Descemer Bueno, romántico guardián de la música cubana

Foto: Reno Massola

Descemer Bueno (La Habana, 1971), un mulato cubanísimo y tímido, se ha colado de a poco en el corazón de los cubanos. Antes se había ganado un importante sector del mercado latino de algunas de las más importantes disqueras del mundo (Sony y Universal) mostrando un absoluto dominio de los códigos musicales y poéticos que vuelven inolvidables algunas canciones.

Pero su música, universal y contemporánea, sabe a tabaco y a ron. En ella se combinan armónicamente  la sabrosura de una rumba de solar, la sonoridad ancestral de los tambores africanos y el lirismo de la tierra que acunó al bolero y al son.

Recientemente, a propósito de la grabación en La Habana del primer audiovisual de su carrera, conversamos en el tranquilo patio del estudio de Maikel  Barzágas.

Perteneces a una generación de músicos cubanos que vivió un tiempo fuera de Cuba, pero que mantuvieron su cordón umblical bien atado a la Isla. Entre ellos, y te incluyo,  se ha dado un regreso a la música cubana de la primera mitad del siglo XX. ¿Es agotamiento o nostalgia?

Es cierto, algunos hemos tenido la iniciativa de volver a nuestro público natural y hacer una búsqueda de la música cubana para enriquecerla y fusionarla con elementos de otras culturas como la española, francesa, africana. Entre ellos están Raúl Paz, David Torrens, Kelvis Ochoa, Raúl Torres y otros.

Eso tiene un poco de añoranza pero también de gratitud, es como si fuéramos guardianes de esa parte que es la música. Existe una especie de acuerdo entre todos para identificarla como nuestro paradigma y la consigna sería Por la música, a partir de un compromiso bien espiritual que no implica que estemos “sindicalizados”.

Ha sido duro. Hemos sido muy criticados. Este año, por ejemplo, cuando estuvimos con  Havanazation, en Miami, salieron blogueros de muchas partes del mundo que nos criticaban de forma fea, Zoe Valdés entre ellos. Era gente de espíritu recalcitrante que no entiende que uno regrese a identificarse con su pueblo. Yo a eso le llamo “arrastre de plastilina”.

Nosotros somos músicos y el público de Cuba es super especial, lindo, pero  también duro, sincero. Si un artista no le convence, aunque le preceda la mayor fama, se levanta y se va. Aquí hay diletantes de muy alto nivel cultural, exigentes, y eso es parte de esa relación recíproca que mantenemos con la Isla.

Uno de los temas más conocidos del disco Bueno fue el que grabaste con Baby Lores, famoso reguetonero cubano. Eso te ha presentado ante un público de una estética bien diferente a la que habitualmente defiendes ¿Cómo explicas ese fenómeno?

Recientemente estuve en una peña del trovador Adrían Berazaín en la Sociedad Cultural José Martí. El público era mayoritariamente joven. Primero cantó el anfitirón, la gente sabía sus temas, lo acompañaba  y, de repente, ese mismo público, comenzó a corear “Caperucita, deja que yo te coja” y otros temas de Baby Lores,  puro reguetón.

Yo creo que eso es un logro, la sinceridad con que  la gente canta una canción bonita y luego baila con el reguetón. Soy de los que no se reprime, y me verán bailando y gozando con Baby Lores y también con Los Van Van. Es bueno que exista esa diversidad y que no haya celos entre nosotros, a fin de cuentas, pertenecemos al mismo gremio de los artistas que defendemos al país y somos la cara de su música.

En las galas de premiación de los premios Lucas, en el Karl Marx, descubrí que los mismos jovencitos que votaron por Los Ángeles, también querían tirarse fotos conmigo. Es decir, yo soy parte de ese mundo de “personajes” de farándula que recrean los adolescentes. Casualmente el asiento que me tocó estaba al lado de William el Magnífico, otro reguetonero. Conversamos, nos transmitimos la admiración mutua y fue bonito ver que, cada vez que alguien venía a tirarse fotos conmigo, se las hacían también con él y viceversa. Eso expresa una especie de integración de públicos que considero válida. Ya Kelvis (Ochoa) tiene un coro en reguetón y eso era algo impensable 5 años atrás.

