en lo que yo amaba, poder llevar al mundo la imagen de Cuba y debo expresar mi gratitud por haber podido hacerlo.

Dolores a sus 80 años. Foto: Su cortesía.

Epílogo. El encuentro deseado

“Recalé en Estepona, donde fundé la primera escuela de danza, que identifiqué como ethnic jazz, y que recoge esa enorme influencia afrocubana que tengo yo y que tiene mi estilo. Y eso es lo que atrae a la gente a asistir a mis clases. Mis alumnos tienen cosas cubanas inocultables, tienen cosas mías, muy particulares, que les he podido enseñar gracias a los años que he vivido con los cubanos. Eso ya está dentro de mí, incorporado y asumido. Es mío: yo me reconozco en la cultura cubana. Ya me retiré de la danza. Aquí en Estepona he hecho parte de mi vida y aquí me han querido mucho. ¡Hasta han dado mi nombre a una calle! Pero volveré a Estados Unidos, con mi hija. Aquí ya no encuentro mi sitio…Siempre he enseñado mucho, siempre inmersa en el mundo de la danza, pero ya esa parte de mi vida ha terminado. Mi hija me dijo que si yo volviera a Estados Unidos le ahorraría mucho stress. Tengo una hermana que me ha dicho: ¡Por fin! Allá [ en Estados Unidos] está mi familia. Aquí estoy sola, pero no me siento sola, porque tengo muchos alumnos, contacto con mucha gente; monto espectáculos, hago coreografías, trabajo con cantantes, monto desfiles, pero lo que es realmente lo mío, bailar, eso ya no lo puedo hacer. Mi hija está feliz y decidió hacerme ese regalo: ir a Cuba. Cuando llegue a Cuba, quiero ir a ver al Ballet Nacional, al Conjunto Folklórico, quiero ir a ver una clase, quisiera ver a Carlos Acosta y a su compañía de ballet, soy admiradora de su trabajo. Yo merezco ir a Cuba, nadie más que yo”. 

 

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