El Payret o la fuerza del destino

El Payret parece condenado a desaparecer, según trascendidos, no confirmados ni desmentidos por ninguna autoridad.

Foto: John Galbreath.

Foto: John Galbreath.

El 10 de noviembre de 1862 el italiano Giuseppe Verdi (1813-1908) estrenó en el teatro Bolshoi la ópera La fuerza del destino, inspirada en Don Álvaro o la fuerza del sino, del poeta y dramaturgo español Ángel Saavedra, Duque de Rivas (1791-1865). Es la historia de un amor condenado a la fatalidad y marcado por los entuertos y la muerte. Desde entonces, en el gremio del bel canto ha estado asociada a la mala suerte. Cuentan las malas lenguas que el divo Luciano Pavarotti jamás quiso interpretarla.

En octubre de 1878 el teatro Payret de La Habana llevó La fuerza del destino a sus tablas, un paso en una historia marcada por esa jettatura que le había caído encima el mismo día de su inauguración, el 21 de enero de 1877, cuando el Coro de la Caridad, compuesto por unas cuarenta damas habaneras bajo la batuta de Serafín Ramírez, lo llenó de música y flores.

Este dato tendría solo importancia histórica intrínseca de no estar asociado a un incendio ocasionado por la rotura de una de las tuberías de gas que alumbraban al edificio, que para entonces era descrito por algunos de sus contemporáneos como uno de los más elegantes del Prado.

Después, en 1888, un temporal obstruyó sus cañerías: se desplomó una de las paredes de carga y se vinieron abajo varios de los pisos superiores –el Payret tenía cuatro soberbios balcones. Aparecieron entonces personajes que parecen propios de aquella ópera: hubo diez heridos y tres muertos, entre ellos Enrique Sagastizábal, copropietario del teatro junto al catalán Joaquín Payret.

Payret, un carnicero amante de las bellas artes, terminaría en Quinta del Rey –que era, a pesar de su altisonante nombre, el hospital Mazorra del siglo XIX–, adonde había llegado por venturas y desventuras de un teatro que acabaría llevándolo a la ruina. Entraba a la saga, como para redondear el círculo, otro componente del ethos romántico: la locura, como en Giselle.

Pero el nuevo siglo no le cortaría ese cordón umbilical, ni menos lo libraría de temporales similares o peores que los que sufrió mientras se construía en la esquina de la Alameda de Isabel II y San José.

El 19 de octubre de 1926 entró a la ciudad un ciclón de funesta memoria. De acuerdo con un informe gubernamental de 1927, “derribó todos los árboles del Paseo del Prado, el Parque Central y el Parque de la India”. Al Payret lo dejó, simplemente, sin techo.

Así estuvo durante varios años hasta convertirse, en 1935, en “La Catedral del Cine Español” gracias a José Varcárcel, quien tuvo la idea de hacerlo cine, uno de los 42 que había en La Habana después de aquella alucinante Danza de los Millones. Hasta entonces el Alhambra y el Payret eran los escenarios por excelencia del vernáculo, donde despuntaban los actores Regino López y Arquímedes Pous.

En 1951, ya bastante alicaído, el Payret demandaba un proceso de restauración. José Sixto, un comerciante asturiano, lo compró y demolió sin importarle demasiado el hecho de constituir uno de los teatros más emblemáticos de América, e incluso Monumento Nacional.

Se levantó entonces como nos ha llegado hasta hoy: una construcción clásica de lobby moderno con una obra de Rita Longa (“La Ilusión”), la escultora cubana más importante de todos los tiempos, quien también dejaría su sello en obras como el cabaret Tropicana.

Foto: Mapio.net
Foto: Mapio.net

Después de 1959 siguió siendo, básicamente, un cine. En 1969 y 1981 se le sometió a dos reparaciones. Pero después que los mapas cambiaron de color, fue cayendo en un letargo que hizo crisis hasta colapsar: inundaciones, techo a punto de caerse (de nuevo), criaderos de ratas, cucarachas y mosquitos.

Ahora parece condenado a desaparecer, esta vez no por los avatares del mal tiempo sino por el turismo. Según trascendidos, no confirmados ni desmentidos por ninguna autoridad, un proyecto del Grupo Gaviota S. A. pretende convertirlo en un hotel de trescientas habitaciones. Este grupo empresarial perteneciente a las Fuerzas Armadas tiene en su haber varios proyectos de desarrollo turístico en el Prado. Uno de ellos el Hotel Packard, recién inaugurado. Otro, el que se está levantando en Prado y Malecón de conjunto con la compañía francesa Accor, donde antes estuvo el famoso Hotel Miramar.

Según un funcionario anónimo, “se están valorando varias propuestas […]. Una de ellas sería conservar todas las fachadas del Payret y parte del interior, parte de la decoración […] es la propuesta que posiblemente sea la definitiva, aunque tiene algunos detractores por el significado histórico y cultural del Payret como teatro […], hay otras propuestas […] una sala de reuniones para la Asamblea Nacional […] aunque creo finalmente se impondrá el hotel, junto a otro [el Hotel Pasaje] que supondría la reubicación de unas cien familias que todavía viven en la cuadra, así como otro centenar en las cercanías del Capitolio”.

Foto: Deskgram
Foto: Deskgram

No se trata ni siquiera de la Sala Kid Chocolate, edificada donde antes estuvo ese Hotel Pasaje, venido al piso por acción de la gravedad en 1982 y convertido en una instalación deportiva para aquellos Juegos Panamericanos de 1991. El Payret constituye parte inalienable del patrimonio de la nación, a la que ni siquiera se le ha preguntado si está de acuerdo con que, de hecho, desaparezca su función sociocultural y se le deje en el cascarón.

De acuerdo con el artículo 95 de la Constitución, el Estado Cubano: “j) defiende la identidad y la cultura cubana, vela por la riqueza artística, patrimonial e histórica de la nación y por su salvaguarda […] y  k) protege los monumentos de la nación y los lugares notables por su belleza natural, reconocido valor artístico o histórico”.

A eso la UNESCO le llama herencia cultural intangible, compuesta en este caso por Sarah Bernhardt, Ana Pavlova, los circos Pubillones y Santos y Artigas, Enrique José Varona, Rafael Montoro, Eliseo Grenet, Gonzalo Roig, Ernesto Lecuona, Rita Montaner, Candita Quintana, la lucha antimachadista, las discusiones sobre la Constitución del 40, el velorio del líder azucarero Jesús Menéndez… Sería, además, un cine menos en una ciudad que ha quedado prácticamente desprovista de ellos, a golpe de abandono, clausura y destrucción.

 

 

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