Pero existe una tendencia a que se incremente ese tipo de público poco selectivo que prefiere el reguetón….

Cierto, yo creo que, comparado con la salsa o el reguetón, ganar espacios para la música que hacemos nosotros ha sido mucho más complicado, pero no culpo a nadie. Ahora se critica al reguetón, pero hay que reconocer que esos muchachos se han batido fuerte. Conozco la historia de Baby Lores, por ejemplo, y no es rosa.  Acá no sucedió como en Puerto Rico, que estaba el maleante y la droga detrás de esos cantantes. Hubo sus excepciones, como Calle 13 por ejemplo, pero muchos no pudieron evitar usar dinero sucio para promover su trabajo. De otra forma no hubieran llegado a donde están.

Sin embargo, los reguetoneros cubanos lo han hecho de una manera muy limpia y actualmente llenan  importantes venios (espacios) en los Estados Unidos. Más que los de otros países. Yo he visto a Gente de Zona en La Covacha, de Nueva York, por ejemplo, repleta de gente que los disfruta muchísimo.

Pero el asunto de la vulgaridad no es exclusivo de Cuba, es en el mundo entero. Quizás nuestros reguetoneros tengan más ritmo o sabrosura,  pero el mensaje sale de lo que se vende internacionalmente. A mi no se me da hacer una canción así pero no sería sincero si te niego que también aprovecharía ese talento si lo tuviera.

ubo un tiempo en que critiqué a los reguetoneros, ahora debo reconocer que fue porque entonces me estaba costando trabajo encontrar mi espacio. En esa circunstancia es muy fácil culpar a otros. Luego me di cuenta de que ese ni es mi espacio ni es mi público aunque luego del dúo con Lores algo ha cambiado. Al principio, cuando yo aparecía en sus conciertos, era un poco duro, la gente se inhibía, pero cuando la canción se fue haciendo popular, me la agradecían.  A la vez, mi público también fue descubriendo que Baby Lores  es un músico que decide cultivar un género específico y no un reguetonero más.
Yo estoy casi seguro que tal como me sorprendió él por su nivel musical, otros también lo harían. Los que hacen las pistas, por ejemplo, son muy creativos y con poquito consiguen grandes cosas. Nada tienen que envidiarles a otros que trabajan en estudios con equipos profesionales.

¿Cuáles son tus nuevos proyectos?

Estamos trabajando en El Caballero de París, un teatro musical escrito y dirigida por el español Tomás Mazeira quien ha escrito otras obras de este género para Broadway y otros lugares.

Los cubanos hemos idealizado un poco  al personaje del Caballero de París pero en realidad tuvo una vida muy interesante y de ella parte la historia que cuenta la obra.

Las coreografías, espectaculares, son de Eduardo Blanco. La música será de Kelvys y mía, compuesta especialmente para la ocasión. Tiene de pop, rock, mambo y más. Nosotros cantamos y hemos hecho una excelente empatía con el resto del equipo. Laura de la Uz es una de las actrices que participa y también habrá niños que cantan y bailan.

Si no estuviera dentro, sería uno de esos espectadores que quedarán completamente impactados cuando vean la obra, te lo aseguro. El estreno será el 17 de enero en el Karl Marx y se anuncian unas 8 funciones. Sería muy bueno que esto sirviera para  recuperar el teatro musical que tan importante fue en Cuba.

Además de eso estoy trabajando en un disco de Luna Manzanares del cuál seré el productor. Haré otro con Jorge Villamizar, de Bacilos, con temas cantados por los dos. Además estoy, como intérprete y compositor, en el primer single de los Kumbia Kings.

¿Te gusta el trabajo de productor?

Ya no lo hago tanto. Hay gente talentosa, innovadora y con mucha frescura trabajando en eso.

Algunas aseguran que  no permaneces mucho tiempo en el mismo lugar. ¿Les darías la razón?

Sí, soy como esos taínos que recorrían el Caribe sin saber muy bien a dónde pertenecían.  Me siento muy bien en esta zona, ir a Dominicana o a Puerto Rico es como estar en casa.  También me hubiera gustado quedarme más tiempo en África, poder ir y volver constantemente. Esa es mi verdadera “madre patria” aunque España significa mucho para mí. También Nueva York y La Habana que será la capital del mundo en cualquier momento.

¿No te parece exagerado decir tal cosa?

No, La Habana tiene algo que ahora mismo le falta a Nueva York, Madrid, Barcelona. Lo tuvieron y lo perdieron. Llevo casi ocho años entrando y saliendo de La Habana y he visto su proceso de crecimiento cultural y social. Esta es una ciudad amena con mucha actividad. Su mundo nocturno es muy sano comparado con otros lugares. Y en lo arquitectónico, quizás la solución sería tumbar algunas cosas y hacer otras nuevas.

Naciste en la Habana Vieja y siempre retornas a ella ¿Cómo describes esa relación?

Desde pequeño participé en las actividades de la Casa de la Cultura de La Habana Vieja y realmente debo agradecerles mucho a los profesores de música, danza y artes plásticas. Fue una experiencia inolvidable que me permitió conocer gente que luego me he seguido encontrando a lo largo de mi vida, es linda esa experiencia de haberme cruzado con ellos en la niñez y que me acompañen todavía.

La vida en la Habana Vieja es fuertísima pero armónica. Yo crecí en ese ambiente social que no es exactamente violento, pero tampoco es rosa.

En algún momento parecías muy apegado al movimiento del hip hop, luego al jazz, ahora hay como un regreso al bolero, a la canción más trovadoresca. ¿Qué sucedió por el camino?

Empecé a buscar por muchos afluentes. Durante un tiempo no sabía si cantar o no. Trabajé en el disco de Yerba Buena (President Alien) con Andrés Levin, Cucu Diamantes y Xiomara Laugart, allá por el 2002 o 2003, y aunque finalmente quedé fuera como intérprete, dejaron mis canciones.

En el 2005 hice Siete Rayos, con Universal y ahí intenté desarrollarme en el rap. Eran tiempos en el que el reguetón venía sonando fuerte y las empresas empezaron a contratar artistas del género. Esos cantantes, a los que me referí anteriormente, tenían mucho dinero para sobornar a quien fuera, pagar la radio, la televisión y yo no podía, así que pedí una especie de “liberación” a la disquera y me la dieron.

Temas tuyos han sido interpretados por Enrique Iglesias, Juan Luis Guerra, Luz Casals, Talía, Noelia y otros. ¿Cómo se da esa relación con artistas famosos a nivel internacional, qué lecturas has sacado de ese vínculo con el “mercado puro y duro” de la música?

Ellos están buscando una canción que los mantenga en su estatus. Muchos caen por la falta de repertorio. Es ahí donde entran las publicadoras (publishes) de las compañías discográficas que contratan compositores para cubrir la demanda de canciones. Los creadores, como yo,  firman con una publicadora, o con varias,  por determinado tiempo y reciben unas listas de los artistas que están buscando temas. Luego los cantantes  escogen de entre las canciones que reciben y muchas veces sucede que nunca llegan a conocerse el intérprete y el autor, así me sucedió con Thalia y con Noelia, por ejemplo.

¿Te gusta ese tipo de trabajo desprendido? ¿Es cómodo trabajar así?

Sí, tengo poco attachment, como se dice, y también va con mi timidez.

Has viajado y residido en varias ciudades del mundo: Nueva York, Los Ángeles, California, Barcelona ¿Cuáles te han aportado más como ser humano y como músico?

Las ciudades que me han marcado son Nueva York, Barcelona y La Habana. Nueva York es muy intensa y cosmopolita, es rica musicalmente, allí conviven muchos estilos y me permitió conocer gente diversa.  En Barcelona conocí músicos árabes y africanos, hice un grupo con X Alfonso donde  cantábamos a dúo. Todavía tengo mi público allí. Pero de todas, prefiero La Habana, esta es mi casa.

¿Cómo te ves en los próximos 5 años?

Me veo en escena, componiendo y evitando ser ese artista preocupado porque alguien me cante una canción.

 

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